Las ruinas son una constante en mi
paisaje. Las llevo coleccionando desde que empecé a trabajar hace
casi doce años, desde el mismo día en que subí vestida aún de
señorita a un Land Rover que me llevaba un montón de veranos. No
había un camino de campiña, de monte cerrado, arrimado a una vega o
tirado entre trigales, que no me llevara a algún cortijo abandonado.
Fastuosos o esquemáticos, fotogénicos o miserables. Tantos, que
desde aquel principio en que apenas me daba cuenta de cómo estaba
cambiando mi vida, me dije que algún día haría un inventario. Una
foto, un nombre debajo. Un cementerio de paredes hundidas.
Me gustan. No de manera morbosa, ni por
melancolía. No me pongo de perfil y pronuncio ah, el tiempo,
cuando sumo una nueva ruina a mi lista. Carezco de romanticismo. Sólo
es que me gustan las líneas simples de la arquitectura de los
campos. Un triángulo encima de un cuadrado, el círculo de la era o
el redil vecinos. Un par de palotes: dos árboles para tener una poca
de sombra en agosto. Un diseño que cualquier mente infantil, limpia
de borrones, pillaría al vuelo. Me gustan sus colores de
esqueleto, y cómo terminan confundiéndose con la geografía: si las
tierras son ricas y rojas, las fachadas se tiñen de óxido; si están
rodeadas de rastrojos, se vuelven amarillas; si las plantaron en
medio de una dehesa, cada ventana mellada parece de lejos una encina.
Estás muerto por dentro si no te gusta este lugar |
Me gustan y al mismo tiempo me irritan.
Siempre me acerco a ellas con esperanza. Paro el coche, piso algún
cardo, me acerco expectante de encontrar huellas de vida. Pero nunca
veo nada. Si acaso, el hollín de un hueco que ya no acaba en
chimenea, un trozo ridículo de lebrillo, un frasco de medicina para
cabras. Las ruinas están mudas. Son una página en blanco de las que
te arrancan la fe en la escritura. No responden una sola pregunta.
Siguen autistas su camino hacia la nada. Hacen que se me ponga cara
de analfabeta: yo quiero leer ahí historias humanas y no entiendo ni
palabra.
Preguntas, preguntas: hasta cuándo
estuvo habitada, desde cuándo. Cuántos bebés nacieron bajo esos
techos caídos, cuántos muertos fueron velados. Cuánto se parecía
el ruido de sus mentes al de la mía. Qué sentían al acostarse,
aparte de un cansancio asesino de brazos, cuál era su primer
pensamiento al levantarse. ¿Había resignación, vivían pendientes
de alguna promesa? ¿Les asustaba quitarse otra vez la ropa de
trabajo y sospechar lo rápido que pasan los años? ¿Vivían
pendientes de algo? Un acontecimiento, un encuentro, algo que
permitiera distinguir un día del siguiente. ¿Había frustración,
había desidia, había esa burbuja de alegría que sin venir a cuento
te empieza a crecer en el pecho y amenaza con ahogarte? ¿Deseaban lo
que no tenían o se conformaban? ¿Hacían balances rutinarios del
curso de sus vidas? ¿Se preguntaban a sí mismos lo estoy
haciendo bien o y si me muero sin haber hecho lo que quería?
¿Sentían que algo los carcomía por dentro y no entendían lo que
era? ¿Se escapaban a veces al monte y gritaban donde sólo los
escuchaban las cabras? ¿Hacían conjeturas sobre otras vidas
posibles? ¿Diseñaban proyectos distintos de la siguiente cosecha o
paridera? ¿Se apasionaban? ¿Tenían hambre de atención?
¿Le daban miguitas de pan a su ego? ¿Se creían a veces
invencibles? ¿Se sabían más libres que sus perros?
¿Tenían las mismas preocupaciones y las
mismas certezas que yo? ¿Se me parecían? Es lo que nunca saben
contarme las ruinas. Y a pesar de ello me gustan.
Mudas y preciosas |
Apuesto que la respuesta a muchas de las preguntas que te haces es si, si, sí... Todos los humanos, en un momento u otro; en cualquier tiempo y lugar han debido hacerselas.
ResponderEliminarOye, hace mucho que no te digo que me gusta como escribes. Te lo recuerdo.
Te recuerdo yo cuánto me llena de orgullo y satisfacción tu presencia.
EliminarY lo de las preguntas...No sé. La mecánica de las vidas que llenaron lo que ahora son ruinas era tan diferente de la actual que a veces pienso que sus mentes y las nuestras son subespecies emparentadas pero distintas.
¿Por qué esas ruinas, aún siendo sombra de lo que fueron mientras estaban vivas, siguen siendo un regalo para la vista? Algo casi imposible de encontrar en casas -futuras ruinas- construídas ahora.
ResponderEliminarCuántas preguntas...
Y al menos una respuesta: porque su diseño estaba en armonía con el paisaje que las englobaba y con el cuerpo, la mente y el trabajo de la criatura que las ocupaba.
EliminarJo, qué bien y qué bonito escribes. ;_,)
ResponderEliminarJo, qué bueno y bonito eres.
EliminarSuelo tenerle tanto respeto a ese tipo de edificaciones que inconscientemente fui cambiando el término. Prefiero "Restos arquitectónicos" o "Restos arqueológicos" (Si hay que excavar.) No me gusta la palabra Ruinas. (Aunque con el cariño que tu la dices parece otra cosa.)
ResponderEliminarruina.
Eliminar(Del lat. ruīna, de ruĕre, caer).
1. f. Acción de caer o destruirse algo.
Sólo me importa esa. El resto de acepciones subjetivas me la pelan.
A mí también me gustan, mucho.
ResponderEliminarEn Heidelberg (Alemania), hay un castillo que no restauran ni restaurarán porque quieren mantener el romanticismo de sus ruinas. A parte de estar rodeada de bosque, su río y su universidad oncológica especializada, el castillo fue lo que me hizo enamorarme de la ciudad.
Salud!
Me quedo con el bosque y la universidad, amiga. A una, que es de vocación rural, le van más los chozos que los castillos.
EliminarEl doble para ti!