domingo, 29 de julio de 2012

Retiro


Por supuesto que puedes subir hasta aquí en coche, cómo no, si casi podemos conducir hasta la luna. La carretera es estrecha, y la capa de asfalto disimula, a duras penas, que hasta anteayer fue un simple camino de herradura, pero no tiene muchas curvas. Yo misma la he utilizado dos, no, tres veces, para acarrear hasta aquí las cosas a las que no he sido capaz de renunciar. Podría haberlas cargado en un mulo, y porteado a pie desde Santu Adrianu, pero mi vocación por la autosuficiencia no llega hasta esos extremos de delirio. Que no creo que se me diera mal del todo, tirar de un mulo, oye. Una vez, un compañero de trabajo y yo guiamos, por media sierra de Iznalloz, a una burra que nos encontramos abandonada, y a mí me resultó un placer muy dulce escuchar aquellos cascos gastados y retumbantes, por detrás, tan obedientes como el eco de mis propios pasos. Serán los genes arrieros. Pero los proyectos personales deben ser lo suficientemente amables y plásticos como para adaptarse a la realidad circundante, si uno no quiere que se le ponga cara de Charles Manson. Y mi realidad circundante es que a) este no es un lugar tan remoto como para que te presten un mulo; b) tengo un coche la mar de majo, a pesar de su vicio de alimentarse de gasoil; y c) los utopismos me dan una risa bárbara.

Pero si llevas poca carga, te recomiendo que la metas en una mochila, y que subas andando por el desfiladero. Es lo que hice yo, una vez que hube colocado mis escasos aunque pesados trastos en la casita, y las provisiones dentro de la despensa. Creo que siempre es bueno empezar lo que uno se propone a pie, sobre todo cuando el camino empieza con una cuesta. Eso te da una idea de las fuerzas con que, desprovisto de prácticamente todo lo que no sea tú mismo, cuentas. Empiezas a andar con la vista fija en las piedras del suelo, y después de unos minutos de marcha, te das la vuelta y, entre jadeos, te asombras de haber sido capaz de subir tan alto, montado sobre tus tus propias piernas. La palabra júbilo es muy apropiada para ese momento. Pero ya te he hablado mil veces de esa sensación, ¿verdad? 
 
Aunque te lo advierto, te va a costar mantener la vista fija en el suelo. Vas a querer asomar medio pie por el borde del barranco. Te va a pasar por la zona más desbocada y bruta de tu imaginación la idea de arrojarte a la dudosa red de seguridad de esa jungla que esconde al arroyo, que parece mentira que quede a más de cincuenta metros de profundidad, con el escándalo que arma. Llegará incluso el instante en que, a pesar de que lo folclórico te dé tantas ganas de orinar como a mí, empieces a pensar que el nombre de “Desfiladero de las Xanas” está requetebién puesto, porque, que una de esas hadas fluviales de los cuentecillos de pastores haya logrado embrujarte, entra de pronto en la quiniela de tu objetividad. No temas. Es el efecto un poco tóxico que provoca el paisaje que atravesarás, la borrachera de aire verde, la vegetación que cabalga obsesiva sobre las paredes blancas, tan verticales como las de tu propia casa, del desfiladero.


 Cuando estés medio habituado ya al precipicio y a las entrañas de un bosque que te sonará a tropical, cuando no te acuerdes del televisivo mundo de allí abajo, cuando esta ascensión empiece a parecerte un poco demasiado ritual, entonces la arboleda comenzará a abrirse. Intuirás el prado diminuto y la choza detrás de la primera empalizada que verás, preguntándote si es posible que la loca de Silvia se haya podido retirar justo a este lugar, apenas arrebatado a los árboles. No creas, también a mí se me pasó por la cabeza escogerlo. Tiene soledad a toneladas, tiene silencio, carece de esos horizontes y panoramas que son la excusa perfecta para levantar la vista del ordenador. Pero, repito, mis ideas fijas son muy fáciles de engatusar. Y, cuando al final, sí, esta vez sí es el final, de la cuesta te encuentras con el mosaico de praditos cargados de bondad, con las flores y las montañas, y con las casas robustas de Pedroveya, Dosango, La Rebollada, ¿quién se acuerda del libro que uno venía a escribir aquí? ¿Quién quiere meterse en un agujero verde, y llenarlo de palabras perecederas e intercambiables? ¿Quién es capaz de decirle que no a un mundo que te está proponiendo idilios?
Lo que verás desde la ventana donde desayuno

 Así que en esas estamos, amigo. Escribo, sí, pero mucho menos de lo que había planeado. Está claro que voy a necesitar más tiempo del que me ofrece este verano de retiro para acabar el dichoso libro. Al final olerá a tubo de escape y a ciudad, para variar. No importa. Voy aprendiendo otras muchas cosas. Tengo unos vecinos relativos, Fonsu y Amelia, viejos como una cueva, que me han adoptado, y me enseñan a guiar las matas de fabas por las varetas de avellano. A ordeñar sus dos vacas. ¡A hacer mantequilla y queso! A guardar a las malditas gallinas rebeldes. A hacer un buen fuego en la chimenea, porque en estas alturas, de noche, refresca. Ayer estuve ayudando a Fonsu, horquilla en mano, a hacer montones de heno recién segado, y hasta me dejó dar un par de vueltas y cabriolas con su segadora pequeñita. Gran tipo, de palabras escogidas y nudosas como sus propias manos. Siempre me dice “menos hablar en el trabayu, nena”, y yo me parto. Pero tiene razón. Por las mañanas trasteo en el huerto, hago pan de maíz. Cocino, tratando de usar la menor cantidad posible de las provisiones que subí en el coche. Apenas gasto electricidad. Ayudo y dejo que me ayuden. Me trago las palabras, por las mañana, y luego, tras una siesta cortita, las regurgito por la tarde, en el ordenador. Por supuesto que aparto la vista de la pantalla. Habría que ser muy tonto y, no sé, muy histriónico, para no hacerlo. Y, aunque lenta, tortuosamente, parece que la cosa avanza. A eso de las ocho, vuelvo a callarme. Si el tiempo lo permite, me doy un paseo, de un pueblo a otro, a esa mancha de robledal que todavía no he catado, o hasta algún pico rocoso no muy exigente. Y si llueve, con esa suavidad como de caricia, me doy un atracón de mirar, sentada en el poyete de la fachada, donde he aprendido a dejar mis propios zapatos. Espero ver pronto los tuyos en el mismo sitio.

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