viernes, 27 de julio de 2012

Sobre ruedas


Otra de las ideas fijas que tenía para las vacaciones, aparte de la de no dormir cada noche en un hotel, y la del tumbado mississippiano, era la de alquilar una bicicleta. Más allá de estos requisitos básicos, lo mismo me daba acabar en Asturias que en Tombuctú. Que, a todo esto, digo yo que la administración del exquisito Principado bien podía plantearse ya el concederme una paguita por la promoción que estoy haciendo de sus múltiples encantos. Aunque, tras la batida en retirada del Espeluznante Señor Cascos, la cosa no me pone tanto. En fin, que quería montar en bici. ¿Y por qué ese antojo, si llevaba más de quince años sin plantar mis reales en un sillín? Pues vete tú a saber. Una de mis ventoleras patológicas. Quizás es que, después de dedicar un post al correr y otro al nadar, a una parte muy cutre de mi cerebro le apetecía hacer la cuadratura del triatlón (esto, la triangulación). O quizás el bicicleteo era la única actividad de turismo patrocinado por Decathlon, además del senderismo brutal, que mi compañero de viaje estaba dispuesto a compartir conmigo. 
 
Así que Villanueva de Santo Adriano (Santu Adrianu. Como podrán darse cuenta, señores principadistas, reboso respetu por la diversidad de las chacharillas lenguas habladas en su bendito territorio. Perdón, se me escapa el pipí). Diez de la mañana de un lunes de julio. El Susodicho y la Abajo Firmante merodean en torno al chiringuito de alquiler de bicicletas ubicado en el área recreativa que se mencionó hace dos post. Vuestra amiguita es una antena parabólica de inseguridad. A punto está de echar mano de uno de sus pintorescos y ventajosos dolorcillos (piel de las manos en proceso de readaptación al mundo, rodilla hipocondriaca, contractura cervical nacida en la patria querida), por si consigue abortar la Operación Velocípedo. Como ya ha dicho, no se ha montado en una bici desde que su cuerpo empezó a ser bombardeado por testarudas lluvias de estrógenos. ¿Volverá a hacer alarde de su natural torpeza física? ¿Será capaz de mantener el equilibrio sobre ese aparato que, de pronto, se le antoja de apariencia sádica? ¿Se le acercará una pareja de la Guardia Civil, alcoholímetro en mano? Con suerte, el chiringuito cerrará precisamente el lunes, vaya por dios, y entonces habrán de conformarse con una bonita e indulgente excursión. 
 
Pues no. Ahí están ya, aparcaditas, las bicis, la mar de educadas y cursis. El colega que las pastorea escoge para la Abajo Firmante un ejemplar de color kiwi, “muy facilita de llevar”, dice, subido en su increible capacidad telepática. Y mientras Susodicho y el Pastor de Bicicletas negocian sus cosas, ella huye a la espalda del chiringuito, y se sube a la bici sin sufrir un tirón en la ingle, que era uno de sus más indignos temores. Pone pie derecho en pedal derecho y, ahora viene lo bueno, lo arriesgado, lo acrobático, pie izquierdo en pedal izquierdo. El manillar cabecea un poco, ella mueve las piernas como corresponde y, oh, el milagro sucede, el tópico se cumple: montar en bici es algo que no se olvida nunca. Rueda un minuto en círculos, comprobando su control de las direcciones. Frena en seco. Echa pie a tierra. Quiere gritar yoojojoooii. 
 
Porque en esa secuencia de aclimatación se condensa un puñado de memoria de la que Abajo Firmante no tenía noticia consciente. De golpe recuerda el patio de la casa de La Línea donde aprendió a montar en una diminuta bici roja dotada de ruedecillas auxiliares. Recuerda, con cierta creatividad, a su padre sosteniendo con una mano el manillar, y con la otra su espalda, una vez que esas ruedecillas fueron amputadas. Recuerda el pueblo de su madre como el Dorado Reino de las Dos Ruedas. Una vez, siendo ella pequeñita, en que su tía Esperanza se la llevó montada en el portabultos de su cálida bici azul, y empezó a rodar y rodar y rodar, dejando atrás el cartel con el nombre del pueblo tachado, circulando ya entre viñas y olivares cuya visión se empezaba a deshacer como una acuarela húmeda, y a ella le entró miedo de apartarse tanto de lo conocido, y quiso volver. 
 
Aunque carece de imágenes rodantes de su abuelo, recuerda su bicicleta elegantísima, tan retro que todo lo que quedaba a su alrededor se teñía de color sepia. Abajo Firmante intuye que varios miembros de su familia conservan en sus teléfonos móviles la foto de esa bici recortada contra la hiedra del patio, junto a esa extraña piedra clara que parece una pila paleocristiana. Un recordatorio de pura simplicidad veraniega, en la que flota, muy discreto, el amor filial.

Las bicis de sus primas, aguerridas como mulos, las bicis, no las primas. El intento, demasiado ambicioso para sus piernas de entonces, que María José y ella hicieron de llegar a la Fuente del Espino. La ostentosa bicicleta de montaña que sus padres compraron a Abajo Firmante y a su hermana (¿Una bici por niña? ¿Dónde se había visto semejante derroche?), y que suscitó cierta tirria entre las primas desconocedoras de piñones y platos. La baca que hubo que comprar para transportarla al pueblo en las vacaciones de verano, y que tan pocas veces se usó. Aquella vez en que cruzó sin mirar la calle de Málaga en la que vivía, y un coche estuvo a punto de darle un topetazo, cómo no supo reaccionar de otra manera que pidiendo un tímido perdón, y el tono entre furioso y angustiado que usó la conductora para decir “perdón de qué, perdón por qué, que casi te atropello”. Abajo Firmante no cree tener más recuerdos, desde entonces.

Por la tarde, tumbada sobre manta y césped, es cuando toca hacer recuento de todas estas pequeñas memorias que se funden con el verde flagrante de los robles entre los que hoy ha circulado, y con una punzada de orgullo por su cuerpo que funciona. Tiene un dolor en la parte de los isquiones (búsquenlos en el Google, amiguitos. Yo me aprendí su ubicación en Pilates) de tipo el opulento Cayo Fortunato propina una azotaina, con verde vara de fresno, en el culo de su esclava favorita, porque ha sido muy, muy mala. Pero fantasea con el proyecto de limpiar de polvo y telarañas la vieja bici de montaña, arrumbada en el garaje de su padre, arreglarle las ruedas, y comerse kilómetros por los carriles de media Andalucía. Qué chiquilla tan fácil de contentar, esta Abajo Firmante.

Campaña de promoción de la imagen de Abajo Firmante.



1 comentario:

  1. Anónimo entre comillas28 julio, 2012 23:53

    Se deduce de todo esto que es un mito sin fundamento tu supuesta torpeza para las habilidades físicas ¿verdad?
    Agradezco cada recuerdo que rescatas de mi -nuestra- vida pasada. Siempre he dicho que si pudiéramos reunir los de cada uno e ir devolviéndolos, cuidadosamente, al lugar del que se esfumaron, ese pasado se haría más luminoso.
    Y reitero mi admiración por la forma en que cuentas las cosas (ninguna relación causa-efecto con nuestra conversación de ayer).

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