Vas a tener que perdonar que
empiece hoy de nuevo con unas frases de otro. Nada más lejos de mi
intención, ser redicha.
“El castor piensa
conscientemente en términos simples acerca de su situación, y
acerca de cómo su comportamiento puede producir los cambios deseados
en su entorno”.
Me obsesionan. En serio. Las
leo y releo y las preguntas brotan en mí como ranas tras la lluvia,
apremiantes, escurridizas. Según Lucy Cooke, las escribió un señor
zoólogo conductista llamado Donald Griffin, de quien espero no
volver a encontrar ninguna otra referencia del mismo cariz. La
suspensión de mi incredulidad tiene un límite mucho más generoso
que mi tolerancia al antropomorfismo.
El castor. Esa rata gorda de
cola inverosímil como los discos labiales de algunas tribus
indígenas, cuya extraordinaria capacidad para modificar su propio
entorno les pueda llevar quizás a articular en sus roedoras mentes
la idea de “eh, ¿no se da cuenta este simio calvo y bípedo lo
ridículo que resulta con su castormorfismo?”
"El simio calvo y bípedo piensa inconscientemente en términos complejos acerca de sí mismo y nunca en cómo su comportamiento puede producir cambios nefastos en su entorno" |
Ya sabes de qué va este
bicho: cómo achina sus ojillos, marca árboles de la ribera; decide
éste y ese y aquel de allí, abajo; saca las herramientas y, sin
proyecto ni GPS ni plan de prevención de riesgos laborales ni
exigencias sindicales ni controversias ecologistas, no ceja hasta
deshacer el río. El castor excava sus madrigueras bajo el agua para
protegerse de los depredadores, y esa elección se ve naturalmente
facilitada por la presencia de aguas tranquilas. Si no las hay, se
fabrican. Y punto. El castor lleva en sí alegremente la monomanía
de detener el flujo. En ese aspecto también podemos bordear, a sus
ojos, el ridículo, pretendiendo parecernos a ellos: los castores se
empecinan en interrumpir el agua corriente; los humanos en remansar y
desmentir el río del tiempo.
Si es el castor el que, en
su acción transformadora, se parece al hombre o es el hombre al que
se le ha ido la mano adoptando al castor como tótem, es lo de menos.
Lo chocante es: ¿puede el animal convertir un río en un embalse en
los términos planteados en la cita de arriba?
¿Puede uno afirmar, sin que
le sude un sobaco o la voz le tiemble, que un animal es capaz de
resolver un problema filtrándolo a través de una herramienta tan
controvertida como la conciencia? Si ya nos cuesta comprender la
naturaleza de esa imperiosa voz interna que continuamente nos hostiga
con sus dogmas (yo soy yo, y soy esto distinto de ti, y soy finito),
¿podemos ir repartiendo conciencias tan atrevidamente?
Si mi conciencia me vende la
burra respecto a mi propio yo, y a veces comprendo que me ha timado,
y ya no sé quién soy, porque tengo varias y variadas formas, ¿puedo
entenderte a ti, entonces? ¿Tampoco a ti, que eres de mi especie?
¿Cómo a un castor, pues? ¿Puedo tantear siquiera la orilla de la
naturaleza de otro ser vivo?
Siguiendo el curso de la
cita, ese tobogán escarpado, ¿cómo demonios piensa el castor en
términos simples acerca de su situación? ¿Es capaz de reducir la
complejidad de lo real a dos, tres variables básicas que puede
entender y controlar sin desquiciarse? ¿Por qué no puedo yo
entonces? ¿Soy menos inteligente? ¿Por qué no sé pensar en
términos simples acerca de lo que tengo y no tengo, lo que deseo o
lo que evito? ¿Por qué hasta lo esencial, comer, dormir, moverme,
relacionarme, puede ser desmenuzado en mil piezas que luego no hay
manera de volver a encajar?
¿Y por qué mi
comportamiento no está tan cristalinamente engarzado a mi entorno?
¿Por qué carezco de poder suficiente para manipular la realidad a
mi antojo? ¿Por qué no tengo más armas para producir el cambio
deseado a mi alrededor que un pequeño gesto amable, una palabra que
nadie escucha, un poquito de silencio, una moneda que sé guardar a
veces y una bolsita para guardar mi mierda?
¿Por qué no sé achinar
los ojos y ver la solución para que se detenga la corriente? ¿Por
qué carajo sabe un castor más que yo?