viernes, 29 de noviembre de 2013

Un canon

 
Imagínate esto.

Imagina que la solidaridad no fuera una mercancía gratuita, ni un asunto elemental como plantarse sobre los pies. Que tuvieras que dar algo a cambio para poder jactarte de tener un corazón humano. Imagina que no se te permitiera ser un testigo meramente indirecto del drama de los demás. Que no fuera posible responder a las noticias sangrantes sólo con un compungido y bonito movimiento de cabeza, con un juramento, con una tristeza teatral de las que se disipan rápidamente, y a otra cosa, mariposa.

Imagina si esa compasión transitoria tuviera un correlato en tu carne. Si las treinta puñaladas en el cuerpo de una mujer que sabía de sobra la comida favorita de su asesino, o la carnicería de los cortes de cuchillas colocadas en una frontera, perforaran al menos las primeras capas de tu piel. Imagina que una noticia de hambre y frío generase en tu cuerpo un eco de hambre y de frío. Que el dolor fuera físicamente propagable. Que conmoverse fuera una cosa seria, y no un gesto de buena educación. Que cada acto de condolencia se convirtiera en un trance, en un rito de paso para alcanzar un grado de integridad superior.

Imaginálo un momento. Lo que diría de ti ese canon de sufrimiento real. ¿Comprarías ética con un dolor acerado, pongamos que en el reverso de tu muñeca derecha? ¿O preferirías que sentirte parte de una fraternidad te siguiera saliendo de balde, igual que ahora tantos libros, series y películas?

2 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas01 diciembre, 2013 22:43

    Una idea tan rompedora merecería ser practicable, pero no a elección de los seguramente pocos voluntarios a probar el dolor ajeno en su propia carne, sino por decreto universal ¡cómo cambiaría todo!

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    1. Pero eso le quitaría un poco de enjundia a la elección. Sólo de la posibilidad de elegir puede surgir una postura ética.

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