4. Moverse:
Lisboa es una ciudad ubicada en el
planeta Tierra, y como tal, padece de esa enfermedad degenerativa que
es el tráfico rodado. Coches hay muchos, y sus conductores deberían
ser tratados con diazepán. Pero también hay otras maneras de
moverse que, si te mola lo retro, van a conseguir que te prendes
todavía más de este paisaje urbano mestizo y embaucador. Están los
archifamosos tranvías amarillos, que con su tintineo infantil te
hacen creer que te has colado en un montaje para tren de juguete. A
nadie le importa, pero a mí la red aérea de cableado y catenarias
me conmueve, la verdad. Es como contemplar in vivo el sistema
linfático de Lisboa. Es mi obligación, como guía turística de
pacotilla, recomendar la línea 28, que funciona para llevar
viejecitas achacosas a sus casas encaramadas en los acantilados de
Alfama y Castelo, pero también como tranvía panorámico (leed esto antes). Y están también los tres elevadores, que permiten que te
tragues el nudo de saliva que provocan ciertas cuestas, o esa
chifladura de encaje metálico que es el elevador de Santa Justa, que
a mí me hace pensar siempre en la ciudad de Gotham.
Y está el pie, claro, homenajeado con esos mosaicos de cubos blancos
y negros que son como una de las huellas digitales de Portugal.
Tin, tin, tin |
5. Deambular:
Muy bonitos, muy pintorescos, ideales
para hacer una foto de grupo y colgarla en Facebook pero, por favor,
hacedme caso: andad. Subid otra cuesta más (venga, a deshacer todos
esos pasteis, leones marinos), bajad por allá, perdeos. Coleccionad
escadinhas, imaginad amores de verano sobre ellas, compadeced a las
abuelitas que las bajan en puntos suspensivos, con una mano en la
barandilla y la otra sujetando la cesta llena de patatas y hojas de
nabo. Adivinad quién vive en las casas y a qué dedican su tiempo,
mediante el estudio de la ropa tendida. Agradeced que en la capital
de un país europeo queden todavía tiendas diminutas de
ultramarinos. Fabricad un muestrario de las preciosas fachadas de
azulejos, que le dan un brillo como de mar soleado a la ciudad.
6. Descansar:
Y luego posad vuestros huesos castigados
en el banco de una plaza. Aparecen entre el laberinto callejero como
si fueran oasis, y te atraen igual, aunque detrás de ti no lleves
una caravana de camellos. Son paréntesis de sombra y juego, con
viejos que le dan al dominó tan serios, que parecen como si se
estuvieran apostando el destino de las naciones, y niños kamikazes
sobre sus bicicletas. Madres que se masajean los riñones mientras
suspiran por que el tiempo pase rápido, y sus críos se enganchen a
la aventura de andar sobre sus propias piernas. Gente que lee, gente
que enseña a gente a leer, niños de guardería siguiendo a sus
maestras como una fila de patitos, gente que se para y, simplemente,
respira. Buscad la Praça do Principe Real (flipad con el ciprés
tamaño caseta municipal); el Jardim da Estrela, tan cursi como un
merengue de fresa, tan ajeno al nuevo e higiénico diseño urbano; y
el Largo do Carmo, que tiene el esqueleto de un convento, y unos
soldados muy emperifollados, plantados en la puerta de un cuartel
requeteimportante para la historia del país, y un encanto tropical
de jacarandas, brutal.
7. Cotillear:
Claro que también podéis tomaros una
cervecita en alguna terraza, espiando de paso a los lisboetas. En el
Largo das Portas do Sol, arriba en Alfama, uno se puede quedar
mirando el río hasta que se le queman los cristalinos, borracho de
tejados. A veces suenan en directo ritmos brasileños, africanos, y
los guiris se desmelenan bailando. El Largo de São
Domingos, junto al Rossio, es el lugar perfecto para apostarse a
acechar a los negros. Ellos esperan en los semáforos, corren para
agarrar el autobús, hablan por el móvil, empujan carritos de
niños-juguete, llevan dos bolsas del Pingo Doce en cada mano. Los
negros no te ofrecen Cd's pirata ni bolsos de mentirijilla, no salen
pitando con un petate al hombro cuando la pasma asoma por la esquina.
No tienen más cansancio en la mirada que tú o que yo. Y, sin
embargo, les gusta todavía reunirse, ellos solos, juntos, en un
rincón de esa plaza que os digo, por la mañana, por la tarde, con
pantalones, con largas túnicas estampadas, hasta que el gran pino
que hay frente al palacio rojo se transforma en un baobab. Siempre me
he quedado con las ganas de acercarme lo bastante como para saber si
hacen tratos, si los corrillos funcionan como oficiosas agencias de
colocación o inmobiliarias, si venden dudosas mercancías vegetales
no registradas por sistema administrativo alguno, si entre ellos
hablan en portugués o en algún abigarrado dialecto africano. Desde
donde siempre los he mirado, los negros esperan, simplemente.
8. Abarcar:
Y admirar. Es en los miradores
donde se comprende la anatomía de la ciudad, donde percibes que lo
que hace la luz con esta ciudad es casi pornográfico. Graça, São
Pedro de Alcântara, Santa Luzia, Santa Catarina...Imposible cansarse
de mirar las piececitas de ese Lego, las motas de color, los árboles
que parecen ovillos un poco desmadejados. Los miradores tienen el
mismo efecto que esa frase con chispa, esa sonrisa definitiva, ese
hoyuelo que te informa educadamente de que te acabas de enamorar de
alguien.
Prima querida!!!! Estaba deseando que publicases ya hoyyy!! Varias veces me he metido en el blosss y nada.. JO, ME ENCANTA COMO ESCRIBESSSS,reinsisssto! Cuál fue nuestra famosa placita? Donde conocimos a los majetes lisboetas? Jijiji. A ver si nos llueve... Siguenos contando!! Quiero más!!
ResponderEliminarPo ri, no más, que agoto la etiqueta lisboeta en dos días. Poco a poco (maniobra de dosificación comercial.
EliminarAquel luctuoso lugar se llama Miradouro de Santa Catarina. Busca un árbol sobre una azotea. Eso te dejo de deberes.
JOOOOOTER!!Quiero ir YA!. Y si voy, me imprimo tus post y los sigo al pie de la letra!.
ResponderEliminarVenete Laurita!!!!!!!! Con nusotras!! Y tomamos un bokarito de nata de alto copete deis Belém!
EliminarQue dido yo que se me podían pagar los servicios con un paquetito de pasteis (las queijadas de Sintra, o los pasteis de cerveja, que se venden también en una pastelería de Belem, resisten mucho mejor los viajes transfronterizos)
EliminarMe acuerdo de nuestro cabogateo, mozas, e imagino la poca de risa que nos echaríamos las tres juntas allá por Lusitania.
Jajaja, hay "anónimos" fácilmente reconocibles (escribes igual que hablas, jodía). Pues me parece muy bien tomar un bocarito pronto y no hace falta que sea tan lejos.
EliminarQue risión, de verdad, fue...fue...DANTESCO.
En este comentario no hay coña ni deseos gratuitos de adular. Yo enviaría estos post sobre Lisboa a las editoriales sobre guías de viaje. Para el mío próximo me encantaría encontrar un librico con comentarios y consejos de ese estilo (estilazo).
ResponderEliminarBusca por ahí un listado y hazlo; si no lo haré yo.
Sí, sí, una agente literario!! Yo querer, yo pagarte por ello con un libro para ti solita!!
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