Leo
con un nudo de ternura las peripecias del protagonista de El
curioso incidente del perro a medianoche. E
intento mirar a través de sus ojos las adivinanzas que ofrecen las
relaciones humanas. Pues bien, tengo que confesar que hay ocasiones
en las que no me importaría ser tan...especial como él. Haber
alcanzado un grado de desarrollo cognitivo y afectivo menos
sofisticado que el que se me supone como adulto más o menos sano.
Tener una capacidad un poco, sólo un poco más discreta para
interpretar los rostros ajenos y los juegos abstractos del lenguaje.
Quizás el mundo me resultase entonces un tanto más confuso, como a
mi frágil protagonista. O quizás el enfoque extremadamente íntimo
que usamos para asimilar lo que nos sucede es lo que lo complica todo
un poco más.
A
veces me gustaría que la empatía no me llevara por derroteros que
terminan resultando tóxicos. Habría menos desazón, vaya que sí,
si no tratara de hacer averiguaciones sobre las intenciones o los
estados de ánimo de la gente con la que entablo mis delicados
equilibrios emocionales. Si pudiera ver las caras con ingenuidad,
evitando escudriñarlas. A veces también me gustaría no
responsabilizarme de la frustración de los demás. No llegar a
deducir que si Jose conduce huraño y con las comisuras de la boca
hacia abajo, es porque yo he vuelto a planear fatal la excursión. No
absorber como por capilaridad ese ánimo no por mudo menos feroz.
Sería
bueno y saludable escuchar bien limpias las palabras de los otros,
sin que se solaparan con el eco que hacen al rebotar en mi cabeza.
Recibir las frases de los demás como si de verdad me creyera que
forman parte de un auténtico diálogo, como si pudiera reducir al
mínimo el volumen de los canales de radio de mi ego. Y las palabras,
recibirlas como a mariposas que se posaran un instante, aletearan un
poco, y luego volvieran a marcharse; seguir yo un pedacito de su
trayectoria, y luego dejarlas volar. Que lo que los otros dicen no
fuera definitivo, que lo que contradicen no fuera doloroso. Que no me
deprimiese mi incapacidad intrínseca para rebatir de viva voz.
Me
gustaría entender también la ligereza de mis propias palabras. No
pensar que lo que escribo puede solidificar y caerle en los pies a
alguien. Dejar de considerar que, como la escritura es mi herramienta
básica para comprender el dibujo de la realidad, entonces esas
comprensiones son ficticias. Que se me puede echar en cara que
prefiero iluminarme con la luz pulcra y artificial de la pantalla del
ordenador, antes que ensuciarme con la mugre de las calles. Que
escribo sin entender una mierda de nada. Que abuso de cierta
tendencia al adoctrinamiento. Que llega un momento en que la gente
deja de tolerar los arrebatos ajenos y las guías para aprender a
vivir con un poco menos de confusión.
Y a
veces me gustaría ceñirme a los hechos concretos, sin intentar
subjetivarlos de manera delirante. Conocer a los demás a través de
sus acciones directas, y no de mis interpretaciones. Me gustaría
limitarme a reconocer que mi padre, que en tantas ocasiones me parece
un prototipo de retraimiento, vuelca todo su potencial enorme para la
ternura en su manera de limpiar de tierra las raíces de sus
lechugas, o en los trapos viejos que ha mullido en el porche para que
las perras no pasen frío por la noche. Que los mosqueos largos de mi
madre se ponen en entredicho cuando me trae una guía inglesa de
pájaros que ha encontrado en su tienda favorita de segunda mano. Que
mi hermana me llama todavía “chacha”, como cuando nos
fotografiaban juntas, y ella, pequeñita, rubia, vestida de verde y
azul, parecía mi negativo, y que esa palabra impugna la idea de que
no dejaremos de competir nunca. Que ninguna malinterpretación ni
ningún malhumor de Jose podrá jamás rebatir el calor de sus dedos
en mi mejilla.
Por eso te decía que es bonito, porque te hace sentir esas cosas... te hace ver el mundo con unos ojos distintos, nuevos, más inocentes...
ResponderEliminarUn beso bonita, me has emocionado.
Gracias, chata.
EliminarMe va a costar separarme de esta criatura.
bufffff... no, no te gustaría ser asperger, no.
ResponderEliminarvale... ya se que el post no iba de eso, pero mi gajito es asperger y no podía evitar el comentario :(
la empatía es buena, créeme, aunque a veces sea algo incómoda.
Claro que no me gustaría, en absoluto. Por eso utilicé la palabra tentación. Como una especie de metáfora. Lo último que quisiera es que se interpretara que uso frivolamente un tema tan serio, para hablar de cosas que ni siquiera son serias, sino propias de la condición humana.
EliminarY por supuesto, creo fervientemente en la importancia de la empatia. Sin ella, no sólo peligraria la convivencia en sociedad, sino que no seriamos los animales extraños que somos.
Un besazo a los dos
Me has recordado que tuve una época en la que anhelaba el cerebro de Yola Berrocal para que mi máxima preocupación fuera la de tener las tetas más grandes... el caso es que tras (el manido tema)la yoguiexperiencia y cienes de lecturas, la aceptación de uno mismo / el amor por uno mismo es lo que provoca el milagro y creo que terminas por adquirir eso que anhelas, sin pretenderlo.
ResponderEliminarBesos mil y no me canso de admirar cómo describes el puchero interno cerebral.
PD.: Al final, me quedé con mi cerebro.
Muujer, yo también me quedo con mi empatía. Es buena gente, es compasiva, y es el lugar de donde brota la chispa. Sólo que a veces, contadas veces, me gustaría que fuera un poco menos charlatana.
EliminarTu cerebro mola mil veces más que las tetas de Yola Berrocal.
(Eh, podías recomendar al menos cinco de las cienes de lecturas)
De las que más me han gustado: La Maestría del Amor y Los cuatro acuerdos, ambos de Miguel Ruiz; El Poder del Ahora, de Eckart Tolle; Muchas Vidas, Muchos Maestros, de Brian Weiss (este se puede decir que fue el primero y me impactó mucho) y, mequedauno, mequedauno... el Tao Te King, que ya te lo recomendé. Ahora voy más por ahí, por cuentos zen, taoístas... y bueno, siendo sincera, ahora no leo mucho. Una acaba también saturada de estas cosas. Pero bueno, pasa como con las novelas, te lo tiene que pedir el cuerpo.
EliminarBesis (estos te los manda mi cerebro).
Siempre me encanta leerte querida prima... Y siempre pienso que lo haces GENIAL!!!!
ResponderEliminarBesossss mil
Eme jota
Hola, no se me ocurre comentario alguno, giro y giro pero no se me ocurre nada.
ResponderEliminarPero, hombre, que no son obligatorios!!
EliminarCreo que en mayor o menor grado todos tenemos alguna o varias de las caracteristicas del sindrome de Asperger. Pero a diferencia de los enfermos de dicho sindrome, esta en nosotros reconocerlas y tratar de corregirlas.
ResponderEliminarNo, tenía razón Primaveritis ahí arriba. Ni nos imaginamos.
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