Me pregunta si me sigue pareciendo
atractivo. Pues no, le respondo. ¿No? Que no, tío.
Me pregunto si le sigo pareciendo fiel a
las mentiras piadosas. Yo sé que pese a las dobleces y la dispersión
y los olvidos, tengo bastante buen fondo, así que no tengo por qué
desconfiar de mis intenciones. No tengo que echarle salfumán a lo
que pienso. Y por eso le digo que nosotros ya nos hemos pasado muchas
estaciones de la fase en que nos resultábamos atrayentes. Nos
conocemos mucho, es eso. Del derecho y del revés, por dentro y por
fuera. Algo que atrae es algo que está lejos. Y nosotros estamos
generosamente cerca. El atractivo es una forma de eufemismo: una
manera de asimilar decorosamente que lo que deseas es intimar lo más posible. Eso nosotros lo hemos conseguido. ¿Cómo podría considerar
atractiva, en vez de esencial, a mi mano izquierda?
A lo mejor sólo yo veo la conexión,
pero algo parecido me pasa a mí con lo que guardo en la mente. Estoy
compadreando de tal manera con mi psique que su hechizo se ha roto.
He adquirido una nueva familiaridad con ella. Sin saberlo todo, ahora
la conozco lo bastante como para saber que lo que ahí dentro bulle y
lo que en el fondo soy no son la misma cosa. Mi mente es un gato doméstico
que se cree el amo del mundo, pero que no puede pasar sin sus
croquetitas. El abuelo que te hace poner los ojos en blanco y al que
adoras.
Mi mente es un órgano fundamental que
falla como me fallan los ojos. Tiene cicatrices del aprendizaje.
Fijaciones. Atajos. Sesgos. Automatismos. Deformaciones. Me gusta
haber llegado a ese punto de entendimiento con ella. Saber que cría
pelusa en su ombligo, que deja la almohada perdida de baba cuando
duerme y que tiene pelo en zonas demasiado escabrosas. Me gusta
interpretarla así exactamente: como parte imprescindible e
imperferta de un todo, como mi corazón y mi hígado. Como tu madre o
tu padre a la edad en que aprendes a distinguirlos de ti misma.
Y la verdad es que siento una nueva
libertad ahora que mis paisajes mentales ya no me subyugan; ahora que
sé que Silvia es algo más que la suma de impulsos nerviosos y de
humores; ahora que soy capaz de escucharme y hablarme con la ironía
que se destina a los muy íntimos. Eso que pienso es una
simplificación y una chorrada. Esa opinión, mera costumbre. Esa
emoción, una trampa de las hormonas.
Me he habituado a mi subjetividad lo
bastante como para que ya no me resulte atractiva o infalible. Y
estoy contenta con esa progresión en nuestras relaciones. La
confianza siempre libera, desenreda, redime, perdona.
En total desacuerdo. Lo que no nos parece atractivo deja de tener interés. La confianza además hace que encontremos además un atracctivo especial. Si no... ¿de qué ibamos a seguir con alguien o algo que no nos ofrece atractivo? Si no ofrece atractivo ninguno es algo que nos repulsa (¿estará esto bien escrito?) y si es así y lo mantenemos con nosotros... es que somos tontos o tenemos tendencias masoquistas (que también puede tener otro tipo de atractivo.)
ResponderEliminarMucho "además" hay en la tercera frase. Cada "fia" escribo peor.
Eliminar:))), Pero criatura alada, no me refería al atractivo general de las personas, que gracias a la variabilidad humana es sutil, cambiante y multiforme. Sino a ese tipo de atractivo físico que es como una bofetada y que se siente más bien hacia personas inaccesibles. Luego hay la atracción distinta hacia la carne favorita, más que bofetada te atrapa como si el aire entre medias estuviera lleno de brazos.
EliminarY "repele" me suena mejor.
Repele... ¡No daba con ella!
EliminarQuizá es la pregunta? Será que estoy acostumbrado a otro tipo de términos. En mi barrio seguramente la pregunta sería: ¿Yo a ti te pongo? (La verdad sería ¿Yo a ti te pongo bruta? - También puede cambiar bruta por burra, calentona, o algún derivado que se le ocurra.)
Te pongo bruta...Me encanta.
Eliminar