Un año más mi amiga y yo volvemos a
despedirnos junto a su portal. Es nuestra forma de cambiar
calendarios. No recuerdo habernos comido las doce uvas juntas.
Ninguna procesión, ningún rito, ningún hijo nos restriega en los
ojos que el tiempo ha pasado. Ella tiene la piel tan suave como
siempre. Mis discretas arrugas de risa y tensión sólo las registra
el espejo de mi cuarto de baño. Cualquiera diría que somos las
mismas, que esta es la primera de nuestras despedidas, que a lo mejor
volveremos a vernos mañana en clase. La sucursal de Unicaja ha
aguantado el tirón de la crisis. El seto del que arrancaba hojitas
mientras no terminábamos de irnos sigue milimétricamente recortado
a la altura de mi recuerdo. Como si nuestro saldo de pasado no
hubiera ido engordando. Como si en esta esquina del mundo el remolino
del tiempo se frenase.
Y sin embargo mi tristeza es nueva este
año. Después de dejarnos, tú a Filadelfia, yo a Andalucía, vuelvo
a mi casa con el esternón hecho un siete. En esta separación hay
algo definitivamente adulto. Algo por primera vez sometido a las
leyes indiscutibles del tiempo y la física. Hasta ahora, cada
despedida era una forma traviesa de mentirijilla. Una ceremonia
distraída, al menos para mí, que no cortaba absolutamente con los
lazos que me atan a nuestra geografía compartida. Era como rebuscar
en el armario de nuestras madres y jugar a ser mujeres con historia.
Ahora el juego ha terminado. Alguien podría disfrazarse de nosotras.
Y no hay candidez suficiente para darle
la vuelta a la lejanía. Esta vez no me sale creer que si pienso en
ti, piensas en mí, entonces la distancia se quiebra. Hacerse
mentalmente adulto significa que el tiempo y el espacio dejan de ser
cuánticos. Ahí dejo la teoría idiota del día. Se vuelven clásicos
y reales, rígidos como un libro de texto o un credo. La separación
es real. Lo que dejamos de compartir año tras año, ostentosamente
real.
Así que la esquina del mundo donde nos
despedimos está hechizada. En ella sufrimos la alucinación de que
el tiempo no pasa. Seguimos soltando guirnaldas de frases, que nos
enmarcan como hiedra en torno a la letra capital de un cuento de
hadas. Así fue desde el principio. Así seguirá el próximo año.
Míranos, parecemos las mismas adolescentes de siempre. Disfruta de
la visión: el truco no dura mucho rato.
No me parece una teoría idiota, pero ¿por qué ocurre?
ResponderEliminarPues...porque se nos cuaja la yema, y el tiempo que va quedando detrás pesa y nos estira, y el espacio cotidiano se define.
Eliminarevolucionamos y cambiamos por lo vivido pero eso no quiere decir que en esa evolución no pueda haber avance,no seréis las mismas pero si hay ganas de seguir viéndoos la esencia permanece
ResponderEliminarAy, gracias al cielo que cambiamos, porque ahora somos mucho mejores que entonces. Lo que duele que cambie es la inconsciencia de que el tiempo pasa, y que entre encuentro y encuentro vayamos perdiendo cientos de oportunidades de vivirnos.
EliminarEl tiempo y su subjetividad nunca sabe cuándo dejar de jugar con nuestros recuerdos...
ResponderEliminarSaludos
J.
Un consuelo es que a veces el tiempo hace pasar por reales recuerdos inventados. No viene al caso, pero algo es algo.
Eliminar