Desde hace algunas semanas
la ciudad tiene una imitación más lograda de río, y no el habitual
eufemismo. Cambio de ruta para ir al gimnasio, sólo para ver un
ratito más largo trotar el agua entre su faja de cemento, opresiva.
No es un gran espectáculo. El ritmo del corazón no se acompasa por
fin con nada. No lo hace gorjear la belleza. Los arquetipos de lo
silvestre, encriptados en el cerebro, no encuentran correspondencia
con el paisaje. No hay aún verdadero río, pero sí al menos agua.
Caída del cielo, derramada por laderas mondas, posada, blanco sobre
blanco, sobre la montaña. Agua que oculta la vejación de su lecho
de fábrica. Granada tiene un tajo ancho y casi siempre muy poca
sangre.
No, no es un río. Algunos
secos se merecen más ese nombre. Un río es agua que se dirige a
alguna parte, y otras cosas. Es vegetación, croar y trino. Celosías
de sombra y luz en la orilla. Alas traslúcidas, patas delgadas,
huevos pegados a las piedras y al envés de las hojas. La bruma
izada por mañanas frías. Muda y mandíbulas. Un continuo runrún de
devorar, cambio y cópula. Es veleidad y certidumbre: una amenaza
continua de avenida; una garantía de flujo. Hay que saber soportar
los excesos del agua. A veces hay que esperarla con estoicismo, o hay
que ir a por ella a lo profundo. A veces también hay que aprender a
ahogarse. Corra el agua atropelladamente o se deslice, un río es una
escuela de mansedumbre.
En su paso por el centro
urbano al Genil le han amputado las riberas. Me recuerda a los pies
vendados hasta la deformidad de las damas chinas. El agua encajada a
la fuerza en su jaula de material impermeable. Demasiado liso,
demasiado esquivo a las conversaciones naturales. No hay semilla que
sepa abrir el cemento, ni un desliz de las paredes verticales. Nunca
pierden su compostura hosca, nunca se dan al abrazo. Pero las nutrias
encuentran agua y no pierden la esperanza. Y yo, consecuentemente,
tampoco.
Me desvío un poco de mi
camino por si hoy tengo suerte. Bajo en dirección a lo que ya no es
vega, el sol en la cara, nubes como edredones. A veces el cielo tiene
ese aire tan doméstico. Intento comprender los bloques de pisos como
acantilados, el río un cañón como tantos, un ecosistema críptico
que sólo necesita una dosis extra de atención y amor para ser
descifrado. Y me aposto donde hace un par de meses se vio a la
nutria. Zambulléndose una y otra vez en esta caricatura de río como
si hubiera alcanzado agua prometida. ¿Jugando a pescar como juegan
los gatos al cazar ratones invisibles? Alguien grabó sus retozos a
la luz de las farolas. ¿Intuyó el animal en esa rara luz algún
tipo de magia? ¿O simplemente aceptó lo que se daba? Subió
explorando el curso de lo que ella no diferencia como río o no-río.
Encontró una bañera y chapoteó en ella a su antojo. Como si
cualquier lugar fuera bueno para ser nutria. Llevaba el río en sí
misma y, en su escarceo, se lo donó a este canal urbano.
Yo quiero ver a la nutria
para que me desmienta que estamos fuera de sitio. Que se puede nadar
en cualquier parte. Que las semillas bravas pueden arraigar en
cualquier cauce arisco. Que las relaciones naturales amputadas pueden
volver a injertarse.
Al pie de un puente, por fin huellas, agua firmando el barro, y quién sabe qué pasajeros en las ramas muertas. |
Seguimos quitándole espacios a la naturaleza, ciudades cada vez más agresivas y sucias, árboles talados sólo por que sí, desperdicios a las aguas...
ResponderEliminarCuando pretendamos hacer algo será demasiado tarde.
Saludos,
J.
Yo soy algo más optimista, J. En lineas generales, cada vez hay más conciencia y menos tolerancia a hacer de los espacios compartidos un estercolero. Venimos de un pasado mucho más negro y pestilente.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarFantástica reflexión. Un niño de los de los 80 pudo ver cuando creció cómo se perdió todo en ese tramo de río que tanto le enseñó de pequeño; sus ranas, sus galápagos, sus culebras, sus ratas de agua.. todo de se perdió aséptico... como nuestras propias vidas.
ResponderEliminarPero ahí estamos, pendientes de los huecos y haciendo lo que podemos para llenarlos, aunque sea con palabras.
EliminarReconozco que uno de los días buenos en mi vida fue aquel que me encontré nadando una nutria en el puente romano de Córdoba. ¡Que ilusión! Aún debe quedar el video (por que eso había que grabarlo si no a ver quien me cree) entre copias de seguridad.
ResponderEliminarBusca y comparte, porfa!. Bicho adorable con movimientos de ninfa y cara de abuelito al que le sacas aguinaldos.
EliminarPrecioso texto y comentarios ,yo soy uno de esos niños de los 80,de los que dejaban ladrillos en el río para coger cangrejos .
ResponderEliminarSi de tu río lo que ha desaparecido es el cangrejo rojo, no lo eches de menos. Pero mucho me temo que...Gracias por aladañ otro comentario precioso!
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