Queridos
lectores, como bloguera vuestra que soy, os debo una explicación, y
esa explicación que os debo, os la voy a dar.
Mañana.
Al fin
y al cabo, de los siete gatos literales que hemos quedado tras la
ventolera de la privatización, creo que sólo dos no tendréis ni
idea de qué narices ha pasado. Así que, Ficticia, Laura, cuando
mañana me ponga delante del ordenador, veré vuestras caras
asomándose por encima de mi hombro, reflejadas en la pantalla. Un
adelanto, para crear tensión narrativa: hasta el pasado jueves yo
era una articulista cándida que se entretenía haciendo juegos
malabares con las palabras. Hoy sé que a veces el juego colapsa, y
que las palabras que tan graciosamente hacían molinillos y pasaban
de mano en mano pueden caerse y rodar y descontrolarse, las muy
traviesas, escondiéndose por entre los muebles, rodando debajo de
los coches, haciendo tropezar a la gente, poniéndose a tiro para que
cualquier desaprensivo las cace y te las devuelva directamente y con
saña a la cabeza. Hoy soy por lo menos diez libros más vieja. Y he
tenido que refugiarme en el Cabo de Gata para que este proceso de
maduración no me avinagrase.
Al
fin. Al fin lo conseguí. El sábado por la mañana todavía
tenía una capa de grasa en la mirada, y una necesidad patológica de
suspirar. Escuchaba la verborrea sin piedad del recepcionista del
Centro de Visitantes, adonde nos habíamos detenido con la única intención
de comprar agua. No imaginábamos que íbamos a ser víctimas de
minutos infinitos de sermón sobre unos senderos que conocemos ya
como el camino que va de nuestro dormitorio al cuarto de baño.
Escuchaba el énfasis admirativo de Jose, su celebración adorable de
cada pita, cada embrión de duna, cada avispa. Y las palabras me
repelían. Tanto como ver el plato de turrones en los días que van
de Nochevieja a Reyes. Tenía un Chernóbil de frases y opiniones y
discursos tóxicos en la cabeza, y sólo quería descansar de
lenguaje. Quería un tipo de comunicación más inocuo, menos zafio,
que las palabras. Y lo encontré de nuevo en la mecánica de las olas
del mar. En realidad no fue tan fácil. Luego siguió habiendo
empachos de palabras, ardores, recuerdos que volvían como eructos.
Pero yo prefiero resumir, por economía, diciendo que me bastó
pasear por la orilla, admirar sus guijarros exageradamente bonitos
(en serio, deberían aparecer en las guías turísticas, o en el
catálogo de Tiffany's, los guijarros litorales de este lugar), todos
parecidos, todos únicos; me bastó coger el compás de las olas al
respirar, para que un hueco higiénico de silencio se fuera abriendo
en mis entrañas.
Al
Cabo. Comprendedme, mis queridos, mis exclusivos seis gatos: no
quiero enturbiar aún ese hueco. No quiero volver de allí. Ni mirar
hacia el balcón, y comprobar que los días de sol fueron sólo un
espejismo. Quiero seguir donde esta mañana, después de un desayuno
buffet en el hotel tan escandalosamente opíparo que hemos estado a
punto de ser declaradas personas non gratas. Estoy sentada en el
tranco de acceso de nuestra magnífica habitación a su terracita
privada. He sacado el libro, e intentado el simulacro de pasar las
páginas, pero leer me parece una traición. Entonces se me
ocurre que puedo tomar unas notas para escribir este post tan torpe,
pero eso también me parece una traición a la majestuosidad discreta
del paisaje. Cerrar los ojos, tomar el sol, burlarme por lo bajini
del mal tiempo del resto del mundo, todo son formas menores de matar
el cuadro que tengo delante. Un cielo bordado de nubes – drama, tan
brillante, que parece una fotografía revelada sobre cristal. El
reflejo solar en un mar que anda. Los dos volcanes gemelos que, por
alguna misteriosa inversión mental, a Jose le recuerdan a un
camello, y a mí un sujetador cónico de los años cincuenta. La
memoria de un viejo fuego solidificado. Una pita que clama al cielo.
Chumberas agitanadas. Los palmitos disfrazados de erizos marinos.
Mi alma con agujetas se merecía una habitación con esta vista |
Y sólo
escucho al viento presumido y la cháchara de los pájaros y, de vez
en cuando, algo que recuerda a un coche por la carretera. Pero es tan
regresivo este paisaje, que el rodar de las ruedas bien podría
interpretarse como el rugido tímido, soltado casi por compromiso, de
un dinosaurio. Tengo un escándalo en las tripas que parece querer
sumarse a esta reunión sonidos básicos. Tengo además tres o cuatro
casitas cúbicas, un par de trigales de verde estentóreo, y la
intuición de ese lugar loquísimo, ese delirio de piedra alveolada
que son Los Escullos. Tengo las primeras amapolas del año, y las
espigas silvestres meciéndose como címbalos. Tengo la cara
caliente, y la piel chorreante de tanta luz diáfana. Tengo tan poca
borrasca.
Y ya
en Granada, aguantando de nuevo el repiqueteo minero de la lluvia en
mis cristales, tengo la aguda conciencia de que la luz limpia. A lo mejor imprimo este mensaje en una camiseta.
Ya puedo leerte otra vez. !Viva!
ResponderEliminarYa estás otra vez ahí. Ya no estoy tan solita. Vivaa
EliminarImprímelo, sí, que es precioso!.
ResponderEliminarPues ávida espero tu post, pero no más que cualquier otro.
Mi teoría tras leer algunos comentarios el otro día es que los seres humanos aún no hemos experimentado inversión Copernicana alguna, y por eso nos creemos todo se refiere a nosotros.
Que esto no te corte las alillas. You are free!
Besos mil
Eres monada y lista y ya has intuído el fondo del asunto. Voy a hacerte caso en breve, respecto a las alas. Lo de la inversión copernicana del Homo sapiens se merece un cum laude.
Eliminar(Estoy pensando en desarrollar todo un merchandasing)
Besos y requetebesos
Siento que me he ido por unos días y me he perdido de algo, lo cierto es que no entiendo nada, haciendo un alarde del poder deductivo que no tengo, me voy a post anteriores que levantaron un poco de ámpula, pero sigo sin entender, no entendí ni siquiera entonces ¿Queda claro que yo nunca entiendo nada? xD. En fin, qué bonita la vista de esa foto, veo el mar a lo lejos y siento envidia.
ResponderEliminarQuerida Valeria (Sofi): te he tenido en mente a ti, y a otras dos amigas de este blog, mientras escribía el post de hoy. Yo tampoco entiendo ni entendí mucho.
ResponderEliminarY por eso el mar: es el mejor bálsamo contra la incomprensión
Jo cariño, has transmitido tanta, tanta, paz, que me dan ganas de coger el coche y poner rumbo pa' allá.
ResponderEliminarYo quiero ir a mi playa, el mar es mágico, balsámico... pero últimamente los seres humanos de mi alrededor me acosan y no me dejan...
Ando perdidilla, pero supongo que en la otra entrada entenderé algo no?
Un besito!
Pd. Me ha gustado mucho lo de que "me veas" junto con Laura asomada por encima de tu hombro.
De verdad que es un lugar portentoso, Ficticia. Esta feo que me haga publicidad, pero tengo por ahí otra entrada sobre el Cabo. Señores de la Diputación de Almería, me ofrezco para redactar una bonita guía.
EliminarEspero que te hayas encontrado con lo que te mandé por correo ;-)
Y he descubierto que esa es la mejor manera para escribir algo con honestidad y algo de gracia: imaginar a un buen lector real, que te escucha más que leerte y te vigila.
Un beso por eso, amiga!