Tal vez llegues al final de este primer
párrafo un poco irritada. Tal vez pienses que sí, que puede que lo
haya escrito con buena intención, pero que el mero hecho de publicar
unas palabras que podría haberte dirigido perfectamente por
teléfono, las convierte en cómplices de exhibicionismo. Ya está
otra vez Silvia haciendo lo mismo: construyéndose una imagen de
sabiduría altruista a través de discursos sobre problemas por los
que ella nunca ha pasado. Eres mordaz, eres escéptica, y tienes
ojo clínico para señalar la candidez ajena. Cierto, yo nunca he
estado en paro. Pasé de la universidad a mi plaza de funcionaria sin
sobresaltos ni espíritu crítico. Me esforcé con las oposiciones,
pero bueno, tampoco eran para juez o neurocirujano. Compré mi
seguridad con un temario asequible. Que encima fotocopié de un libro
de la biblioteca. Así que mis consejos resultarán sospechosos. De
presunción. De condescendencia. De figureo. Podría haberte escrito
una carta, si es verdad que mis pensamientos salen más ordenados de
mis manos que de mi boca. Podría haber escogido una vía íntima
para demostrar mis ganas de ayudar. Pero créeme, no es que me haga
ilusiones con la idea de que lo que te digo a ti podría servirle a más gente. No tengo tan elevado concepto de mi propia importancia.
Sólo que, bueno, la rutina de escribir y la de publicar se han
aleado de tal manera, que hasta las ideas idiotas y los pensamientos
perecederos que le dedico solamente a mi libreta me parecen una
pequeña traición al blog. Chorradas. Quizás deberías dedicar tu
irritación a mi gusto por los preámbulos.
Empiezo, entonces: pienso mucho en ti. Llevo estos días intentando elaborar una especie de plan de acción.
Puede que llamarte, demostrar que al menos mi voz está de tu lado,
fuera de más provecho. Pero siempre me parece que presentarme de esa
manera, sin nada que ofrecer, como un invitado gorrón, no es muy
educado. Si me imagino en tu circunstancia, puedo verme perfectamente
deseando que alguien me venga con el problema mascado. Así que le
doy vueltas a la cabeza. Y como no sé de vinos ni de alternativas al
paro, no termino de decidirme a coger el teléfono.
Pero es mejor un cartón de Don Simón
que un insípido vaso de “Verás cómo todo irá bien. Ánimo”.
Por ahora sólo se me ocurre esto:
Haz
cuentas
Es cierto que tienes ahorros para ir
tirando una temporada. Puedes quedarte en Madrid unos meses más,
seguir confiando en que alguno de los muchos currículos que dejas
por aquí y por allí llame la atención de alguien, y cuando se te
acabe el dinero, siempre puedes pedirle a tus padres que vuelvan a alojarte.
Pero, piénsalo, ¿ es el alquiler de un piso más pequeño que una
alfombra una inversión de futuro? ¿Mejora tus opciones el hecho de
estar en una gran ciudad? ¿Estás utilizando las
oportunidades que se supone que caracterizan a la capital, más
gente, mayor posibilidad de hacer contactos, más ideas originales, o
el pesadísimo trabajo de desempleada podrías hacerlo igualmente en
cualquier sitio con acceso a internet? Sé que la autonomía es
adictiva, y que la perspectiva de regresar a una provincia donde una
de cada tres personas está parada no parece una genialidad, pero ¿y
si tu búsqueda no da resultado, al cabo de esos meses? Pasará que
tendrás que volver igualmente, y que en la estación de autobuses
tendrás que hacer cuentas para ver si puedes comprarte una bolsa de
Doritos y una revista, o sólo los Doritos.
Invierte
Haz un estudio de campo. Echa mano de
gente de la que conoces su segundo apellido y su tono de voz. Y
pregunta. Oye, Caro, ¿siguen contratando a los alumnos de escuelas
de hostelería en los restaurantes de la Costa del Sol? Porque el sol
sigue brillando, un poco perversamente, pero bueno, y los guiris
siguen llegando en manadas, y sus dimensiones generales delatan que
siguen comiendo. A ti cocinar no te disgusta, ¿verdad? Entonces, tal
vez el dinero que has decidido no gastar en alquiler pueda servirte
para pagarte una nueva profesión.
Tómate
medidas
Aunque es verdad, y las radios se empeñan
en castigarnos con el dato, que el hecho de invertir en formación se
parece peligrosamente a escalar sin cuerdas. Nunca hasta ahora
tuvimos necesidad de poner en solfa la idea de que llegar a ser
enfermera, o periodista, o maestro, nos permitiría pagar el móvil y
los viajes a Tailandia. Pero las tarjetas de presentación son más
útiles hoy en el contenedor azul que en tu cartera. La actividad que
figura debajo de tu nombre, lo que seas o dejes de ser, lo que un
organismo oficial desacreditado acredite con su sello, ya no tiene
importancia. Lo que vale no es lo que eres, sino lo que sabes hacer.
Una perogrullada. Así que coge papel y lápiz, y haz una lista. ¿Qué
sabes hacer? Sabes sacar sangre y coger vías. A lo mejor alguien, en
Guatemala, o en Angola, tasa ese conocimiento en forma de alojamiento
y manutención. Hemos dicho que sabes cocinar, y sabes inglés,
¿sería descabellado ofrecer clases de cocina española, a
domicilio, a estudiantes americanos?. A lo mejor no te da para pagar
el piso, pero sí al menos para la factura de internet. Tienes una
astucia terrorífica para esas cosas prácticas del dinero que a mí
me apetecen siempre tanto como cortarme con el borde de un folio. Yo
te pagaría unos eurillos por llevarme las cuentas. ¿Yo sola? Sabes
cuidar. ¿No va a haber en Estepona ningún extranjero que ponga las
achacosas noches de su madre nonagenaria en tus diminutas manos?
Intercambia
Es posible que el trueque te parezca de
un candor preindustrial, pero hasta hace cinco años todo el mundo se
tragó el cuento de que una casa en propiedad nunca perdería valor,
y de que, bebiéndonos la botellita con la etiqueta correcta, como
Alicia, la del ladrillo, la de los ceros en la cuenta corriente, por
ejemplo, seguiríamos creciendo, y creciendo. Quizás lo material
suponga ahora una débil esperanza, después de habernos inmolado en
el altar de lo especulativo. Quizás lo que Madrid pueda ofrecerte,
más que ningún sitio, sea la posibilidad de incluirte en redes de
personas que dan y que reciben. A lo mejor un abuelo huérfano de
nietos te cambia una habitación de su casa por compañía nocturna y
atención. A lo mejor ponerle inyecciones a alguien puede reportarte
que otro te cuide el gato mientras te vas a trabajar a los cruceros.
Hay bancos de tiempo, hay gente que cambia lo que le sobra de la olla
de curry por una clase de español, o que te ofrece alojamiento en
una granja a cambio de unas horas de trabajo. Yo creo que quedan
posibilidades creativas en la mutua confianza. Y creo que el desánimo
nunca rinde un buen interés.