Mi madre va a decir que naranjas, que no
se me puede mandar nada, pero en realidad yo soy una hija muy
complaciente. Sólo que le tengo un gran respeto a mis propios
tiempos. Si me pides que suba quince veces del huerto a la casa, y de
la cocina a la habitación de arriba, en busca de limones o de
cualquier camiseta chusmosa que te puedas poner para que tu ropa no
coja olor a comida, yo lo voy a hacer. Tarde o temprano, porque por
dentro soy tan dulce que pico las muelas. Muy por dentro. Tú déjame,
que aunque proteste o te suelte un bufido, te voy a dar lo que
quieras. Y, de paso, a lo mejor hasta domestico tu impaciencia.
Pero, mira, sólo he tardado tres días
en satisfacer tu deseo de leer el post que hoy te pongo por delante.
No sé por qué están tan mal consideradas las obras creativas
(ejem) de encargo. A mí me parece un desafío de lo más estimulante
que me estrechen el marco de lo que aún está por escribir. Es como
nadar con las piernas trabadas: para avanzar, tienes que darle mucho
más fuerte a los músculos de los brazos y de la espalda, y eso
asienta y robustece el eje de tu cuerpo, y permite que dejes de dar
por sentada la agilidad casi inconsciente con que se mueven tus
piernas. El caso es que me ponen los corsés. Lástima que nadie más
haya tenido el buen gusto de pedirme un post a la carta.
Aunque debo reconocer que la lista de
cosas que no haría ni por todo el oro del mundo no ha querido salir
rápidamente de mi mollera. Estaba a gusto en medio de mis
cuentecillos, mis listas de la compra y mis planes no muy coherentes.
Por dos razones muy sencillas. Porque, evidentemente, los elementos
de esa lista (la primera, no la de la compra) tenían que pasar por
un filtro: no iba a anotar ni una sola obviedad relacionada con
principios éticos de parvulitos. Nada de “ni por todo el oro del
mundo dejaría que mi padre se alimentara de mondas de patata, ni por
todo el oro del mundo compraría un riñón en una oscura esquina de
Bucarest, ni por todo el oro del mundo me abrigaría con pieles de
bebés lince, ni por todo el oro del mundo bebería té recolectado
por las tiernas y arañadas manos de un niño de seis años que
trabaja veinte horas diarias, y sueña con aprender a leer mientras
se intoxica con pegamento para aguantar el cansancio, por nada del
mundo vendería mi cuerpo a un pastor octogenario que oliese más
fuerte que sus cabras”. Y también porque, en realidad, me cuesta
bastante decir que no. Hay pocas cosas que no haría, más allá de
lo consignado en tres de los diez mandamientos (buscad en la
Wikipedia como yo: el cuarto, el quinto y el séptimo. El octavo, a
ratos. Qué catequesis más mal aprovechada). Así que se me ha
ocurrido este puñadito de cosas:
- Ya puede venir Angela Merkel con 10.000 millones de euros, que yo no vendería el huerto de mi padre. Porque es él mismo, sus miles de horas invertidas, su dedicación, los rebrotes, quién lo iba a esperar a estas alturas, de los ciruelos que plantó su padre, esas rabietas con las que me troncho, cuando monta en cólera por culpa de la pérfida mosca de la fruta, como si en vez de un robusto jubilado, fuera una triste alma de la posguerra que tuviera que alimentar a trece hijos. Es la luz brillantísima de esta punta del mundo, el Peñón al fondo, los vientos inevitables como las visitas, la sal y la humedad, y el olor a madreselva y jazmines a primera hora de la noche. Todo ello coagulado en unas cuantas fresas, naranjas, judías, ciruelas.
- Así que, ni por todo el oro del mundo, pienso hablar yo de herencias. Punto.
- Ni comprarme una casa en cualquiera de mis paraísos, después de que me lo hayan secuestrado, violado, torturado y asesinado. Antes de escribir mi rabia a costa de los planes criminales que acechan la playa de Valdevaqueros, me dije yo “aunque un chalecito entre rosas del Pacífico y palmeras, con la duna ahí pegada a mi tremendo ventanal, y un millón de macizos windsurferos a la distancia ridícula de una carretera de doble sentido...” Pero No-No-No.
- Jamás compartiría mi mesa con un pez gordo de la construcción. Eso a pesar de que mi propio padre fue un humilde chanquetito en ese sector de la infamia, y que, en mi casa, la mesa siempre estuvo bien provista gracias a su sueldo de contable.
- Quiero intentarlo todo, de verdad, trepar riscos, bajar a las profundidades del océano y la litosfera, pero, mira, no, el parapente y el ala delta, no.
- Y yo sé que, si hiciera profundos ejercicios mentales de concienciación y voluntad, llegaría a hablar en público, pero, francamente, prefiero no hacerlo.
- Ni por todo el oro del mundo mancillaría mi cara con un solo chute de bótox. ¿Parecer prima hermana de Tita Cervera y la mamá de Ana Obregón? No, gracias.
- Sé que lo siguiente se merece un post para él solito, pero ni por todo el oro del mundo quisiera tener un hijo. Además, que tenerlo y mantenerlo a cambio de dinero, puede que sea legal, pero ¿es ético?
- Nunca escogería comodidad y seguridad frente a libertad.
- Nunca aceptaría un chantaje emocional severo. No estaría al lado de nadie porque, maliciosamente, quisiera inspirarme lástima.
- Los antropólogos todavía no lo han identificado, pero hay una rama arcaica del Homo erectus que se refugia en La Mancha y que se deleita con manjares tales como los ojos de las cabezas de cordero asadas. Es verídico. Lo he visto con estos míos, miopes y bellos. Jamás me aparearé con ellos.
- En cambio, ni por todo el oro del mundo, ni por la eterna juventud, dejaría yo de comer chocolate.
- Puedo entender el subidón de adrenalina que parece que supone la actividad de rastrear un ciervo por un monte lleno de aromas y flores, acecharlo, quedarte muy, muy quieto, y poner en paralelo tu sagacidad y tu agilidad con la de un bicho de cien kilos que ha nacido para huir, pero nunca, nunca, a no ser que los recortes me obligaran a convertirme en una mujer salvaje, sería capaz de dedicarme a la caza, de apuntar, matar, y hacerme fotos macabras con una cabeza que media hora antes respiraba.
- Yo pronuncio las jotas a la castellana, y no ceceo, y no me siento especialmente orgullosa de ser de una región concreta del mundo, pero tampoco cambiaría nunca mi acento por imposiciones ajenas. Me parece uno de los colmos de la indignidad.
- No estoy dispuesta, ni por dinero, a identificarme con mi sexo, mi lugar de nacimiento o mi ocupación laboral. No se me ocurriría utilizar esas condiciones aleatorias en provecho propio. No pienso sentir, pensar y actuar como se supone que debe hacerlo una mujer, un andaluz o un guarda forestal.
- Por tanto, no creo que se me ocurra nunca adherirme ciega y acríticamente a ningún grupo humano.
- Ya me pueden triplicar el sueldo, que no pienso trabajar más horas. Punto sarcástico, este diecisiete. Maldita Merkel, malditos chinos.
- Después del affaire Amsterdam, ni por todos los rescates del mundo pienso volver a meterme en el cuerpo alimentos entre cuyos ingredientes figure la marihuana.
- Nunca, nunca jamás me burlaré o le faltaré el respeto a las ilusiones de alguien.
- Y ya me pueden poner un chalet en el Cabo de Gata, que nunca se me ocurrirá acostarme con cualquiera de mis cuarenta jefes.
Pensandico,
pensandico, se me ocurren también algunas cosas que haría a cambio
de mucho, mucho oro, tales como: ir a la feria de Abril. Ir a Croacia
en agosto. Hacer un crucero. Andar como una borracha sobre unos
zapatos de tacón muy fino. O figurar en una despedida de soltera, de
protagonista o de simple secundaria. Ponerme en público un trikini,
aunque, rediez, me sentaría como un guante.
Punto 8: espero que con el tiempo se te vaya pasando.
ResponderEliminarNo sabría explicarlo bien. Y menos en un comentario escueto, pero tener un hijo te descubre una infinidad de sentimientos y sensaciones que las tienes latentes. Desde mi punto de vista merece la pena.
Además, sorprendentemente, empiezas a caer en la cuenta que muchas de las cosas que hacían tus padres, tienen su motivo.
Sí,si,ahora ponte bien puesta.Por lo del párrafo primero lo digo.
ResponderEliminarEn el punto 13 escribes algo que dá que pensar,dices"...nunca,nunca,a no ser que...".
ResponderEliminarVaya, se me ocurre que con esos "ni por todo el oro del mundo" se podría hacer un test de compatibilidad. A ver, coincidencias...Creo que yo los suscribo todos -y no es jaboncillo de lectora pelota- cambiando el huerto de tu padre por la casa de los míos, que es la de todos nosotros, y poco más. Juraría, por cierto, que si se te ocurriera pensar en raicillas las tienes en ese huerto delicioso.
ResponderEliminar¿Cuántas veces me habrán preguntado por "el 14"? Un compañero llegó a acusarme de falta de respeto al acento andaluz por no "haber querido" -sí, como suena- adaptar el mío; estaba seguro de que me avergonzaba de eso, del andaluz.
Fundamental el 15.
Y me he reído un montón con el 11 y con los obvios que no meterías en el recuento, pero que los "sacas" con mucha gracia y con los "a cambio de mucho oro"...Ayer volví a ver a una subnormal subida en un burro en plena Plaza del Carmen, siendo fotografiada por sus amiguetes en una de esas despedidas de soltera de las que hablas ¿eso por cuánto oro lo harías, dices?
Me sumo fervientemente a lo de "no sumarme a ningún grupo humano" ni a "definirme como mujer, etc...", me da un repeluco que no puedo con él.
ResponderEliminarSiento no haber hecho deberes en esto de proponerte listas, pero sí que se me ocurren para mi querido arqueólogo... a ver si un día le cuentas algo de las FIESTAS PATRONALES (uuuuuuuh, miedito).
Besos gordos y ánimo con la calor!.
Laura
Rectificación: hago los deberes y propongo una lista de las 20 cosas que le contaría al arqueólogo del futuro bajo el título de "La España Cañí". Además de lo indicado en el anterior comentario, propongo: "La Semana Santa" con el subtítulo "tipología humana que podemos encontrar en". Ya se me irán ocurriendo los otros 18 apartados.
ResponderEliminarKisses.
Laura
Laura, de hecho estoy esperando a que llegue el 16 de julio, para narrarle a mi arqueólogo la procesión de la Virgen del Carmen y, por supuesto, a que llegue febrero, para hacer una crónica especial sobre la simpar "Borricá" de Torrenueva.
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