La acaban de obligar a que abandone su
casa. Fuera no hemos escuchado gritos ni forcejeos, tan sólo dos
rotundos out pronunciados con una autoridad tan excesiva
que apenas resulta creible. Y ahora está ahí, hecha un guiñapo,
junto a la fachada de la que no quiere separarse, con todo el aspecto
de una criatura regurgitada por el mar. Las piernas fetales, la
cabeza sobre el brazo estirado, el perfil oculto tras una masa de
pelo mojado que recuerda mucho a las algas. Sólo un vecino se acerca
a ella y se suma a la custodia del guardia civil. Es como si los
demás estuviéramos hechizados por el desgarro.
Pero poco a poco va reaccionando. Con un
lamento muy flaco se queja de que se ha caído por las escaleras y le
duele la espalda. Le dicen que una ambulancia viene en camino. Eso no
parece importarle. Sólo pregunta por los bomberos. Y ya están
llegando, ya están llegando, ya llegan, ya se meten dos o tres
dentro de su casa grande y bonita. Y es lo mismo de siempre, lo que
yo ya he vivido un par de veces: esa sensación de alivio fatalista,
de que por fin alguien va a hacerse cargo de algo que se ha hecho
demasiado grande como para que tú puedas manejarlo. Esa dificultad
para creer que debajo de los cascos brillantes y los uniformes
espesos pueda haber frágiles seres humanos.
Ella ya se ha puesto de pie. Hay algo
obsceno en la contemplación de unos pies desnudos sobre el piso por
el que ruedan los coches, en una noche de enero. Seguimos mirando
como liebres deslumbradas por los faros de un coche. Está tan
empapada, y debe de haber tragado tanto humo mientras confió en que
solos los dos podrían liberar a su casa del fuego. Pero el sentido
biológico del estrés se vuelve ostentoso a su costa. El bienestar
le importa ahora una mierda. Su casa está ardiendo, y lo que a
partir de ahora suceda está fuera ya de su alcance. Dentro suena una
motosierra. Hay extraños que están amputando su hogar.
Y ahora por fin se abrazan los dos, como
si la tensión dramática de la escena requiriese una nueva vuelta de
tuerca. Él igual de descalzo que ella, igual de mojado. Se van
acercando cada vez más vecinos. Hay un aire de shock en este pueblo
tan sumamente tranquilo que yo, para dormir, necesito los mismos
tapones para los oídos que uso en la ciudad, de tan imponente como
es el silencio. Pero la gente se va moviendo también. Personajes
secundarios que improvisan bien su papel. Sacan mantas para
abrigarlos, calcetines para que la desnudez de sus pies no sea tan
flagrante. Una y otra vez les ofrecen ropa para cambiarse. Una y otra
vez son rechazados. Su cabezonería cabrea a los buenos vecinos. Dan
ganas de mandarlos al carajo. Ya se sabe cómo son estos extranjeros:
llevan dos años aquí y nadie sabe siquiera su nombre. Y total, va
siendo ya hora de la cena. Los bomberos están adentro; apenas si
se ve humo saliendo por las ventanas abiertas.
Ellos dos se quedarán ahí quién sabe
por cuánto tiempo. Sentados en el suelo, ella abrazándolo a él,
arropados con mantas como dos mexicanos. Contemplan su casa
desconsolados. Sólo ellos saben cuánto han porfiado hasta que la
cosa se fue de las manos. Cuánta carne de sus cuerpos gastaron en el
empeño de armar la isla perfecta en este rincón del planeta. Cuánto
de sus vidas quedará esta noche reducido a cenizas.
Y los demás volveremos a nuestros
refugios. Con nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos y
nuestras parejas. Miraremos la mesa puesta igual que todas las
noches, conmocionados aún, y también un poco culpables, por saber que seguimos intactos.
Hoy me da la gana de decirte que tu prosa me parece limpia y sincera. No se le vislumbra ningún atisbo de pretensión, es sencilla, y para llegar a esa sencillez sólo debe haber un trabajo enorme detrás. No sólo trabajo de escritura, sino más bien personal.
ResponderEliminarMe gusta muchísimo. Y me gustan mucho comparaciones como la de quedarse mirando como una liebre deslumbrada.
En fin, limpieza, claridad...que se cuelan en un día mía que ha (he) empezado turbio, enredado, sofocante.
Besos grandes!
Lo que a mí me conmueve siempre es que en medio de los sofocos de la vida de cada uno, alguien haga un hueco en su tiempo para implicarse en lo que yo he visto y vivido.
EliminarLimpieza y claridad: me llenas el corazoncito de calor.
Un beso muy grande. Ojalá que esta mañana empiece más transparente.
Fui uno de los vecinos que estuvo allí, al que le quedó el remordimiento de no haber ayudado lo suficiente a aquella Ellospareja valiente y un poco inconscientes, o no, del riesgo que corrían.
ResponderEliminarEllos no leerán esto, si lo hicieran, te agradecerian como cuentas lo que viste.
Besos
Me sentí orgullosa de ti, buena Madrede. Besos y besos.
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