(Estoy dispuesta a alimentar, un día
sí, un día no, el post que perpetré sobre las excusas que me voy
poniendo para no escribir. O para escribir en modo coitus
interrumptus y sin publicar. Ayer, por ejemplo: estuve chateando
-atención - por el Skype (¿se puede ser más retrógrada). Y luego
el ordenador fue requisado por un obseso de los documentales.
Maldición de los bienes gananciales!)
Las cosas me gustan así, súbitas y poco
cocinadas. Sí, sé que esto parece una calculada declaración de
espontaneidad, algo así como “mira cómo viajo a salto de mata,
mira qué libre y desorganizada soy, que nunca sé cuándo voy a
salir de casa, ni cuál será mi itinerario, ni dónde voy a dormir
mañana. Mira, nunca hago planes. ¿A que molo cantidad?” Puede que
suene a eso, pero el caso es que así es como me gusta viajar, y así
es como me gusta vivir. Me gusta estar en un lugar, y poner los ojos
muy redondos al recordar que un par de horas antes, o ayer, estaba en
un “allí” que de repente me parece ciencia- ficción. Esos
cambios de plano radicales, esa sensación de haber sido
teletransportada. Cuando pienso las cosas más de la cuenta, cuando
planeo, meto demasiado de mí misma en el objeto de mi pensamiento:
Croacia, un poner, deja de ser Croacia, una esquina específica y
única de un mundo todavía grande, y se convierte en mi expectativa
de Croacia, se tiñe de mis gustos y de mis disgustos, se contamina
de lo que deseo y de lo que ya tengo aprendido. Planear es forzar las
cosas para que vengan como nosotros las queremos (qué viva
Perogrullo), y las cosas nunca son tan dóciles, precisamente.
Esta mañana, antes de las diez, estaba
ya metida en el coche, desertando de mis adoradas costumbres
post-desayuno (dejar tooodo por medio, y leer, leer, leer, hasta que
el café esté ya en el duodeno), y me encontraba tan Henchida de
Gozo, que poco me faltó para saludar con la manita a los pocos
transeúntes dominicales, cual reina de Inglaterra, o niña con
severo retraso cognitivo. Pasó que, mientras me zampaba unos crepes
de lima y fresas, miré por mi balcón, y vi la mole un poco
gelatinosa de Sierra Nevada. Las chicharras empezaban su jornada
laboral en el descampado del Cuartel de las Palmas, y yo me dije
“anda que no se estará fresquito ahí arriba”. Un cuarto de hora
después, las camas sin hacer, el fregadero lleno de platos sucios,
botas de montaña en los pies, y sin más equipaje que una botella de
agua unas mil veces reutilizada, se desarrollaba la escena del
cuasi-saludo real.
Y media hora después, ascendíamos las
curvas de la carretera de Sierra Nevada en penosa romería, detrás
del millón de ciclistas de todo pelaje que había decidido juntarse
para echar una carrerita hasta el Veleta. Es lo que pasa cuando no
planeas, que la realidad te supera con más disfraces que Mortadelo.
Nos adelantaban motos que jaleaban a aquellos pobres individuos, Jose
se iba poniendo verde de impaciencia, y yo por fin pude satisfacer mi
deseo de saludar a diestro y siniestro. Me devolvieron el saludo: un
bigotudo que olía por todas las costuras del maillot a guardia civil
prejubilado. Un tío flaco con notable parecido a Gila. Y un Madurito
Potente con más fibra que una alcachofa. Me encantan los ciclistas,
sus caracoleos a todo lo ancho de la carretea, cuando van borrachos
de cansancio, o la mirada fanática que se les pone cuando van con el
culo pegado al sillín, un metro más un metro más un metro más.
Será que mi padre y mi tío me suministraron, cuando tenía la
sesera tierna, una dosis de Tour de Francia mucho más alta de lo
recomendado por la OMS.
Por fin abandonamos el coche en un
anchurón de la carretera, trepamos el talud, cual Steve McQueen en
“La huida”, y nos pusimos a andar sin ton ni son por un lugar
sembrado de boñigas de vaca. La ausencia de planes, ya sabéis. La
ausencia de planos. Y así, poco a poco, lo que era campo a través
se fue convirtiendo en vereda, como si el camino llevara toda la vida
esperándonos, y alguien lo fuera tendiendo justo antes de nuestro
paso. Machadismo de alta montaña mediterránea. Podría pormenorizar
las sensaciones que me provoca este paisaje insólito, pero temo que,
a estas alturas, más de uno esté a punto de denunciarme por
causarle empachos clorofílicos. Así que sólo voy a decir que, por
encima de los 2000 metros, hay una pugna entre lo desmesurado y lo
minúsculo. Hay más horizontes, más panorámicas, más masas de
piedra de las que caben en una mirada. Uno se siente como si fuera un
cristiano hambriento y deslumbrado arrojado a las arenas del Coliseo,
expuesto, insignificante, y a merced de toda esa cantidad disparatada
de mineral. El suelo está lleno de piedras brillantes como el papel
de aluminio, piedra en las llanuras, piedra en las cuestas, bajo tus
pies, detrás de tu espalda, allá a lo lejos, inundando tu visión.
A veces parece como si toda esa piedra quisiera meterse dentro de ti,
como si tu corazón estuviera a punto de petrificarse, y todas tus
células estuvieran reorientándose en respuesta al magnetismo de
tanto hierro, tanto plomo y tanto zinc.
Y luego está lo vivo, que resiste como
puede a la hipnosis de la piedra. Todo es pequeño y breve: las matas
de enebro no me llegan al tobillo, las flores recuerdan a un
alfiletero, los bichos son puro sonido. ¿Cuándo dejaron de estar
sepultadas bajo la nieve, estas pobres plantas? ¿Hace un mes y
medio? ¿Y cuándo volverán a ser borradas por esa goma gigante? Con
suerte, dentro de otro par de meses escasos. Lo asombroso de este
lugar, más que su enormidad, es que aquí la vida es un
empecinamiento. Cada especie, y parece un chiste, pero este es el
punto de mayor diversidad del continente, tiene la misma voluntad
salvaje que uno de esos ciclistas barrigones, novatos, que no piensan
bajarse de la bici hasta que no atraviesen la meta.
Ejemplo vital |
Antes de volvernos al coche, estamos un
rato sentados a la orilla de un charquito formado por aguas que
brotan de ningún sitio. Hay mariposas por todas partes, porque aquí
el verano es primavera, mariposas que casi se te posan encima, y
mariposas que flotan muertas sobre la superficie del agua
transparente, tras haber completado su ciclo vital. En ese momento
pienso lo maravilloso que sería quedarme ahí sentada hasta que se
hiciera de noche, pendiente de los infinitos movimientos de hambre,
reproducción y muerte, hasta que consiguiera descifrar el lenguaje
de este diminuto ecosistema. Pero la botella achuchada de agua se
quedó en el coche, el desayuno hace tiempo que fue liquidado, y ahí
abajo, a unos 1500 metros de distancia vertical, y como a un eon de
años, tengo una casa, y un pulpo que cocer, y una camita deshecha
donde echaré la siesta acordándome de lo que pinchaba la hierba
húmeda junto al charquito, y maravillándome por la riqueza
imprevista de mi vida.
Esto, no he resistido la tentación de colar mi receta de pulpo con puré de boniato |
A medida que leo el post me digo, que bonito,que bonito y en mi cabeza suenan música y jaleos flamencos acompañando este pensamiento.Luego llego a la foto de la receta y babeando pienso,te quedó redondo maja.
ResponderEliminarUn beso.
Vida mia pero que pinta tiene ese pulpo!.
ResponderEliminarEn vez de denunciarte por tus -según palabras tuyas- empachos clorofílicos, he decidido que te pagaré (¿mañana, vale?) con la misma moneda, así que...quizás mi relato podría parecerse al de este post: un verano que es primavera, una locura mineral, la vida que tiene que serlo en menos tiempo del que tendría en climas más dulces...pero también veo diferencias, porque en el mío hay un exceso de planos, tantos que la mirada ya no sabe hasta dónde llegan ni si lo último que casi no se distingue de tan lejos son nubes o la cima de las montañas detrás de las montañas, y la vida, no sabes bien cómo -creo que la culpa es de una corriente un poco "golfa"- consigue bosques milagrosos y que las laderas o las simples cunetas de las carreteras sean los jardines que nunca conseguiré ni con todo el mimo del mundo. ¿Me ayudas a buscar un nombre para ese plantea nuevo?
ResponderEliminarPerdón, planeta.
ResponderEliminarSilvia, por favor, esa receta de pulpito! (Como ya hice alguna vez, insisto: etiqueta culinaria y post explicativo de cada plato del que hables. Algo así como "post con sub-post"...exigente que es una).
ResponderEliminarPor cierto, post pre-cio-so!.
Laura
Laurilla, es que el post pulpero sería tan corto como: machacar boniato cocido con un poco de aceite y pimienta, y echarle encima un carro de pulpo, pimentón ( de la Vera, of course), sal en escamas y cebollino. FIN.
ResponderEliminarEn realidad, hay una etiqueta culinaria. Tendré que alimentarla un día de estos
Mmmmmm!, gracias!. (Bueno, en ese caso podria perfectamente ser "post con minisubpost", y asi bajo la exigencia).
ResponderEliminarDisfruta tus vacaciones!