domingo, 24 de marzo de 2013

Al fin. Y al Cabo.

Queridos lectores, como bloguera vuestra que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a dar.

Mañana.

Al fin y al cabo, de los siete gatos literales que hemos quedado tras la ventolera de la privatización, creo que sólo dos no tendréis ni idea de qué narices ha pasado. Así que, Ficticia, Laura, cuando mañana me ponga delante del ordenador, veré vuestras caras asomándose por encima de mi hombro, reflejadas en la pantalla. Un adelanto, para crear tensión narrativa: hasta el pasado jueves yo era una articulista cándida que se entretenía haciendo juegos malabares con las palabras. Hoy sé que a veces el juego colapsa, y que las palabras que tan graciosamente hacían molinillos y pasaban de mano en mano pueden caerse y rodar y descontrolarse, las muy traviesas, escondiéndose por entre los muebles, rodando debajo de los coches, haciendo tropezar a la gente, poniéndose a tiro para que cualquier desaprensivo las cace y te las devuelva directamente y con saña a la cabeza. Hoy soy por lo menos diez libros más vieja. Y he tenido que refugiarme en el Cabo de Gata para que este proceso de maduración no me avinagrase.

Al fin. Al fin lo conseguí. El sábado por la mañana todavía tenía una capa de grasa en la mirada, y una necesidad patológica de suspirar. Escuchaba la verborrea sin piedad del recepcionista del Centro de Visitantes, adonde nos habíamos detenido con la única intención de comprar agua. No imaginábamos que íbamos a ser víctimas de minutos infinitos de sermón sobre unos senderos que conocemos ya como el camino que va de nuestro dormitorio al cuarto de baño. Escuchaba el énfasis admirativo de Jose, su celebración adorable de cada pita, cada embrión de duna, cada avispa. Y las palabras me repelían. Tanto como ver el plato de turrones en los días que van de Nochevieja a Reyes. Tenía un Chernóbil de frases y opiniones y discursos tóxicos en la cabeza, y sólo quería descansar de lenguaje. Quería un tipo de comunicación más inocuo, menos zafio, que las palabras. Y lo encontré de nuevo en la mecánica de las olas del mar. En realidad no fue tan fácil. Luego siguió habiendo empachos de palabras, ardores, recuerdos que volvían como eructos. Pero yo prefiero resumir, por economía, diciendo que me bastó pasear por la orilla, admirar sus guijarros exageradamente bonitos (en serio, deberían aparecer en las guías turísticas, o en el catálogo de Tiffany's, los guijarros litorales de este lugar), todos parecidos, todos únicos; me bastó coger el compás de las olas al respirar, para que un hueco higiénico de silencio se fuera abriendo en mis entrañas.

Al Cabo. Comprendedme, mis queridos, mis exclusivos seis gatos: no quiero enturbiar aún ese hueco. No quiero volver de allí. Ni mirar hacia el balcón, y comprobar que los días de sol fueron sólo un espejismo. Quiero seguir donde esta mañana, después de un desayuno buffet en el hotel tan escandalosamente opíparo que hemos estado a punto de ser declaradas personas non gratas. Estoy sentada en el tranco de acceso de nuestra magnífica habitación a su terracita privada. He sacado el libro, e intentado el simulacro de pasar las páginas, pero leer me parece una traición. Entonces se me ocurre que puedo tomar unas notas para escribir este post tan torpe, pero eso también me parece una traición a la majestuosidad discreta del paisaje. Cerrar los ojos, tomar el sol, burlarme por lo bajini del mal tiempo del resto del mundo, todo son formas menores de matar el cuadro que tengo delante. Un cielo bordado de nubes – drama, tan brillante, que parece una fotografía revelada sobre cristal. El reflejo solar en un mar que anda. Los dos volcanes gemelos que, por alguna misteriosa inversión mental, a Jose le recuerdan a un camello, y a mí un sujetador cónico de los años cincuenta. La memoria de un viejo fuego solidificado. Una pita que clama al cielo. Chumberas agitanadas. Los palmitos disfrazados de erizos marinos. 

Mi alma con agujetas se merecía una habitación con esta vista

Y sólo escucho al viento presumido y la cháchara de los pájaros y, de vez en cuando, algo que recuerda a un coche por la carretera. Pero es tan regresivo este paisaje, que el rodar de las ruedas bien podría interpretarse como el rugido tímido, soltado casi por compromiso, de un dinosaurio. Tengo un escándalo en las tripas que parece querer sumarse a esta reunión sonidos básicos. Tengo además tres o cuatro casitas cúbicas, un par de trigales de verde estentóreo, y la intuición de ese lugar loquísimo, ese delirio de piedra alveolada que son Los Escullos. Tengo las primeras amapolas del año, y las espigas silvestres meciéndose como címbalos. Tengo la cara caliente, y la piel chorreante de tanta luz diáfana. Tengo tan poca borrasca.

Y ya en Granada, aguantando de nuevo el repiqueteo minero de la lluvia en mis cristales, tengo la aguda conciencia de que la luz limpia. A lo mejor imprimo este mensaje en una camiseta.


8 comentarios:

  1. Ya puedo leerte otra vez. !Viva!

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    1. Ya estás otra vez ahí. Ya no estoy tan solita. Vivaa

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  2. Imprímelo, sí, que es precioso!.
    Pues ávida espero tu post, pero no más que cualquier otro.
    Mi teoría tras leer algunos comentarios el otro día es que los seres humanos aún no hemos experimentado inversión Copernicana alguna, y por eso nos creemos todo se refiere a nosotros.
    Que esto no te corte las alillas. You are free!
    Besos mil

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    1. Eres monada y lista y ya has intuído el fondo del asunto. Voy a hacerte caso en breve, respecto a las alas. Lo de la inversión copernicana del Homo sapiens se merece un cum laude.

      (Estoy pensando en desarrollar todo un merchandasing)

      Besos y requetebesos

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  3. Siento que me he ido por unos días y me he perdido de algo, lo cierto es que no entiendo nada, haciendo un alarde del poder deductivo que no tengo, me voy a post anteriores que levantaron un poco de ámpula, pero sigo sin entender, no entendí ni siquiera entonces ¿Queda claro que yo nunca entiendo nada? xD. En fin, qué bonita la vista de esa foto, veo el mar a lo lejos y siento envidia.

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  4. Querida Valeria (Sofi): te he tenido en mente a ti, y a otras dos amigas de este blog, mientras escribía el post de hoy. Yo tampoco entiendo ni entendí mucho.

    Y por eso el mar: es el mejor bálsamo contra la incomprensión

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  5. Jo cariño, has transmitido tanta, tanta, paz, que me dan ganas de coger el coche y poner rumbo pa' allá.
    Yo quiero ir a mi playa, el mar es mágico, balsámico... pero últimamente los seres humanos de mi alrededor me acosan y no me dejan...

    Ando perdidilla, pero supongo que en la otra entrada entenderé algo no?

    Un besito!

    Pd. Me ha gustado mucho lo de que "me veas" junto con Laura asomada por encima de tu hombro.

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    1. De verdad que es un lugar portentoso, Ficticia. Esta feo que me haga publicidad, pero tengo por ahí otra entrada sobre el Cabo. Señores de la Diputación de Almería, me ofrezco para redactar una bonita guía.
      Espero que te hayas encontrado con lo que te mandé por correo ;-)
      Y he descubierto que esa es la mejor manera para escribir algo con honestidad y algo de gracia: imaginar a un buen lector real, que te escucha más que leerte y te vigila.
      Un beso por eso, amiga!


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