domingo, 2 de octubre de 2016

Ese tipo de rincones


Hay rincones en el mundo donde parece que todas las piezas encajan. Las de dentro y las de fuera. Todo lo que habitualmente está suelto y choca y hace ruido. Te colocas ahí y de repente ves claro. No es que las cosas cobren sentido. No es algo tan definitivo ni forzado. Es como cuando miras por un microscopio y al principio sólo puedes ver tus pestañas. Un telescopio también vale. Siempre hay alguien por ahí cerca que te pregunta si estás viendo lo que se supone que tiene que verse. Y tú siempre disimulas. Haces un ruidito con la garganta, mmm, un reconocimiento fingido que te sirve para ganar tiempo. Miras y miras y te sientes una paleta, hasta que entonces tus pestañas se esfuman, las manchas gelatinosas de la lente cuajan y de una vez por todas empiezas a ver cosas. Criaturas transparentes que se desplazan voluptuosas por el portaobjetos, un liquen con aspecto de galaxia sobre una pared rocosa. A lo mejor no era eso lo que precisamente tenía que verse, pero qué importa. Estás viendo claro y lo que ves te gusta, porque está ahí y no necesita explicarse a sí mismo ni que tú le des nombre.

El tranco de la puerta principal de mi casa es uno de esos rincones. La casa del campo. Mi casa familia. Palabras de un mismo paisaje semántico. Me gusta sentarme ahí tras el desayuno, un sol suave defendiendo lo que queda en mis piernas del calor de la cama. Miro y lo que está suelto, choca y hace ruido por fin encaja. Las higueras perdiendo cada día una hoja acartonada, cada día menos robustas y sexys. Jazmines iluminados como en un caleidoscopio. El suelo del porche salpicado de frutos de washingtonia: caramelos de la cabalgata de Reyes, cagarrutas. La gata enroscada junto a mis pies. Sentirme honrada por su confianza, porque no la asusto, porque ofrezco algo. Piernas calientes, barriga llena, corazón maduro. Un libro en el regazo. Ahora es el momento, de Tom Spambauer.

Oh, sí, justo ahora. Sentada al sol en un tranco con un gato y un libro. Ahora es el momento. La casa y su tranco no siempre han estado en este sitio. Antes eran una caseta de aperos y un montón de hierbas. Pero el rincón donde todo encaja es antiguo. Algunos domingos veníamos al campo a imaginar otra forma de vida y a empezar a trazarla. Me veo aún tumbada entre las vinagretas, leyendo al sol y chupando tallos. Sin piezas sueltas.

Y se trata siempre de eso. De recobrar la certeza de que uno es mucho más de lo que contiene su propio pellejo. Soy la cría que lee sobre la hierba la higuera el sol sobre las flores el suelo salpicado de frutos caramelos cagarrutas la pata de Nico sobre mis uñas color vino tinto los paisajes y el corazón de cada libro. Todo fundido y sin necesidad de sentido. Trozos de mí que no sabía que existían y que de pronto encajan. Que me hacen permeable y me ramifican.

Todo lo que leo, todo lo que miro, todo lo que busco y todo lo que escribo: se trata de dar con ese tipo de rincones donde uno y todo lo demás es lo mismo.

4 comentarios:

  1. De todas formas ese tipo de rincones gusta compartirlos, ya sea con un gato o alguien especial.

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    1. Yo creo que los especiales son otro tipo de esos mismos rincones y que ayudan a pegar tus piezas sueltas.

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  2. La puerta de mi casa es el punto de origen y partida del vacío y la soledad; aunque no siempre apuntan hacia afuera...

    Saludos

    J.

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    1. No siempre significa que de vez en cuando estás acompañado más allá de ese punto de origen,¿no?

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