Ayer vi por primera vez una de esas
muñecas que parecen humanas. No podía dejar de mirarla. Caminaba
prácticamente como un ser humano. Doblaba codos, vértebras y
rodillas a su antojo. Respiraba como respira cualquier animal con
pulmones. Al menos me pareció que su caja torácica, disimulada por
la topografía delirante que llevaba encima, se movía arriba y
abajo. Me hubiera gustado tocarla para comprobar si el tacto de su
piel estaba igual de conseguido. Desde mi posición no podía
distinguir si sudaba. Si su superficie tenía algún poro abierto,
una cicatriz, algún pelo inoportuno, una araña de capilares. Me
hubiera decepcionado no encontrarlos. Habría sido indicio de gama
baja: si no te curras la verosimilitud en un diseño como estos, tu
producto no es bueno. Una muñeca sin el menor defecto no engaña a
nadie. Sólo de lejos parece humana.
Pero lo cierto es que tampoco desde la
distancia daba el pego. Al principio me pareció que imitaba bien a
una mujer porque era bípeda. Fallo mío: ni siquiera en el mercado
chino se podría encontrar una aproximación tan disparatada al
rostro de un Homo sapiens de sexo femenino. O su fabricante
proyectó a conciencia ponerle cara de leona, o simplificó tanto sus
rasgos como la restauradora del Ecce Homo de Borja. Tanto
labio, tanto pómulo, un ojo enemistado con el otro, la nariz
reducida a una línea vertical, como en el monigote de un crío.
También el cuerpo infranqueable, abrupto a fuerza de elevaciones y
desfiladeros, cargado de bultos. Pero sobre todo esa cara
desorbitada. Bastante parecida a esta. Te lo juro.* No, no podía dejar de
mirarla.
Tú tampoco podrías si un día
descubrieses que es un cocodrilo quien le pone gasoil a tu coche. Si
a la zanahoria que estás pelando le saliesen de pronto ojos que
llorasen y boca que suplicara que no te la comas. Si tu butaca alzase
los brazos y se pusiese a bailar sevillanas. Si quien está a tu lado
parece sólo levemente humano. Si tu modelo de realidad se trastoca
de ese modo. Te espantarías y te quedarías embobado. La repulsión
y el enamoramiento se hermanan a través de los ojos.
E igual que cuando te prendas de alguien,
no dejarías de plantearte cosas. ¿Ha sentido miedo el cocodrilo en
su turno de noche? ¿No estará fingiendo la zanahoria y deseando en
realidad que le hinques el diente? ¿Sería capaz la butaca de
enseñarte la tercera sevillana de una vez por todas? ¿Tiene
sentimientos corrientes alguien que ha querido apartarse así del
diseño humano corriente?
¿Queda persona detrás de tal
despropósito de rasgos y formas? Cuando te haces eso, perdón, ESO,
en la cara, ¿no te desvinculas hasta de tus recuerdos? La niña de
nariz carnosa y ojos redondos que fuiste, ¿no se convierte en una
prima lejana? Y cuando le haces ESO a alguien a cambio de dinero,
¿no sientes deseos de que todas tus células naden en whisky? Cuando
una cara no puede expresar ya edad o emociones, ¿no se transmite esa
congelación hacia adentro, pero también hacia afuera? ¿No le
birlas a la gente su capacidad de empatía? Prácticamente la privas
de reconocerte como a un miembro de su especie: ¿no la obligas a que
te miren sin pudor y a que digan por ahí que han visto un monstruo?
A lo mejor sólo era un prototipo cutre
de androide. Un Pokemon. Una cabeza de leona enroscada en una
conjetura perversa de cuerpo femenino. Cualquier cosa un poco menos
inquietante que una antigua persona.
*Y te juro que hasta que no he terminado de escribir no he descubierto que a la tipa del enlace le dicen "la mujer gato" o "la reina leona".