Amor:
Supongo que lo hace porque mi frío le
duele más que el suyo propio. El cuarto de baño de la casa de mis
abuelos está en un rincón del patio, y bañarse de cuerpo entero,
en invierno, es una heroicidad para la que la blandura navideña no
nos ha programado. Ella me pone una mano sobre el cuello, y me hace
agachar la cabeza sobre el lavabo. Con la otra, sujeta el mando de la
ducha. Luego me enjabona, me rasca, me masajea, me frota las orejas.
Yo hago pedorretas, como si tuviera seis meses y me hubiera entrado
agua por la boca. Las dos nos divertimos un rato, igual que hace más
de treinta años. Con la ventaja de que, ahora, también yo tengo la
oportunidad de saber que este momento en que mi madre me lava el pelo
es un pedazo de intimidad en bruto que, al menos a mí, me acompañará
adonde quiera que vaya.
Baile
del Caballo:
El
año que comienza con una pareja que consuma semejante danza tribal
en el salón de una casa vieja, mientras la madre y la tía de la
moza se van quedando dormidas en los sillones, no puede ser un mal
año. Los cuatro, mozo incluido, llevan todavía los labios pintados
de rojo, a pesar de las uvas, del besuqueo posterior, del cava,
porque a la descerebrada que baila se le ha ocurrido, justo antes de
la cena, ese pequeño rito de bienvenida. Y a pesar también del
pragmatismo de esta-es-una-noche-cualquiera, han sacado un mantel
bonito y servilletas de tela, se han servido una cena ligera pero
buena, hasta se encendió una vela. Un año que comienza con unos
cuantos gestos gratuitos y alegres no puede ser nunca un mal año.
Mi reino por un canapé de cecina y membrillo |
Ciudad
Encantada:
El lugar así llamado en los mapas no se
merece el nombre. Un puñado de piedras no más alucinadas que las de
cualquier lugar donde haya piedras grandes. Un montón de pinos, como
pareos puestos para ocultar la poquita cosa de una anatomía. Un aire
como de postal hiperpigmentada de los años del desarrollismo
franquista. Y una ausencia flagrante de recuerdos de la niña que fui
y que se supone que paseó por esos andurriales. En cambio, Cuenca...
Llegamos de noche, y primero fue una subida tremenda, y luego bajar,
bajar, bajar, por calles mal iluminadas con puntos de luz flacos como
antorchas. Como apenas si se veían trozos de cielo entre los
edificios altos, me costó poco imaginar que andábamos por una
ciudad subterránea, un meollo kárstico colonizado a duras penas por
los humanos. De día, sin embargo, la piedra se disuelve, la cueva se
derrumba y, oh, mira, ahí está ese manojo de estalagmitas
multicolores, adorables, y esas revueltas de cuestas donde la esquina
del ojo encuentra un ramalazo lisboeta.
Belén viviente |
Fotos:
¿Es lícito mantener un idilio
apasionado con un objeto? Que se me condene por frívola, que se me
cante por las esquinas el Material girl de Madonna, pero cada
vez que mi nueva cámara me regale una foto tomada con poca luz, pero
precisa, una foto de colores tan cálidos que dan ganas de
acariciarlos, una foto que hermosee la realidad, yo derramaré unos
lagrimones que ni Romeo.
Con esta foto desfloré dulcemente a mi cámara. Había luz de velas, los ruiseñores trinaban... |
Metáfora:
La posada en la que nos alojamos tiene
una salita; la salita, un ordenador público; y el ordenador, una
conexión de internet infame. En el transcurso de las dos primeras
operaciones las uñas me crecen por lo menos cinco milímetros. Abro
mi sesión de Blogger. Y ya no puedo hacer nada más. El sistema se
bloquea una y otra vez, y lo único que alcanzo a ver es ese tablón
desvergonzado que me muestra los cuatro gatos que han visitado el
blog en mi ausencia. Mi amor propio vuelve a llevarse un picotazo. Es
el cuervo malo del fracaso, revoloteando sobre mi cabeza. Me insinúa
que tal vez deba abandonar. Apago el ordenador sin poder cerrar mi
sesión. Y, mientras subo las escaleras crujientes que llevan a la
habitación, vuelvo a acordarme de la chorrada del Año Nuevo. No
puede seguir todo igual, manifiesto, y me lo creo. No puedo quedarme
bloqueada ante respuestas de un sistema que no depende de mí. No
puedo escribir mientras escucho las notas de la ansiedad por que me
lean.
Puente:
Y como no puede seguir todo igual que
antes, me atrevo a cruzar una segunda vez el puente. Es metálico y
rojo, como deben ser los puentes; cojea sobre una sola pata tremenda,
e incita al suicidio hasta al Dalai Lama. La primera vez que lo hice,
era de noche, soplaba un viento asesino, y sólo podía pensar en que
ni siquiera la ingesta masiva de polvorones de este año iba a
salvarme de ser empujada al abismo por una corriente de aire.
Atravesé sus sesenta metros con las manos en los bolsillos y la
cabeza gacha, como una lunática, y con un paso entre trote y galope.
Cuando llegué al otro extremo, dije “ah, sí, las Casas Colgadas,
muy bonitas”, y a dios volví a poner por testigo de que jamás
volvería a etc, etc. Pero al día siguiente, con una luz solar
absolutamente precisa en lo que se refiere a la magnitud de los
abismos, me tragué mis promesas, y volví a cruzarlo. Porque Jose
quiso hacer el mismo camino de la noche. Por propia gallardía.
Porque me gusto cuando hago cosas que el miedo me tiene vetadas. Esta
segunda vez fui lentamente. Me fijé en lo que deben de fijarse los
turistas profesionales. Me fijé en los candados de novios que
probablemente ya habrán roto. Me fijé en el río que, allí abajo,
parecía una tira de papel de aluminio en el belén. Me fijé, lo
reconozco, en las caras de la gente con las que nos cruzamos, para
detectar posibles intenciones homicidas.
Thermomística:
¡Ah, pero esta entrada se merece un tomo
enciclopédico completo!
Ay, vida mia, vida mia!.
ResponderEliminarSilvia no te desanimes por tus pocos lectores mujer,sois muchos los que escribís y el tiempo es corto para los que os leemos.
ResponderEliminarBesos.
Seguro, seguro, seguro que tu frio le duele más que el suyo.
ResponderEliminarQué grato ver la foto de ese salón, esa mesa, el sillón donde me senté en mi última cena del año, la vela que (san) Jose encontró no sabemos dónde, la frugalísima cena, tan rica, la radio que será de los primeros objetos que vieron mis ojos...y recordar lo agradable que fue la cena, esos cuatro gatos bien avenidos. Lamento no haber visto más que en un reojillo vuestro divertido baile, aunque os oyera reir y riera por dentro. Niego haberme dormido, ni en ese momento ni en todos los demás de los que me acusó reiteradamente ese puñetero (¿san?) Jose.
Espero que sigas restando importancia al contador de lectores. Concozco gente que escribe tan estupendamente como tú, a los que sólo han leído una, dos o tres personas; algunos murieron conjurando necios, sin haber sacado del cajón futuros y póstumos best sellers... Escribe.
Amén, como diría una que sabemos
ResponderEliminarEnhorabuena plimica que más mejor he leído in my life
ResponderEliminarEres monada inconfundible, plimica.
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