lunes, 16 de mayo de 2016

Me veo pasando las horas en un lavadero de coches

Ha dejado de llover, y yo no voy a ser tan cínica como para empezar a sentir nostalgia. A partir de ahora el sol seguramente se adueñe de la meteorología, dispuesto a tomar represalias. Vendrán días de claridad déspota. Mañanas de querer arrancarnos la piel, el pelo y la carne. Tardes que recordarán a la muerte de tan largas. Noches calurosas como para planear una serie de asesinatos. Por mí, bienvenidas. Las nubes persistentes me enfangan el alma.

Sin embargo, esperaré con ganas volver a ver llover desde el coche. Juntas dos símbolos de estancamiento, un chaparrón, alguien que espera dentro de un coche parado, y ¿qué obtienes?: una imagen de liberación. Amo muchas cosas de mi trabajo. Me molestan muchas otras, pero en general me considero bien pagada. Hay un momento por el que pagaría incluso: el de tener que refugiarme en el coche cuando la lluvia se pone intratable.

Estoy en un lugar expuesto. No hay marquesinas, no hay abrigos, no tengo paraguas. La ropa de invierno es buena, pero no siempre se sale de casa con impermeable. Mojarse mola. A mí me mola bastante. Pero el cielo se ha cerrado como puño germánico y la tormenta parece que va para largo. Reconozcámoslo: el ser humano es un animal poco adaptado a mantener relaciones íntimas con el aire. Mejor me doy la vuelta. Si sopla el viento me creeré en Cumbres Borrascosas. A Heathcliff le queda bien uno de los rostros de mi historia, pero a mí ya no me seducen los hombres ásperos. Podría quedarme debajo de cualquier árbol y sentir cómo la lluvia se dilata: ramas que recaudan a manos llenas y van soltando con calma. Si lo hiciera me convertiría para siempre en musgo. Es el momento de apretar el paso. El mundo se desmenuza tras las gafas empapadas. Mi coche es aquel borrón blanco.

El alivio. Revoleo la cabeza como un perro. Me seco malamente las gafas. El mundo va a tardar en recuperarse un rato. Siempre se espera a que el tiempo mejore. La impaciencia, ese mal hábito. Tenía un plan y el plan se moja. No me gusta conducir con lluvia. Un chaparrón y alguien que espera en un coche parado. Entonces escucho la música. El techo metálico es blando. El cielo hace rock sobre mi cabeza. Aplausos, escándalo. El exterior me reclama. Estás ahí, parece decirme. Sal afuera y vuélvete musgo. Aprende cómo cantan los pájaros mojados.

Pero eso es lo bueno de refugiarte en un coche: que no estás fuera, pero tampoco dentro. Hay una separación no tan clara entre tu cuerpo y la naturaleza. La lluvia sigue golpeteando, tienes la piel fría bajo las perneras, tu propia humedad empieza a condensarse. No lo sentirías igual en tu casa, o en otro tipo de refugio humano. No notarías de igual modo que tú también formas parte del agua.

Escuchas. Eliges una gota del parabrisas y la jaleas con los ojos para que corra más rápido. Las cosas de fuera tiemblan, los árboles, el barbecho, las rocas. El contorno fijo es una construcción mental más bien pobre. El árbol es agua es la tierra sobre la que crece es el aire cargado es el vaho dentro del coche es tus pulmones. La idiotez de hacer planes es creer que un asunto es más importante que otro.


¿Y qué me dices si en vez de lluvia es granizo?

Y luego, poco a poco, la música se va espaciando y ya no es rock sino adagio. La lluvia para y yo estoy más limpia y más blanda: irrigada. Dispuesta a que me brote algo.

2 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas17 mayo, 2016 22:00

    Algo muy bueno.

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  2. lectoraadicta18 mayo, 2016 18:35

    Un placer también para mi, sobre todo si el coche está aparcado en medio del campo.

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