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Que sí, mujer, que estuvimos tapeando por el Albayzín, y luego nos
llevaste a un garito muy underground que tenía santos dentro de hornacinas, como decoración.
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( …......) - La cara de brótola que se le ha puesto es más
elocuente que cualquier negación.
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Y dijiste que ya no te gustaba más. Que habías ido un montón,
pero que lo underground te estaba empezando a cargar.
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(….......) - Le gustaría ser capaz de decirle a sus amigos que
tienen que dejar de beber tanto zumo de zanahoria, porque el
jengibre que lleva se les sube a la cabeza de mala manera, pero es
que son dos, y ambos asienten cuando el otro recuerda, y parecen
tener tan pocas dudas como un evangelista.
-
Dijiste que esas demostraciones estudiadas de lo raro te daban
dentera. Que los simples disfrazados de modernos disfrazados de
folclóricos deberían ser exterminados.
-
(….....) - Vale, reconoce que es capaz de expresarse con
vacaburreces semejantes, pero no puede dejar de pensar que sus amigos se
equivocan de persona - ¿Y dónde decís que estaba ese sitio? - se
atreve a decir por fin, con timidez.
-
Por el Paseo de los Tristes. ¿De verdad que no te acuerdas?.
-
(…......) - alza la vista, como si esperase que el recuerdo fuera
a caerle del cielo sin estrellas - No, imposible, no era yo. Yo
nunca he salido por ahí. Mi relación con esa parte de la ciudad es
puramente turística.
De
vuelta a la tierra, sus ojos captan un cómplice intercambio de
miradas de perplejidad entre sus amigos.
¿Pensarán que les está tomando el pelo, que se avergüenza de
algo? ¿ O serán capaces de creer que lo ha olvidado todo? Y en ese
caso, ¿se sentirán molestos, divertidos, preocupados? ¿Pensarán
que sufre de algún tipo de daño cerebral, o que, simplemente, es
así de pintoresca? ¿O les irritará la idea de que aquella noche de
hace cinco años que compartieron los tres no haya dejado la menor
huella en su memoria?
Todo lo que pasó después de esta tarde se ha borrado |
Lo
que mis amigos no sabrán – porque, evidentemente, la brótola c'est
moi - es que este diálogo sembrado de puntos suspensivos se me
ha quedado clavado, a modo de penitencia, en un surco muy superficial
de mi cerebro. Desde hace una semana, cuando pronunciamos palabras y
silencios muy parecidos a estos, vivo con la inquietante sospecha de
que una parte de mi memoria ha sido lavada, por la CIA o por mi
propia inconscienCIA. O con la todavía más inquietante sospecha de
que estos dos, que duermen juntos desde hace cerca de diez años, han
terminado desarrollando la rarísima capacidad de manipular
creativamente y compartir sus recuerdos, durante las horas de sueño.
Una especie de traviesa memoria en nube que flota por encima de su
cama de matrimonio. Porque yo estaría dispuesta a pagar cincuenta
euros al que me viniese con una foto en la que se me viera a mí
dentro de ese OPNI (Odioso Pub No Identificado).
Y
porque no no no me acuerdo. Y tendría que llegar ya el otoño y el
cambio de hora para que yo me atreviera a responder a todas las
preguntas que ese olvido flagrante me genera. Por ejemplo: si varias
personas recuerdan versiones opuestas de la realidad, ¿hay
realidad?. Si yo juro que nunca estuve en un bar que, según mi
versión, podría fácilmente no existir, o existir en Singapur, y
ellos pueden jurar que estuvieron allí conmigo, ¿quién estuvo
realmente en un allí que no reconozco? ¿Tengo yo más derechos de
autor sobre mi propia memoria que ellos? ¿Acaso los otros conocen mi
historia mejor que yo? Entonces, ¿yo qué soy, la autora, la
narradora, o el personaje, a secas, de mi vida? ¿Y quién me
escribe? Aaaaa, que alguien me saque de este bodrio de novela
existencialista, por favor.
El caso es que tanto no hace de aquella
noche perdida. Cinco años. ¿Eso es mucho, es poco? Recuerdo
perfectamente el mobiliario del piso donde vivía entonces, y los
rincones donde se acumulaba inevitablemente la pelusa, y que el
frontal del tercer cajón de mi cómoda, en el que guardaba los
calcetines del uniforme, no terminaba de encajar entre el segundo y
el cuarto. Y, sin embargo, por más que buceo, soy incapaz de
encontrar ninguna imagen de mí misma desayunando en la mesa cuadrada
que había entre el mueble de la tele y la cocina americana. Cinco
años. Mucho tiempo, si considero que sigo madrugando por culpa del
mismo trabajo que muchas veces fu, y, de vez en cuando, fa. Si me doy
cuenta de que mis intereses primordiales siguen limitándose a leer,
escribir, ver cada vez menos pelis, porque el tiempo aprieta, y
reírme con quien encarte. Si mi círculo social o mis experiencias
no terminan de parecerse a aquellos que iban a asistir a la fiesta en
que se supone que iba a consistir mi futuro. Mucho tiempo, si pienso
en todo eso de más que podría haber vivido o escrito, toda la
energía adicional que podría haber dedicado a actividades con las
que nunca me comprometí, todo el amor que tenía para dar y no di.
Mucho tiempo, si me encontrase con alguna persona que no he visto
desde entonces, y no fuera capaz de resumir lo que ha sido de mí
durante esos cinco años, porque de mí no ha sido casi nada que sea
digno de ofrecer grandes titulares. Mucho tiempo, comparado con la
fecha de caducidad propia de un ser humano.
Poco
tiempo, si me pongo a enumerar que, hace cinco años... Pero ¿no son
esas las luces del alba, mi sultán? Mañana continuaré, para que
este post no quede muy largo.
Estos dos que hace ya casi diez años comparten camastro y otras tantas cosas, se reafirman: allí estuviste, y el lugar era hogogoso, y había una ventana que daba al río, y la memoria es así, así que esperaremos tu mañana con magdalena y té (bueno en este caso será mojito y tapa), para que un día, la cara del santo granadino vuelva a primer plano y nos arrastre a todos en una terrible epifanía con olor a hipster granadino...
ResponderEliminarQue puñeteros los recuerdos,como juegan con nosotros...o será al revés?.
ResponderEliminarAaaaaahh, que no, Lisensiado Montoya, que no existe un lugar así en Granada. Que en Granada no hay ríos, sólo un canal y un riachuelito.
ResponderEliminar¿Se resolverá esta historia mediante la hipnosis, amiguitos?