He vuelto a ver hoy las fotos del viaje
que hice con mi hermana y mi tía a Croacia e Italia. Un buen montón
de tajadas a arquitecturas delirantes, tiendas de calidez anacrónica
y paisajes de otro planeta. La irracionalidad de Venecia, el tono
onírico de las aguas dálmatas, y ese algo de Bolonia sin colorantes
ni conservantes. Qué inexplicable que yo estuviera allí y cazara
esas imágenes.
Han pasado más de siete años y se nota.
Ni mi hermana ni yo tenemos ya la cara tan llenita, y a quién se le
ocurriría hoy ponerse esos pantalones de bajos anchos. Mi tía
llevaba un corte de pelo duro, que la hacía parecerse más aún a
la hermana que tenía todavía.
Ninguna de esas tres mujeres está intacta, pero no es el paso del
tiempo lo que asombra. Lo que me escuece, lo que me descoloca, es el
carácter ramplón de la memoria.
Porque en mi mente conservo apenas una
especie de signo en forma de gran dedo índice que señala hacia ese
trozo de tiempo y que no añade nada más. Si hablo contigo te
diré que sí, que estuve en Split, y en el Sĭbenik
de Drazen Petrovic, y en Ferrara. Y si me obligas a entrar en
detalles me pondrás en un aprieto, porque no podré ofrecerte más
que trazos bastos e impresiones que mi recuerdo ha convertido en
categorías inapelables. Hasta que no mire mis fotos, no podré
rescatar la espuma de los capuchinos croatas, firme como la de
afeitarse; el fondamenta Zen en Venecia; los árboles muertos
en el fondo de uno de los lagos Plitvice, enterrados en un ataúd
turquesa.
O todas las cosas idiotas en las que nos reflejamos |
Sé que en mi cerebro no hay tanto
espacio como en un disco duro. Que mi conciencia necesita organizar
en grandes cajones la abundancia loca de lo que hay ahí afuera. Que
sin generalizaciones, sin sacarle la sangre a la experiencia para
sustituirla por abstracciones, no habría manera de manejarse a
través del tiempo y de las causalidades sin volverse uno majareta. Pero ¿tiene que amputar tanto el presente? ¿Tiene que
narrar la memoria de forma tan escueta?
Vuelvo a mirar mis fotos. Comemos sandía
en una casa alquilada. Bebemos un vino que se llama Ragusa.
El verde pinta los ventanales en todos los autobuses. Hacemos un
picnic bajo los árboles con agujetas de asombro en los ojos. Vi eso.
Me emocioné con aquello. He tenido un tránsito rico y bello. Hoy, cuando aquello ya es biografía,
apenas me acuerdo de un poco.
Y lo sigo teniendo. Eso es lo curioso.
Que lo que vivo sin apenas darme cuenta está inconmensurablemente
más lleno en sí mismo, es más perfecto y precioso que el relato
que después haré de ello, plagado de lagunas, prejuicios,
arbitrariedades íntimas e inconcreciones.
Ahora mismo te acaricio un pie mientras
escribo. Estiro los brazos al ritmo de Arcade Fire. La casa huele a
potaje de lentejas. El cielo cambia de color a cada instante. Tajadas de vida
perfectamente banales que a primera vista no merecerían incorporarse
a la respuesta de si vivir así vale la pena. Pero qué duda cabe.
A mí siempre me pasa que disfruto más de los viajes al tiempo, no tanto en el momento... que tontería! no?... pues yo creo que le pasa a todo el mundo y por eso hacemos tantas fotos: ya sean buenas o tontas.
ResponderEliminarAhí lo dejo...
¡Uff, cuanto se parece ahí mi hermana a mi hermana!
ResponderEliminarQué bonito Silvia! Comparto contigo esa inconcrección (si es que existe el palabro) de mis experiencias, mi falta de detalles cuando cuento mis historias. Mi presente también tiene una escoba gorda para los detalles, no para las impresiones. Y además, que es lo que más me inquieta, tiene un pincel con el que una y otra vez maquilla el pasado a su antojo.
ResponderEliminarMuchos besos!
En mi pequeño último viaje, comentaba con la amiga que me acompañaba que ya no hago -o casi- fotos de los lugares que visito, porque luego las pierdo, o no las vuelvo a mirar...pero después de leer esto creo que estaba equivocada, que sí tiene sentido hacerlas y que me voy ahora mismo a buscar ese álbum; me apetece recordarlo.
ResponderEliminarte acuerdas en Venecia cuando trajeron mi zapato encima de un cojín :principessa!!!
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