Hace dos semanas escuché con atención a
un piloto. No era alto y fornido; no llevaba gorra de plato ni un
uniforme con detalles dorados; no lo ubicarías naturalmente en el
centro de un harén de azafatas. ¿Qué? Todos tenemos la mente
podrida de arquetipos.
Éste los esquivaba. Desde la distancia
se veía como uno de esos hombres pequeños cuyo cuerpo ha conseguido
acoplarse de maravilla a una máquina. La mitad lampiña de un
centauro. Si lo mirabas fijamente, casi distinguías alrededor de él
un aura metálica. Como si adonde fuese llevara con él el fantasma
de su avioneta. A lo mejor es que tengo las gafas rayadas.
¿He dicho avioneta? Quería decir avión.
Un Air-Tractor, me parece. Hay una especie de hechizo en los nombres
de las criaturas del aire. Air-Tractor. Canadair. Libélula.
Albatros. Mi piloto y su avión no transportan mercancías ni
turistas. No les paga Google para que fotografíen intimidades. En
realidad tienen una misión casi bélica: su misión es luchar contra
el fuego. Si estás cerca de un incendio alegre y los ves asomar a lo
lejos, su silueta desaliñada se convierte en la materialización del
alivio. Son mucho más que metal, paneles, botones y carne. Son mito
y deseo. Esperanza de que las cosas van a ir a mejor desde ese mismo
instante. Desde abajo y desde el ansia, se ven aguerridos e
impasibles, matemáticos y tajantes. Como si la cabina fuera
demasiado pequeña como para darse el lujo de cargar emociones
humanas.
Pero vistos desde dentro... De eso nos
hablaba el piloto. Sin asomo de petulancia. En vídeos grabados
durante la extinción, vi monstruos de humo, colmillos de llama.
Imposible no sentir pánico. No preguntarte cómo hace este hombre
para no mearse en los pantalones mientras se lanza contra eso.
Cómo se contiene. Cómo contempla esa catedral tóxica y en el
último momento se resiste a su abrazo. Cómo no le estalla el
corazón al verse al otro lado. La descarga roja que ha hecho cae a
tierra con gracia. Como si un segundo durase años. Es tan hermoso de
ver que corres el riesgo de abandonarte. Volverte un Ícaro. Creerte
ingrávido. Si el fuego hechiza en tierra, imagínate desde el aire.
Tienes que ser de otra subespecie de sapiens para que el
cóctel mortal de belleza y miedo no te emborrache.
Que esto no te atrape |
Y para seguir volando a pesar de las
trampas. El aire está pautado por miles de kilómetros de cable. Un
pentagrama eléctrico completamente desquiciado. Muchos de los
accidentes son por colisión con tendidos. Y algunos son casi
invisibles. El piloto dice: salid al campo y decidme después cuántos
postes de luz habéis contado, el trazado exacto de todas las líneas.
Porque la electricidad es omnipresente en nuestras vidas. Ubicua y
por tanto inapreciable.
Así que mirad cuántas formas de coraje
en una charla de quince minutos: confiar en que detrás del telón de
humo sigue habiendo mundo. Ser capaz de que la destrucción no te
embauque. No olvidar que en realidad no formas parte del aire. Volar
a pesar de las telarañas. Saber mirar la red sutil en que puede
atraparte tu forma de vida.
¡Son heroes!
ResponderEliminarSippp!! MJ
ResponderEliminarEste J.C. especialmente.
ResponderEliminarSabe transmitir su pasión y su saber luchar sin despeinar su sonrisa.
Este J.C. especialmente.
ResponderEliminarSabe transmitir su pasión y su saber luchar sin despeinar su sonrisa.
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