Tres mujeres en un coche pequeño y un
próposito que a oídos de cualquiera sonará idiota. Paradas que no
estaban previstas. Quince horas de viaje por carretera que se
convertirán en siete días. Por improvisación, por gusto de
sentirnos cautivadas y libres, a lo mejor porque terminamos llamando
a la grúa. Pensaremos todo el tiempo que nos ha tragado una road
movie. Querremos quedarnos a vivir para siempre en cien sitios
distintos, y volver cien veces a casa en el primer autobús que
deshaga un poco el camino. Será algo supuestamente divertido
que no habíamos hecho antes, y que probablemente nunca volveremos a
hacer.
Trabaremos alianzas a dos bandas.
Jugaremos a dejar a la tercera en la estacada. Propondremos en broma
parar en los hoteles más caros. Alzaremos una ceja socarrona cuando
alguna proteste por lo cara que nos va a salir una cuenta. Luego
dormiremos en sitios tan familiares que pagar nos dará un poco de
apuro, y cada vez que comamos un plato de más de diez euros nos
sentiremos empachadas. No por tacañería, sino porque nada nos
sentará mejor que un trozo de pan con queso y las manzanitas picadas
que robaremos subidas a linderos de piedra. Pararemos en pueblos y el
GPS del olfato nos conducirá como a ratas de Hamelin hasta las
panaderías. Tendremos una bolsa llena de migas de tarta, croasanes y pasteles de
verdura. Rellenaremos las botellas de agua en el baño de
bares. Cuando la fotogenia de un paisaje nos embriague,
compraremos vino blanco. Mi madre se mojará los labios y sentirá que camina
on the wild side. Cualquier cuneta nos paracerá buena
para echar una siesta.
Protestaremos. Habrá silencios largos.
Me cansaré de curvas y abrazaré el progreso en forma de autopista
con alegría rencorosa y salvaje. Miraré hacia los precipicios
mientras conduzco para que os hagáis pipí de miedo. No me
despistaré nunca, porque he heredado el miedo a las alturas. Nos
tomaremos el pelo a costa de los camareros. Imitando a
Thelma y Louise, coquetearemos con señores feos. Nos haremos
selfies con gafas de sol y la cabeza envuelta en un pañuelo. No
ignoraremos a veces, discutiremos. Alguna pondrá especial empeño en
hacer una parada o no hacerla bajo ningún concepto. Pero cada etapa
del viaje irá fraguando en nuestra mente como el cemento. Nos
costará imaginar después que podría haber sido mejor de cualquier
otra forma. Agradeceremos al deseo o al azar nuestras fotos. Haremos
desvíos a Arcachon y a la Dordoña, a las playas normandas y a
Oleron. Nos darán risa los castillos del Loira. Nos subiremos a un
barco fluvial con ánimo sarcástico y nos tendremos que tragar la
emoción.
Y cuando el viaje se nos esté haciendo
largo, y el plan nos parezca cada vez más memo, llegaremos a la
meta: Tours a 23 kilómetros, a 17, a 5, Tours. La fachada de la
casita cuya foto nos habían enviado por guasap. El dueño que
planeábamos entre risas convertir en mi padrastro. Macizos de
hortensias bien recortados y el enésimo manzano que empezará ya a
olernos a nostalgia. Unos cuantos perros ápaticos, y apoltronada en
un sillón de mimbre más apolillado que elegante, la causa de
nuestro viaje. Mil quinientos kilómetros en línea recta, más otros
mil en desvíos, para volver a ver a una gata. Chiti, puro pelo y
devaneo. Chiti, encarnación de una época de nuestras vidas que no
se parecerá a ninguna, un puñado de domingos en que maldijimos al
viento y nos metimos en vena azahares.
Ella se levantará majestuosa y gorda y
se nos restregará por las piernas, toda profesional. Nos
prestará la atención justa y haremos como que no nos importa. Una gata que apareció de improviso en la casa entre los naranjos y acabó
en Francia. Apuraremos nuestras tazas de café y nuestros macarons.
Le daremos la mano al educado dueño de Chiti que nunca será mi
padrastro. Volveremos parando sólo cuando anochezca.
Hablaremos menos, se nos hará raro el paisaje. La caricia de Chiti
fue breve, pero nos dejó tanto.
Venid, venid a Francia, so incautas |
Hagámoslo. Vámonos ver a Chiti.
ResponderEliminarAy, Silvia querida, esta noche me has hecho llorar...sabes lo que ha sido esta criaturilla para nosotros, lo kafkiano de su viaje, sus difíciles primeros días allí y hoy por fin sus primeras fotos en aquel jardín, tan lejano de estos huertos suyos y ya con sus nuevos compañeros, al principio antipáticos y huraños, más cerquita cada vez. No saben que ella será su nueva Emperatríz gatuna, como aquella otra que desde Granada también conquistó a los franceses, o quizás ya lo saben...
ResponderEliminar¡Podría ser el nuestro un gran viaje!
Preciosa Chiti!! bien merece el viaje, si señora.
ResponderEliminarSalud!
Viajazo.
ResponderEliminar