domingo, 7 de agosto de 2016

Pereza alegre de corazón


La dependencia afectiva es un blanco fácil para los enemigos de lo burgués. Resulta tan fácil exponer argumentos en contra, tan seductor declararse a salvo de los lazos. Cierra las fronteras. Elige la autosuficiencia. Proclámate insumiso del otro. Conduce tu corazón a un brexit. Di que sólo precisas aquello de lo que tú eres responsable. Libérate de lastres. Elévate y crece.

Hace unos días alguien hablaba en la radio sobre anarquía relacional. Yo, que me enamoro hasta de las piedras y de los hincos de las vallas, y que no tengo un aforo claro de entrada a mis vísceras, podría haberme interesado de sobra por lo que escuchaba. Muy en el fondo sólo soy una monógama sobrevenida. Pero no es ahí precisamente, en las profundidades del propio carácter o de las ideas que una considera atractivas, donde la realidad se cría. Muy en el fondo ni se respira ni se convive. Sería maravilloso encontrar una manera civilizada de tejer una red de relaciones libres. Dar lo que sobra del amor sin tener que hacerte furtiva. Pero igual o más maravilloso sería no trabajar cada día, y por ahora no conozco la fórmula de comer decentemente, dormir en una cama cómoda, comprarme cremitas y moverme a mi aire sin cambiar parte de mi tiempo a cambio de un salario.

En la fantasía vivo mil historias de forma regia. Hago, deshago y mando y no acepto norma alguna. No subordino mi autorrealización a nadie. No pongo excusas. No dejo que los excedentes de cariño se me pudran. Pero luego sólo echo la siesta con una persona. Soy experta nada más que en sus olores. Sólo con él hago la compra. Muchas veces me trago un no y digo vaaale. Lo hablaba con mis amigos hace unos días: la pareja es como la democracia, el menos malo de los sistemas. A pesar de todas sus estipulaciones y sus pegas, a mí el trato me satisface.

¿Soy una burguesa? Vaaale. ¿Acomodaticia? ¿Conforme con lo que una sociedad trasnochada exige? Sí, hija, sí, lo que quieras. Pero lo que se estaba contando en la radio al momento me dejó fría. Creí entender que el individuo no ha de buscar su crecimiento en otro. Que cuando las personas se juntan, los límites de cada uno no deberían volverse permeables nunca. Que uno no debería siquiera acercarse a otro si no es desde una posición de autosuficiencia. 

Algo que no puedo soportar de los modelos que pretenden redimirnos de las sumisiones es su carácter programático: esto es así y así y asá, y para ser verdaderamente libre tienes que hacer esto y obedecer nuevas reglas. Pactar y pactar y pactar, en definitiva. Y ya no sólo con una persona. Enmarañar la toma de decisiones como en una asamblea ciudadana. Blindar la propia independencia afectiva con estatutos y constituciones que terminan atrancando lo que se quería fluido.

Así que yo me conformo con ir tirando sin nuevos programas. Llámame comodona. Lo acepto. Creo que actualmente la comodidad se minusvalora. Llámame dependiente. Lo aclamo y lo defiendo. Me siento orgullosa de cada parcela de poder que he cedido. Creo que la construcción de uno mismo es eficiente y hermosa si es una obra colectiva. No quiero hacerme sin que me hagan. Escribo para que me lean y doy lo que me pidan. La autosuficiencia me parece una opción casi monstruosa.

2 comentarios:

  1. Hay que aprender a acomodarse no uno a la sociedad, sino la sociedad a uno mismo. Es más complicado, y demanda más trabajo, pero no es imposible.

    Suerte,

    J.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo entre comillas12 agosto, 2016 23:00

    Suscribiría cada frase del post y las suscribo a pesar de que el extremo contrario a esa autosuficiencia humana imposible me resulte igual de odioso: esas madres, mujeres, maridos, amigos...incapaces de dar un paso por sí mismos, que caminan colgados del brazo que tienen más cerca hasta convertirse en un lastre o en un ser inútil.

    ResponderEliminar