No puedo decirte que en Casa Azahara
vayas a encontrar el puro silencio. Si estás intoxicado de
presencias, si estás saturado; si tienes el cerebro hecho un lodazal
de decibelios y pensamientos medio descompuestos, entonces tal vez
deberías buscar una isla cerca de la Tierra de Fuego. Si lo que
necesitas es una cura de nada y mutismo, no vengas a Casa Azahara.
Porque aquí, cada media hora
aproximadamente, un burro rebuzna. Al principio esa voz invoca a tu
infancia. Reconozcámoslo: este país tiene unos pies de barro
robustos, unos huesos rurales, y quién no tiene o ha tenido un
abuelo en el pueblo. Tú estás en la terraza, picoteando una granada
que acabas de robarle al vecino, o dejando que el libro se broncee en
tu regazo y, de repente, suena esa trompeta de circo. Sonríes.
Cruzas una mirada cómplice con alguien que, estando a tu vera, no
haya pasado cada día de su vida respirando aire urbano. Te resulta
entrañable. Un burrito. Un Platero pequeño, peludo y suave. Que,
oído lo oído, no puede tener precisamente una caja de resonancia
pequeña. Y luego viene otro rebuzno. Y otro. Y otro más. Como si el
burro fuera un sereno. Sonando cada vez más quejoso. A lo mejor te
preguntas si el pobre no se habrá enterado por fin de que tarde o
temprano tendrá que morirse.
Y está la acequia, también incansable.
Colándose por los ventanales cerrados. Desmitiendo la sensación de
clausura que, a media tarde ya negra, proporciona el salón de la
planta de arriba. Persiguiéndote en la lectura y en la siesta.
Empapándote el ser entero. Arrullándote. El agua no para nunca, y
esta vez te preguntas cómo es posible, de dónde puede manar tanto
si apenas ha llovido desde primavera. Cómo puede ser que haya un
lugar que cante de esta manera.
Tampoco voy a prometerte un paraíso no
tocado por la mano del hombre. Esos árboles que ves ahí, al alcance
de un par de pasos, o algo más lejos, verdeando la ladera de
enfrente, no forman parte de un bosque. No son la sede de una
naturaleza indómita. No cobijan un santuario. Lo majestuoso, lo que
te aplasta y te deja mudo, lo que te pone en el sitio de tu auténtica
insignificancia, habrás de buscarlo en otra parte. Esas personas con
tronco y con hojas, cargadas de fruta, no son más que olivos de
aspecto altanero, limoneros y naranjos. Un verdadero clan de naranjos. Todo
aquí está adornado y compuesto. Diseñado en terrazas y exacto.
Todo es bonito e interesado. Los frutales parasitan la sombra de los
olivos; las acelgas y pimientos se alinean al pie de los frutales. El
sistema de arterias y venas de riego debe de ser tan sofisticado como
el de Versalles. No hay águilas ni lobos en este jardín modesto. No
hay helechos de cuando la Tierra era jovencita. No hay picos
apabullantes.
¿A que estás deseando venir? |
Esto es, simplemente, un oasis. Un
patio de recreo en el que recuperar sonidos arrasados por los motores
y los auriculares en las orejas. Campanas de la iglesia, la fruta madura cayendo
al suelo con un plop pesado, algunos niños que caracolean en sus
bicicletas. Tus propios niños, tal vez. Tus propios bostezos
resonantes como un rebuzno. Alguien que bate unos huevos en la cocina para plantarte en el desayuno un bizcocho, esponjoso como la alegría. Tu vida sin prisa.
(Por si alguien aún no lo sabe, Casa Azahara es un proyecto de hospitalidad que ha emprendido mi tía Esperanza. En cuanto tengamos apuntulada la página de Facebook, colocaré por ahí el enlace)
Pues sí, la verdad, suena atractivo el plan!.
ResponderEliminarBesos
Y eso que no he dicho nada de la Sierra redonda de nieve, ni de la Alpujarra a un paso, ni de comidas caseras ni de barranquismo ni escalada...
EliminarNo sé porqué pero me ha dado una alegría la idea y la mesura con que hablas del tema, me hace sospechar verdadera pasión.
ResponderEliminarNaranjos, pueblos tranquilos y sol. ¿Quién no se apasiona?
EliminarEs que, autoayudado, ese singular "ha emprendido..." que utiliza nuestra querida Silvia no puede ser más incorrecto, porque la ilusión (¿pasión?) creo que ella la comparte y cada uno en su grado, otras personas cercanas, necesarias en ese proyecto de oasis en el que quizás lo menos importante sea el resultado.
ResponderEliminarHay en este blog, aunque me costaría ahora encontrar la entrada exacta, un comentario de su autora que decía más o menos: "...algún día lo haremos, Esperanza..."
Estamous trabahando en ellioo
EliminarCuando una persona le pone tanta ilusión y pasión a un proyecto como este hace que los demás lo sigan sin dificultad.
ResponderEliminarEsa mardita Esperanza, cómo nos atiza y nos arrastra. Bendita ilusión práctica.
EliminarPues yo no me puedo quedar callada esta vez: Espe, no dejes escapar a Silvia, despuès de leerla... creo que esta sobrina tuya se hace imprescindible.
ResponderEliminarUn saludo. O mejor no, què narices, un abrazo muuuuy fuerte a las dos!
Si ya lo digo yo, que me tiene el mundo desaprovechaica.
EliminarOtro abrazo del mismo calibre para ti, monérrima.
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