lunes, 11 de mayo de 2020

No corras



¿Qué hora es, dime?

Parece una pregunta sin complicaciones. Pero ahora mismo, para mí son las 09:34 de un 11/05/2020 que no volverá a repetirse. ¿Y para ti? ¿Qué instante irrepetible estás ocupando? Incluso aunque a ti y a mí nos rodeen los relojes, las respuestas nunca son fáciles.

Busquemos pues una solución de consenso. Pongamos que son las 19:53 de un día de los de últimamente. Pongamos que ni yo estoy escribiendo ni tú estás leyendo esto que te llega rebotado. Si no tengo turno de tarde, ni hoy es uno de esos días excepcionales en los que me da la levantera del ayuno, a las 19:53 probablemente esté a punto de empezar mi cena. Estoy adelantando y hasta suprimiendo mi horario de comer por la noche. Mala época para los viejos hábitos. ¿Y tú, qué haces?

No te conozco de nada, no me conoces. No eres uno de mis escasísimos lectores habituales. De ellos ya empiezo a saber de qué pie cojean y con cuál pisan fuerte. De ti sólo puedo calcular que a esta hora, 19:53 de uno de estos días trastornados, debes de andar atándote los cordones de las zapatillas deportivas. En cinco minutos estarás besando con ellas mi calle o la calle de abajo; el puente a cuya altura el río es domesticado y se encanija y desfallece; el paseo donde no crees que pase nade si haces un descansito en un banco; cualquier atajo que pienses que sólo a ti se te habrá ocurrido tomar, por eso de cruzarte con menos gente; o cualquier calle, en realidad, cualquier camino de tierra de las afueras por donde nunca, nunca hasta ahora había andado ni tú ni nadie.

19:58. Antes de hincar el tenedor en la ensalada me asomo al balcón un instante, porque la hora feliz de los garitos de guiris suele coincidir graciosamente con la hora feliz de la luz en primavera. Te veo justo entonces. No has podido esperarte a que den las ocho. Total, dos minutos más o menos qué importan. La vida no es un asunto de cálculos. Tampoco podías esperarte antes. Ya sabes, cuando dos minutos antes de la hora pactada incitabas al aplauso a todo el barrio.

Se ve que las ocho de la tarde es una hora fetiche, especialmente apta para los rituales. Momento clave para aflojar las restricciones internas de la jornada a fuerza de mojitos, crepúsculos, homenajes, paseos y trotes. No voy a confesar que a mí las ceremonias grupales me revientan, pero casi. Digamos que me incomoda hacer manifestación pública, porque toca, de sentimientos que, de tan sinceros, resultan obvios. Pero debo confesar que he echado de menos tus prematuros aplausos. Un guirigay de charlas, zancadas de carrera y tocotós de ciclistas restallando contra los escalones de la cuesta ha ido sustituyendo a las palmadas. Tú no perdonabas ni un día la cita. ¿Lo recuerdas? Hace poco más de una semana.

¿No te acuerdas de a quién aplaudías? ¿Te haces cargo de lo que sentirá una de esas enfermeras agotadas a la que agradecías el sacrificio cuando te vea corriendo con tus dos colegas, usando los bancos públicos en corrillo, yendo sí o sí allá adonde no se puede evitar el roce? Porque reconquistar las calles y las sendas es lo que ahora toca. Aplaudir en forma de pasos la libertar propia.

Ah, pero permite que te diga una cosa. Resulta que la vida sí que es cuestión de cálculos. Un asunto de mucho o muy poco. Mucha gente en las calles = contagio. Demasiados pacientes = sistema sanitario desbordado. Muy poco oxígeno en las células = muerte. Demasiado libre albedrío más muy poca responsabilidad individual= caos.

Son cuentas casi más sencillas que responder a la pregunta de la hora, me parece. Vuelve a tu casa y piensa en ello. La libertad no es una operación de lo que decides más/menos lo que te dejan hacer. Es un estado interno e independiente de si estás o no metido entre paredes. Yo también quiero aire libre y correr y abrazar a mi gente y chupetear un cucurucho en un banco y devolverme a mis paisajes primordiales, pero elijo posponer las satisfacciones inmediatas. Entre lo que necesito yo y lo que necesitamos todos, me quedo con lo segundo. Elijo que haya más vida, una vida decente para todos en cuanto sea posible, antes que unas migajas en forma de paseos apelotonados.

Así que haznos el favor y no corras. Vete mejor a tu casa y aplaude.

1 comentario: