Llevo todo el día repitiendo en mi
cabeza este mantra.
Esa carita existencialista |
El perrito en primer plano es mi mente
influenciable y sumisa. El perrazo de atrás son los fastos del fin
de año. Actúa normal, me digo. No te enredes con la publicidad de un
telediario sospechosamente falto de contenidos, que ha de ser rellenado con fuegos artificiales
en Sidney y camarones de a ciento treinta y tres euros el kilo. Actúa
normal. No vuelvas a humillarte ante las esquinas del calendario.
Sabes de sobra que la cronología es un corsé que sólo de lejos
recuerda a las verdaderas formas de la peripecia humana. ¿Puedes
asimilar completamente la edad que delata tu DNI? ¿Y no crees
en cambio que una noche del junio pasado, o de hace ocho años, tiene
más jugo todavía y presencia en tu vida que lo que hiciste ayer
después de ponerte el pijama? Pues eso. La cronología es un marco
con purpurina dorada, un poco chabacano. Actúa normal: el
júbilo no tiene fecha.
Actúa normal. Si todo lo que eres
capaz de cocinar pasada la hora de la merienda es una tortilla que
siempre se queda en revuelto, a santo de qué te vas a poner esta
tarde a preparar manualidades rellenas de confit de pato. Actúa
normal. Lo de las uvas. A los gatos de la casa les parecerá
degradante ser alimentados por gente capaz de llenarse los carrillos
de fruta de esa manera gratuita.
Actúa normal. ¿Necesitas acaso
un cambio de dígito para tomar impulso? ¿Se bloquea el resto del
año tu capacidad de renovación? ¿El paso del tiempo y los
incumplimientos te echan en el cogote su aliento? ¿Tan chapucero es
tu proyecto de vida que precisa ser remendado cada año?
Actúa normal en esta noche normal, no
paro de repetirme. Pero mi mente es un perro de patas cortitas. El
fin de año me atrapa siempre y me muerde en la yugular. Y yo me dejo
mientras finjo oponer resistencia. Es memo, pero me encanta. El
numerito de las uvas y el jolgorio cuya verdad sólo dura lo que la
última campanada me encanta. Los ritos forzados me encantan. El
optimismo zafio me encanta. Rendirme a la superstición del progreso
vital me encanta.
Me encanta la anormalidad.
Y me encantaría cumplir también esa
pequeña ordinariez de consignar los logros de este año que acaba,
pero en la cocina me espera un rollo de pasta brick que tendré que
domar a fuerza de látigo. Y en los arbustos, unas cuantas flores de
romero que tengo que recolectar para darle garra a mi postre de piña
a la plancha, antes de que el último sol del 2013 se ponga para no volver nunca más.
Feliz año a todos los queriditos que no
ponen reparo a dormir en los coches.