¿Qué hora es, dime?
Parece una pregunta sin
complicaciones. Pero ahora mismo, para mí son las 09:34 de un
11/05/2020 que no volverá a repetirse. ¿Y para ti? ¿Qué instante
irrepetible estás ocupando? Incluso aunque a ti y a mí nos rodeen
los relojes, las respuestas nunca son fáciles.
Busquemos pues una solución
de consenso. Pongamos que son las 19:53 de un día de los de
últimamente. Pongamos que ni yo estoy escribiendo ni tú estás
leyendo esto que te llega rebotado. Si no tengo turno de tarde, ni
hoy es uno de esos días excepcionales en los que me da la levantera
del ayuno, a las 19:53 probablemente esté a punto de empezar mi
cena. Estoy adelantando y hasta suprimiendo mi horario de comer por
la noche. Mala época para los viejos hábitos. ¿Y tú, qué haces?
No te conozco de nada, no me
conoces. No eres uno de mis escasísimos lectores habituales. De
ellos ya empiezo a saber de qué pie cojean y con cuál pisan fuerte.
De ti sólo puedo calcular que a esta hora, 19:53 de uno de estos
días trastornados, debes de andar atándote los cordones de las
zapatillas deportivas. En cinco minutos estarás besando con ellas mi
calle o la calle de abajo; el puente a cuya altura el río es
domesticado y se encanija y desfallece; el paseo donde no crees que
pase nade si haces un descansito en un banco; cualquier atajo que
pienses que sólo a ti se te habrá ocurrido tomar, por eso de
cruzarte con menos gente; o cualquier calle, en realidad, cualquier
camino de tierra de las afueras por donde nunca, nunca hasta ahora
había andado ni tú ni nadie.
19:58. Antes de hincar el
tenedor en la ensalada me asomo al balcón un instante, porque la
hora feliz de los garitos de guiris suele coincidir graciosamente con
la hora feliz de la luz en primavera. Te veo justo entonces. No has
podido esperarte a que den las ocho. Total, dos minutos más o menos
qué importan. La vida no es un asunto de cálculos. Tampoco podías
esperarte antes. Ya sabes, cuando dos minutos antes de la hora
pactada incitabas al aplauso a todo el barrio.
Se ve que las ocho de la
tarde es una hora fetiche, especialmente apta para los rituales.
Momento clave para aflojar las restricciones internas de la jornada a
fuerza de mojitos, crepúsculos, homenajes, paseos y trotes. No voy a
confesar que a mí las ceremonias grupales me revientan, pero casi.
Digamos que me incomoda hacer manifestación pública, porque toca,
de sentimientos que, de tan sinceros, resultan obvios. Pero debo
confesar que he echado de menos tus prematuros aplausos. Un guirigay
de charlas, zancadas de carrera y tocotós de ciclistas restallando
contra los escalones de la cuesta ha ido sustituyendo a las palmadas.
Tú no perdonabas ni un día la cita. ¿Lo recuerdas? Hace poco más
de una semana.
¿No te acuerdas de a quién
aplaudías? ¿Te haces cargo de lo que sentirá una de esas
enfermeras agotadas a la que agradecías el sacrificio cuando te vea
corriendo con tus dos colegas, usando los bancos públicos en
corrillo, yendo sí o sí allá adonde no se puede evitar el roce?
Porque reconquistar las calles y las sendas es lo que ahora toca.
Aplaudir en forma de pasos la libertar propia.
Ah, pero permite que te diga
una cosa. Resulta que la vida sí que es cuestión de cálculos. Un
asunto de mucho o muy poco. Mucha gente en las calles = contagio.
Demasiados pacientes = sistema sanitario desbordado. Muy poco oxígeno
en las células = muerte. Demasiado libre albedrío más muy poca
responsabilidad individual= caos.
Son cuentas casi más
sencillas que responder a la pregunta de la hora, me parece. Vuelve a
tu casa y piensa en ello. La libertad no es una operación de lo que
decides más/menos lo que te dejan hacer. Es un estado interno e
independiente de si estás o no metido entre paredes. Yo también
quiero aire libre y correr y abrazar a mi gente y chupetear un
cucurucho en un banco y devolverme a mis paisajes primordiales, pero
elijo posponer las satisfacciones inmediatas. Entre lo que necesito
yo y lo que necesitamos todos, me quedo con lo segundo. Elijo que
haya más vida, una vida decente para todos en cuanto sea posible,
antes que unas migajas en forma de paseos apelotonados.
Así que haznos el favor y
no corras. Vete mejor a tu casa y aplaude.
Déjame copiarte: también elijo calma.
ResponderEliminar