sábado, 18 de agosto de 2012

Alfabeto de un día de verano (I)

  • Aldi: los botes de tomate amontonados, como incitando al saqueo, ese techo alto, metálico, a dos aguas, una choza precaria para provisiones precarias, las batas azules de las dependientas, que tienen los gemelos hipertrofiados a costa de viajes de una a punta a otra de la superficie libre, reponiendo, cobrando, pasando un trapo mojado con limpiacristales de una marca báltica. Todo eso, sumado, recuerda a una planta de reciclaje. Ni una gasolinera de Kansas, ni una lavandería de Miami, a las once de la noche, nada, nada es más triste que el Aldi. Debería ser de uso común en la calle, la expresión “ser más triste que el Aldi”. O “estás más bueno que el salmón ahumado del Aldi”.

  • Barbacoa: se me ocurre rellenar la panza destripada de las caballas con un ramillete de novia compuesto de tomillo y romero. Se me ocurre hacer una ensalada de zanahoria rallada, lima y frutos secos machacados en el mortero. Se me ocurre mezclar medio tarro de pasta de aceitunas con el zumo de los dos limones que me ha traído Jose del huerto. Se me ocurre que la cocina molecular es una estafa. La piel carbonizada del pescado que alguien ha arrancado del mar esta madrugada, perfumada con el aroma del último carbón que nadie volverá a sacar de los bosques de la Serranía de Ronda: un soneto de amor al verano.

  • Carrefour: ¿el secreto para triunfar en un día de verano litoral? Hacer la compra a las diez de las mañana, antes, y esto es innegociable, de ir a la playa. La mesa granizada de la sección de pescado refulge más que todo Tiffany´s, y, en las cajas, todavía no se apostan hordas de malagueños con mangas a la sisa, de guiris dispuestos a proveer sus búnkeres de hectolitros de ginebra y toneladas de limas. La suficiencia pornográfica con que una bruta de Liverpool se lleva un iceberg de gambas a 56 euros el kilo es el peaje a pagar.

  • DJ J. : me estoy rajando el dedo pulgar derecho picando perejil, por su culpa. No se puede pinchar una sesión de Donna Summer cuando una insensata con las venas forradas de lentejuelas enfila un cuchillo. No, señor. Por poco ese es mi auténtico last dance.

  • Eslavos: ¿dónde he estado yo, que no me he enterado de que los rusos han acabado ganando la guerra fría? Estos que parecen haber comprado la playa deben de ser todos descendientes de Nicolás II. Qué manera regia de dejar caer sus toneladas de carne y silicona sobre las frágiles sillas de playa, qué apropiación indebida del espacio público, qué manos como folios A-4, qué piernas de templo egipcio, qué gigantismo post-Chernobil.

  • Franzen, Jonathan: podría hablar de su talento insultante hasta que la boca se me deshiciera en mieles, pero la buena de Marina se me ha vuelto a adelantar. Yo, más que romperle las piernas, lo secuestraría a la manera de Misery, y lo mantendría atado al escritorio, a fuerza de caballas asadas y manzanilla fina, hasta que escribiera otras sesenta novelas de quinientas páginas, una para cada uno de los veranos que espero vivir todavía.

  • Gris: perla está el cielo. Gris mercurio, el mar sólido. Un bloque de gris delante de mi vista para que, el próximo febrero, no recuerde yo con una nostalgia salvaje los colores de la playa .

  • Humedad: ¿pero qué país es este, Belice? La piel se me está esponjando tanto, que ya se ve casi gelatinosa. Mala noticia para mis males cutáneos. Hipotensión: tirada como un espantapájaros en el sillón, me divierte contar mis pulsaciones con la única ayuda de los dedos de mis manos. Qué carrera de deportista de élite desperdiciada, la mía.

  • Insectos:están tronando las trompetas del Apocalipsis, bajo la apariencia de chicharras. Es que ni debajo de una higuera en el tórrido julio extremeño es posible escuchar bicho que se frote las patas con más saña. ¿Las tendrá desquiciadas esta humedad del 333 % ? ¿O es que son, en realidad, el último grito de la industria armamentística norteamericana, y la parcela de mi padre es su campo de pruebas?

  • Karma: esta levedad, este economía de palabras pronunciadas, esta exageración de peras, gordas como el culo de Las Tres Gracias, que acabo de desvalijar directamente del árbol, esta sucesión de actos simples y refinados, serán los pilares sobre los que construya el resto del año.

  • Leer: antes del desayuno, y después de que mi obtuso biorritmo se vea espoleado por el primer rayo de sol de la mañana esteponera. Leer en el cuarto de baño, una frase de cinco palabras, todo lo más, porque, ejem, mi aparato excretor es bastante diligente. Leer en la playa, tonificando mis bíceps sutiles con el ladrillo deslumbrante del Arriba Mencionado. Leer antes de que la siesta me bese los párpados. Leer para revivir, después. Leer ahora mismo, sin dilación, cuando la brisa empieza a ser menos metafórica, y soy capaz de creer que vivo unas vacaciones eternas.

3 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas20 agosto, 2012 22:57

    ¿Los Aldi y los Lidl no son igualicos?
    Con la B has preparado recetas de poesía. Qué ricas.
    Ayer oí que los rusos son los turistas que más billetes nos dejan por día de estancia.
    Habrá que atacar al Franzen ese, aunque sólo sea como pacífica lectora. Ya estuve echando un ojo en la librería a tu recomendada Libertad. ¿hay algo mejor que leer? Bueno...

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  2. Calcaícos, queridita. ¿Algo mejor de Franzen, quieres decir, o algo mejor en toda la historia de la literatura universal? Yo estoy borracha de amor de lectora con "Las Correciones". He de casarme con ese tío.

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  3. Anónimo entre comillas21 agosto, 2012 23:13

    Qué mal me expresé, leñe. Quería decir: "¿se puede hacer en la vida algo mejor que leer? De ahí mi propia respuesta: Bueno...

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