¿Y qué hacemos con la imaginación?
Yo desperdicio horas de
sueño efectivo zurciendo escenas que no he podido o sabido resolver
en la parte de mi vida que tiene testigos. No sé dormir de un tirón
monolítico por culpa de esa manía de corregir y adornar y estirar
mi experiencia con las calzas de la imaginación. No estoy despierta,
no estoy profundamente dormida. Completo diálogos perfectamente
intrascendentes y hago cosas que, si lo pienso un poco, apenas
tienen que ver con mi personalidad oficial.
Y la cosa no mejora de día. Venga a
rellenar con la espuma de la invención los muebles un poco
raquíticos que ofrece la realidad. A veces me gustaría haber
conservado un ramalazo de la superstición que me dominaba cuando
veía el telediario de pequeña, y me creía que el presentador podía
ver perfectamente cómo me hurgaba la nariz o hacía una mueca de
asco sobre el plato de crema de lechuga. Entonces pienso que ojalá
la luz del sol dejara en cueros lo que imagino, y que eso me causara
tal pudor que no me quedara más remedio que centrar mi atención
exclusivamente en el material cribado por mis sentidos.
¿A ti no te sucede lo mismo? ¿No dedicas
una porción monstruosa de energía mental a inventar parrafadas
justicieras contra ese compañero de trabajo que te revuelve las
tripas? ¿No has aplacado tu ira contra él partiéndole mil veces la
boca, rayándole al menos el coche, en tu fantasía? ¿No te has dado
el lote con la cajera del piercing del Mercadona, con tu dentista,
con el tío que esquila el rollo de shawarma a dos calles de tu casa?
¿No te has declarado mil veces a gente con la que apenas has
intercambiado un cauto buenos días?
Uno se pasa la vida construyendo avatares
y replicantes, y poniéndolos en circulación en mercados ficticios.
Creando dobles que lo sustituyen en los rodajes de escenas de
riesgo. Así se elude una parte de los impuestos que impone la realidad. Se pasa de estraperlo sucesos que no han ocurrido. Y no es un trato
tan malo. Muchas familias podían sortear la miseria en tiempos de la
posguerra gracias al menudeo en el mercado negro. También uno crece
y se alarga y se multiplica gracias a la imaginación. Se burla un
poco de esa obtusa cartilla de racionamiento que es tener una
identidad más o menos clara y un tiempo limitado de vida.
Pero no basta, ¿verdad? Una coca cola
fresquita no te quita la sed de la misma manera que el agua. Y puedes
conmoverte y reírte vía whatsapp, pero ningún icono molón
logrará contener nunca las toneladas de química afectiva que se
generan en una conversación cara a cara. Con lo que uno imagina ocurre lo mismo: apacigua pero no resuelve el hambre de vida. Consuela el
deseo sin curarlo. A veces, qué digo, siempre, lo aviva. A veces uno
le coge tirria a la desenvoltura y agilidad de sus replicantes. Se
empacha con los happy endings de sus propias novelas. Se
pregunta qué narices sería de los personajes radiantes que inventa
si la imaginación dejara de proveerlos de perfectos encuentros
casuales y palabras dichas a tiempo. Si, como tú y como yo, tuvieran
que bailar al son del azar.
A veces uno se topa en el ascensor con el
compañero del que abomina, y tiene que tragarse el remordimiento
ficticio de haberle dejado hecha un cristo la carrocería. A veces
uno se sonroja realmente por las indecencias imaginarias que la noche
anterior le infligió a su dentista.
Tengo que reconocer que me encanta perderme en ensoñaciones. Cojo un autobús a menudo, y allí he tenido romances estupendos... A veces a uno se le sienta al lado el inocente objeto de sus ensoñaciones y entonces llegan las inquietudes inexplicables :D
ResponderEliminarPero lo cierto es que cuanto más me rasco, más me pica (!)
Me ha gustado mucho eso de "personalidad oficial". Quizás una de las causas de tanto darnos a la imaginación es la dificultad que supone mantenerla, un mecanismo de escape para lo que de otro modo sería una vida más desordenada e incoherente.
Gracias por tus reflexiones. ¡Buenos días!
¡Eso, rascar! En comer, rascar, e imaginar, todo es empezar.
EliminarLo que no me queda muy claro todavía es si huimos o añoramos esa vida desordenada. O las dos cosas a la vez, que es lo que suele suceder siempre.
No hay nada malo en dejar volar la imaginación... siempre que no nos moleste volver a la realidad.
ResponderEliminarAunque nos moleste.
Dejarla volar, no: guiar mínimamente su vuelo como a una cometa. Aunque luego sea el viento lo que la mantenga bailando en el cielo.
EliminarSí, lo que yo llamo energía neuronal mal aprovechada.
ResponderEliminarPero qué haríamos sin eso tita S? Sin esos desquites ficticios? Sin esos amores tan de cuento que ni siquiera los podemos contar? Sin soltarle la réplica adecuada al que un ratito antes nos dejó con la cara colorada por no saber qué decir?
Besitos
Lo que pasa es que el celebro, al menos en sus manifestaciones mentales, es una pura máquina de disipación de energía. Que lo tenemos muy mitificado.
Eliminar¡A mi!, ¡a mi me pasa, seño!...y puesto que la frustración/cuasi-depresión se alimenta con cositas como la diferencia entre la realidad y la ficción, hay, como bien dices, caminos para acortarla: ya sea fijándonos cada vez más en "lo que alimenta nuestros sentidos" o (why not?) acercándonos cada vez más a ese poquito de avatar que todos llevamos dentro.
ResponderEliminarMe ha superencantado el post y no deja de admirarme tu capacidad de poner palabras a los entresijos internos.
Muas
Y yo sólo puedo decir que me ha superencantado tu respuesta de dos caminos. Me cuesta elegir el menos empinado.
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