Llamadme Exagerada. Pero es verdad que
tengo agujetas en los pulgares. Ayer agarré el volante de mi coche
con tanta fuerza, a lo largo de tres, he dicho tres, horas, que a
punto estuve de hacerme una con él. Que por qué. Pues porque dentro
del cúmulo de virtudes que me adornan no está la paciencia. Yo
intento luchar a su favor, y hago avances, en serio. Con una
condición: que la batalla me pille de pie. Y ayer me pilló sentada
en el coche. Rodeada de una población de seres humanos cuyo simple
cálculo me da nauseas. Los atascos nivel “Dante lo hubiera
colocado en todo el cogollo de los nueve círculos del infierno”
sacan el pequeño führer que habita en mí.
Playa de Bolonia, Cádiz. Ocho de la
tarde. La hora feliz de los paisajes. 2 x 1 de visiones irreales:
miras, te espantas de que la luz, colándose entre esas nubes
plomizas que ha arrastrado el poniente, pueda sugerir tanto. Y,
entonces, pestañeas, y ya no hay nubes, ni sombras ni tímidos rayos
de sol, sino oro macizo. Reconoces tu coche a la distancia, ahora que
ha quedado espacio libre a su alrededor, y le guiñas un ojo, como si
quisieras invitarlo a una cerveza, y lo que encarte. Tú y tus amigos
os metéis en él sin limpiaros los pies de arena, total, para qué,
si en tus esterillas se podrían plantar boniatos. Esa dejadez te
hace sentir elástica y amable. Ya ves qué tontería. Pero es que
uno sale de la playa, a esa hora, sudando un suave orgullo animal.
Las cosas no importan, los diálogos, los cuidados. Con el sol bajo
dándote en la cara tirante de sal, lustrada por el viento y la
arena, tienes los mismos ojos achinados que ponen los gatos cuando se
les habla. Ves palmitos. Los amas. Vacas. Las amas. El puesto de
sandías. Te casarías con todos los flemáticos vendedores de
sandías del Universo. Con la manita, dices “hasta pronto” a los
molinos de viento, a las caravanas en las cunetas, a los hincos
retorcidos de acebuche que soportan las alambradas. Tu coche
perezoso desemboca entonces en la carretera nacional. Y ya no sigue
más. Se acabó el idilio.
Porque al menos un cuarto de humanidad ha
tenido la brillante idea de tender su primer domingo de agosto sobre
estas arenas. Del Palmar a la isla de las Palomas, una infección de
gente que huele a crema solar. Vale, paciencia. Te dices. Le dices a
tu compañía. Seguro que es un par de kilómetros, apenas. Venir
hasta aquí ha merecido la pena. Tienes dos amigos no muy parcos en
palabras, precisamente. Restos de bocadillos del mediodía. Una
botellita de agua. Música. Nubes rosas. Toneladas de paciencia. En
realidad, la caravana se mueve. Hasta que deja de moverse. Pero los
acebuches, son bonitos, ¿verdad? Con lo que echas de menos su forma
globosa, como de abuela de pueblo, allí en Granada.
Pues vas a darte un atracón de
acebuches. Va a llegar el momento en que desees verlos arder. Esto va
más lento de lo que parece, lo que, así pronunciado, parece el
colmo del optimismo. Porque no, esto no va. En absoluto. Muy de vez
en cuando te parece oír un sonido extraño. Miras a tu alrededor, no
logras identificarlo. Hasta que te das cuenta de que lo que percibes
es el silencio. El coche de atrás ha parado el motor. El que te
precede ha parado el motor. Los coches que estriñen los treinta
kilómetros de carretera que hay entre Algeciras y tú han parado el
motor. Una especie de Efecto 2000 petrolífero. Lo que significa que,
en el caso improbable de que logres alcanzar una cama, esta noche vas
a acostarte como tres años más vieja. Cada vez que vuelves la
cabeza para mirar a tu amigo en el asiento trasero, te da la
impresión de que le ha crecido la barba unos cuantos milímetros. Tu
amiga se descalza y pone los pies desnudos directamente sobre la
tapicería. Frunces el ceño, discretamente. Vaya. ¿Qué fue de
aquella benevolencia con la que empezó el camino de vuelta a casa?
Se esfumó, igual que los mismos conceptos de “camino” y “casa”.
Cuando la gente empieza a compartir su
mierda de música y a salir de los coches, no queda ni rastro de tu
propósito de paciencia. Qué demonios. Encima que tienes que
tragarte el Apocalipsis en Forma de Atasco, ¿vas a castigarte con
ejercicios espirituales? Ahí es cuando empiezas a apretar el volante
como si quisieras estrangularlo. Minutos antes de las nueve acabáis
con las vituallas. ¿A qué hora empezaréis a miraros los muslos con
ojos de gourmet? Dos coches por delante, un montón de tías sin
novio, eso es algo que se nota a la legua, empieza a bailar en el
arcén, se hacen fotos, interpretan un numerito de voleibol que ni
Yola Berrocal y sus colegas de trabajo. No por alegría, qué va.
Para que la gente las mire. Para que Facebook las mire. Las
reconocéis. No puede ser. Pero si es el catálogo de tetas que se
sentó detrás de vosotros en la arena. Ah, la intimidad de los
atascos. Lo que hubiera planeado Cortázar, con smart phones y
reggaeton y el despilfarro sexual de nuestros tiempos. ¿Ves? Estás
empezando a desearle la muerte a la gente más joven que tú.
Oficialmente, te has hecho vieja.
Entonces tu resignación se agota.
Pacienciograma plano. Se te pone un psicópata conquistador extremeño
entre ceja y ceja. Y, después de muchas dudas, decides darte la
vuelta. Como suena. Si hay que morir, que sea andando. Si hay que
pasarse la noche al volante, al menos que sea con el acelerador
pisado. Porque lo que este cuarto de humanidad no sabe es que hay una
vieja carreterita, benditos sean los represaliados de la Guerra Civil
que la asfaltaron, que, atravesando la zona más bonita del parque de
Los Alcornocales, une las localidades de Facinas y Los Barrios,
obviando olímpicamente el fin del mundo en forma de atasco.
Secretillos laborales que sabe una. También sabes que la carreterita
no es tal, sino pista llena de baches. Y una cosa que no sabes: si
desde la última vez que circulaste por ella, la sucesión de baches
se habrá convertido en Zanja Infranqueable para Turismos de Clase
Media-Media. En Facinas, los únicos vecinos a los que has podido
abordar te desaconsejan, con las proverbiales mesura y ponderación,
ejem, de los gaditanos, que te metas por allí. Pero no hay marcha
atrás. Porque eres Hernán Cortés. Porque no quieres hacerte vieja
en un atasco.
Ahora quedaría genial si, de vuelta a la
primera persona, os dijera que, toda yo brío y alborozo, me di a la
aventura de conducir por una mierda de pista forestal, entre árboles
fantasmagóricos y de noche cerrada, cuando Todo el mundo sabe que yo
NO Conduzco de Noche, porque soy un topo. No fue tan fácil. No me
solté, como mi propio mito dicta. Empecé a manifestar síntomas de
esquizofrenia, a cada bache. Volví a asfixiar a mi sufrido volante.
Hice que mis amiguitos se tuvieran que devanar los sesos para
encontrar la manera de relajarme, como si fueran dos sufridas
tailandesas y yo un barrigón de Ohio. Y la encontramos, entre los
tres. Durante una hora (segunda, bache, primera, segunda, bache), me
hicieron una entrevista sobre la breve historia y anatomía de este
vuestro blog. Y, oh, cómo desapareció la tensión. Hablé como una
cotorra. Y yo siempre he sido esa Misteriosa Mujer de Pocas Palabras.
Juju. Y al final lamenté que la mierda de pista fuera a dar a la
autovía, muchos kilómetros por delante del lugar donde a las
exhibicionistas del atasco se les empezaba a caer las tetas y a
amargársele el carácter.
Moraleja: como manda esta canción
salvajemente buena de Arcade Fire, mejor mantén el coche en
marcha. Escribe mierdas. Métete en los baches. Aunque te duelan los
pulgares.
Primita, eres genial, enhorabuena driver in the night!! Que total... Me encanta leerteee!!
ResponderEliminarMJ