Algo que me asombra de la fotografía es
su espíritu de hechizo: que el clic sea una palabra mágica con la
que encantar el mundo y congerlarlo como en los cuentos o los juegos
infantiles. Ahí tienes tu foto: un trocito de historia a la orilla
del tiempo, puesto a recaudo de los rápidos, las pirañas y los
gusanos. Algo levemente inquietante como encontrar tus dientes de
leche en una caja de cerillas. Antes o después, siempre termino
prestando menos atención al instante salvado que a los que pudo
tener por detrás y por delante. Me cuesta no dibujar en torno al
beso cristalizado, la mirada de desconcierto que durará para
siempre, las manos que se agarran sin fin a algo. Trato de
desenganchar el momento quieto de las redes. De deshacer el encanto.
Quizás por eso me apacigua la fotografía
del paisaje, sin animales, sin el exhibicionismo del objetivo macro:
porque lo duradero viene ya de serie en lo fotografiado; porque el
flujo que detienen esas fotos se mide a una escala indetectable por
el ojo humano.
Y sin embargo, muchas veces me sorprendo
queriendo congelarme. Seguro que a ti también te pasa lo de pensar
ojalá tuviera una cámara ahora mismo. Ojalá pudiera atrapar
una pompa de jabón en una jaula, meter en una caja de cerillas este
instante. Ojalá el acto atolondrado de levantarme al son de ¡las
croquetas se enfrían! no disipe para siempre la visión de mis
piernas en alto, apoyadas en la puerta abierta de un coche. ¿Puedo
guardar también esto? ¿Me dirá algo significativo esta foto de
aquí a unos cuantos años?
Adoro
refugiarme en mi coche cuando hace sol, pero también demasiado
viento como para leer al aire libre. Me hace sentir una niña en un
sótano o en su casita del árbol. Por el hueco de la puerta veo
centellear el olivo con la luz minuciosa que trae el Poniente.
Tréboles en el suelo. El estampado vegetal de mis mallas, no tan
rococó como la porción de huerto que se intuye en tercer plano. Me
parapeto tras un sombrero de paja porque ando un poco obsesionada con
la perfidia de las radiaciones solares. Tengo el libro que se ha
adueñado de mi voluntad en el regazo. Llevo todo la mañana leyendo
a contrarreloj, porque mi madre lo sacó de la biblioteca, ella me lo
ha pasado como un camello, y yo no puedo llevármelo a Granada esta
tarde. No he hecho sentadillas ni flexiones, no me he duchado, no la
estoy ayudando en la cocina. Leo con apremio porque mi vida me acosa,
y yo quiero que se interrumpa un instante para zambullirme en otra
historia.
Y
a la vez quisiera hacer clic justo ahora para que la dicha de mi propia historia dure.
Fotografía, libros y paisaje. ¡Joder que buena combinación!
ResponderEliminarSúmale buena compañía y unos pepinillos gordos rellenos de boquerones en vinagre. No sé por qué no me dan alguno premio de coctelería.
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