sábado, 25 de octubre de 2014

Ronronear es de sabios


Vas encontrando tu hueco en la calle. Te parece milagroso llegar hasta la plaza sin haber pisado a nadie y sin que nadie te haya pisado. El paseo por el cogollo de la ciudad te recuerda a esos ejercicios estúpidos que practicas con un texto cuando te aburres: unir los espacios en blanco de un párrafo para formar una red de caminos. Vías de escape. Eres la gota de lluvia que serpentea una trayectoria sobre el parabrisas mojado. Hay demasiados cuerpos, demasiados pies cuyo calzado de invierno no rima con la ropa veraniega que hay encima, y viceversa. Demasiados turistas, demasiada gente tratando de aparentar que no está mamada, o todo lo contrario.

Sigue tu camino. Deja atrás los puestos de souvenirs que huelen a explotación infantil y cuero malo, los grupos de franceses que esperan al autobús porque no pueden ya con su alma. Obliga tus piernas a la cuesta. No mires a las gitanas que te ofrecen romero. No mires con suficiencia a las pobres muchachas que tratan de venderte una entrada para algún lamentable espectáculo de flamenco. No te entregues al encanto de imaginar cómo sería la ciudad sin estos prostíbulos del turismo. No pongas los ojos en blanco cuando delante de ti se tambalee una pobre infeliz que esta mañana no supo elegir en su hotel un buen par de zapatos. No saques tu sonrisa de matón kosovar si te topas con unos novios disfrazados de novios haciéndose fotos para el álbum. Has atravesado la puerta monumental. Estás por fin entre árboles.

Mira hacia arriba como si no hubieras estado aquí nunca. Rastrea los síntomas de un otoño que se está haciendo el remolón. Haz inventario de amarillos. Agradece el milagro de encontrar un cachito de bosque en una de las cocorotas de la ciudad. Lamenta que todas esas castañas del suelo no sean comestibles. Inspira, expira: captura en tu cuerpo la sombra y la humedad. Afina un poco el oído: un rugido que se acerca, el tren turístico que te rebasa, su onda expansiva que se esfuma, y luego nada más. Como mucho, los mirlos, la gente que pasa con las manos enlazadas a la espalda, la poca charla que la cuesta permite. Aquí no hay coches particulares ni bares de tapas. Apenas cosas que se compren y se vendan: una lata de coca-cola y un bocadillo gomoso en algún kioskillo, un poco más adelante. Las entradas para la Alhambra. Todo lo demás sale gratis.

Estás en un ecosistema, aunque sea artificial. Y mira, ahí están plantadas las fotos que ibas buscando. Grandes paneles con animales exóticos que no lo son tanto porque los has visto mil veces en los documentales y en el Waku Waku de antaño. No te dicen gran cosa: la imprescindible ballena, el guepardo y sus manchas que se estiran con la velocidad, el tontito del oso panda, los guacamayos y los monos japoneses en su spa. Mira qué bonita, la infinita y enfermiza fragilidad del mundo salvaje, y blablabla. Pero no te hagas la dura. Ha estado bien volver a subir a esta parte del mapa, ver una manada de leones bostezando en medio de la ciudad. 


Exposición animales salvajes en el bosque de la Alhambra
Gracias, Señor Pepe Marín
 
Y ver a las hordas de hipopótamos que echan un sueñecito húmedo con la barbilla apoyada en el culo del que tienen al lado. A las morsas apretujarse unas a otras contra el frío. La carita de gusto de doscientos leones marinos apiñados en amorosa promiscuidad. Todos esos animales que hasta en fotos desprenden vaho y palpitan te han recordado algo. Ya ha pasado un par de horas desde la siesta, pero tu piel aún conserva el calor del cuerpo junto al que te has apretado. Dentro de ti conservas una especie muy primitiva de santidad. Pegarte a otro ser vivo, entregar tu nombre propio, cantarle a la ternura sin voz. Apretar carne como un gato satisfecho, ronronear. Crear una burbuja de solidaridad. Miras las fotos de todas esas siestas salvajes, y te das cuenta de que la parte más hermosa de tu conciencia es animal.

2 comentarios:

  1. Leo "...como un gato satisfecho" justo en el momento en que el mio -mi gato- se planta entre mis piernas y el teclado del ordenador, dispuesto a echarse un sueñecito. En ello está,con la cabeza plantada en el ratón.

    ResponderEliminar
  2. Lo cierto es que no dejamos de ser animalitos al fin y al cabo.

    Salud!

    ResponderEliminar