sábado, 8 de agosto de 2015

Méate en tu acera



La palabra transgresión me está buscando, y a mí me da pereza ocuparme de ella. Me la encuentro por aquí y por allá, y es como esos encuentros con viejos conocidos que no puedes seguir posponiendo. A ver si quedamos un día de estos, y tú esperas que tal día sea nunca, porque a ver qué podéis compartir a estas alturas y de qué vais a hablar que no sea de un pasado que ni siquiera reconoces como tuyo.

(Esta mañana estaba haciendo la cama y, como movida por un mecanismo cogí y abrí al azar un libro. Diario 1887-1910. Jules Renard. Me topé con esta frase que ha encontrado la manera de colarse aquí también, sin avisar: El hombre verdaderamente libre es el que sabe rechazar una invitación a cenar sin dar excusas. No tiene mucho que ver con lo anterior, pero ¿a qué mola?)

Como yo no soy verdaderamente libre, no sé rechazar mi cita con esa palabra que me escama. Transgresión se viste en mi mente con ropas de diva y, como Cara Delavigne, disfruta poniendo caritas. Desconfío de su honestidad y, lo que es más grave, de su pertinencia. Se me escurre como los boquerones al destriparlos bajo el agua. No me creo generalmente lo que me cuentan los transgresores porque su mensaje, que tal vez a priori fuera interesante, se ve torpedeado por un exceso de pose.

Los que se jactan de ser sinceros. Los que se recrean en la mierda y el vómito y el semen como opción puramente estética y abusan de ellos como del maquillaje. Los que se piensan aupados a un nivel más puro y emancipado de la creación y la existencia por escribir que le comieron el coño entre el contenedor de vidrio y el del papel a una desconocida. Los que alardean de estar podridos. Los que exhiben su corrupción con menos pudor que un conseguidor de la trama Paquito. Todos ellos me aburren por incapaces de reprimir mínimamente su exagerada necesidad de atención.

Más que nada porque creo que su mejor momento ha pasado, y que en un mundo articulado en torno al individuo que se muestra, han dejado de ser tan oportunos como antes. ¿Qué queda por transgredir? ¿Qué se puede decir que nadie se haya atrevido a decir previamente y que tenga más alcance que la simple provocación? ¿Qué nos sigue molestando en lo hondo? ¿Cómo puede ser una obra rebelde sin caer en la obviedad del vandalismo?

A lo mejor el único espacio que le queda por conquistar a la transgresión sea el personal. Ahí, en el marco definido por el hábito de ser de cada uno, tal vez sea posible y deseable la desobediencia. Si eres meticuloso, escandalízate a ti mismo metiendo en el mismo cajón aspirinas, calcetines y chinchetas. Si eres amante del cine de autor, trágate una sesión de Fast & Furious. Si tienes un culo de mal asiento, haz punto. Compra una casa si el alma te pide mudanzas. Méate en tu acera. Fóllate a la persona que crees ser. Subvierte tu propio orden si a estas alturas aún pretendes sonrojar a alguien. 

6 comentarios:

  1. A la persona que crees ser... No words. ¡Qué falta nos haces a todos! Mmmuac

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  2. Cuando te leo cosas como esta me digo que no conozco a nadie tan agudo y con tanta chispa como tú. Lo juro.

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  3. "Ojú"-Yeah!!!! Y no tengo mas que añadir... bueno, si: que me gustaría saber (y leer) lo que ha activado este resorte tuyo tan visceral que me ha molado mil.

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  4. A ojos de tu madre, en este post te ha encontrado. La transgresión digo.

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  5. Voy a recomendarlo a conocid*s mí*s, que buena falta les hace... ay, si es como lo que dicen de la felicidad, que más te empeñas en buscarla, menos éxito tendrás, y sólo terminarás con agujetas faciales de tanto fingir sonrisas. Supongo que la rebeldía nunca puede serlo si lo único que busca es ser rebelde.
    Yo también tengo curiosidad... esto ha sido una respuesta visceral a algo. Espero que la pregunta, quienquiera que fuese, haya leído la respuesta, que seguro que bien le hace...

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  6. Raquel: ¡qué falta de tu modo de mirar! Abrazo goordo.

    Autoayudado: yo juro que te echo de menos unas siete veces a la semana.

    Madrede, madrede, madrede... fácil eres de sonrojar.

    Y, jijiji, Laura y Aina: sois un par de cotillas. En serio, no hay un nombre o un texto concretos a los que pueda echar el muerto de mi manifiesto. Es más bien un clima, una idea general asociada a la palabra en cuestión que rueda, rueda, y resbala por la calle y el cine y el bloguerismo ilustrado y las, ups, redes sociales.

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