Amy Toensing. Me gusta tanto que le mandaría bombones por San Valentín |
Me he dado cuenta de que sólo imprimo
las fotos en las que tú sales. No es algo premeditado en absoluto,
pero tampoco es casual, supongo. Creo que hay algo en ti, o en
nosotras dos juntas, que exige un soporte físico para que lo
entienda. Necesito tu cuerpo cerca, tocar las cosas de las que te
cansas y que siempre me regalas, repasar imágenes tuyas en papel
mate. Soy incapaz de pensarte, igual que vivo perfectamente sin
hacerme a la idea de cómo funciona mi médula ósea. No sé
imaginarte, porque te conozco desde antes de haber aprendido a
diferenciar nuestros nombres.
Siempre escribo en el dorso el lugar y el
momento en que se tomó cada foto. Con lápiz, como me enseñaste.
Como si las circunstancias pudieran borrarse y reescribirse a tu
antojo. ¿Te acuerdas de esta? Detrás de ella he escrito Lake
Tahoe. Es lo que te hubiera gustado. Yo no sabía que existía
antes de que me lo contases. El lago que salía en El Padrino;
en la frontera entre California y Nevada. En realidad la foto nos la
hicieron en no me acuerdo qué pantano. Abuelos en sandalias, islotes
de basura, rumanos nostálgicos furtiveando carpas. Ya sabes. Pero
nuestro coche no tenía aire acondicionado y la península parece en
agosto malintencionadamente grande.
A mí me daba grima bañarme. Las aguas
embalsadas me espantan. Mi piel parece tosca al lado de la tuya. Por
mucho que me empeñe, nunca me depilo de manera impecable. No quería
que vieras las piernas flacas de mi marido. Pero los dos os
conchabasteis. Él, loco por verte en bañador. Tú, derrochando como
siempre osadía y estilo. Con ese mohín tan tuyo de oh, vamos.
Contigo una se siente ceniza hasta deseando feliz cumpleaños.
Y, míranos ahí, a punto de enfrascarnos
de nuevo en otra competición imposible. Instantes antes de
zambullirnos. El agua es gentil contigo como Moisés en el Mar Rojo.
Yo he aprendido a disimular mis planchazos. No tengo tu clase ni tu
elasticidad delfina. Tú eres la campeona olímpica de la fotogenia.
Y creo que me has usado toda la vida para entrenarte. Creo que por
eso me enseñaste a nadar sólo a medias. Y a fumar, a maquillarme o
a inclinar el cuello de modo adorable.
Pero, aunque después se nos olvide, siempre soy
yo la que gana. Nado feo pero con rabia. Deseando que te hundas
en el fondo pringoso del pantano. He dejado de fumar. Mi marido
piensa que convivir contigo debe de ser un coñazo. Te adelanto lo
suficiente como para verte llegar como una reina. Eres tan perfecta
que me desarmas. Tú me lo has enseñado todo, aunque sólo sea a
medias. Yo soy fundamental para ti como un marco.
Y así son las relaciones femeninas. Tal cual.
ResponderEliminarSalud niña!
Por cierto, gracias por Amy. Últimamente me das muy buenos consejos ;)
Yo estoy enganchada a su blanco y negro y su ternura sutil.
Eliminar¿Tú crees que eso que he escrito es un arquetipo, que las mujeres nos miramos inevitablemente con esa mezcla de devoción y recelo? Yo creo, o quiero creer, que no. Escribí sólo una posibilidad contenida y sugerida por las posturas de las nadadoras.
Salud y nieve,trotaora!!