Mi padre deja por fin de hacer zapping.
A veces pasa así, que llegas a algún sitio que te gusta justo
cuando estabas a punto de hacer paralelismos entre tu vida y el
cambio de canal maníaco. Se hunde un poquito más en su sillón y
nos mira, como un perro deseoso de que le tires una piedra. Nosotros
nos hacemos los duros. Levantamos sólo una ceja del libro que cada
uno intenta leer heroicamente, entre anuncios cayendo como bombas.
No, hoy no toca, lo habíamos decidido. No queremos empacharnos
demasiado pronto de First Dates. La semana pasada empezábamos
a coquetear con la bulimia. Esta noche, pues, ayuno. Mi padre:
hombre, lo de las citas. En su voz hay anhelo, un volcán de
chocolate caliente flotando en natillas. Lo hemos convertido en
adicto y ahora nos levantamos de la mesa.
¿Pero qué circuitos cerebrales del
placer activa este programa para que nos cueste una tonelada de
voluntad desviar la vista de la tele y ponernos a leer, que es lo que
más nos gusta, y para que un setentón circunspecto se enganche? Dos
desconocidos en torno a una mesa, escogidos según una pauta de
compatibilidad a veces obvia, a veces sibilina. Un documental muy
esquemático acerca del cortejo sexual humano.
Todos hemos pasado por eso. Reconocemos
ese punto crítico. Y quizás precisamente sea eso lo que nos
cautiva. Más que el morbo o la oportunidad para el cotilleo, la
evocación de ese proceso crucial en que un extraño se incorpora
poco a poco a tu vida. La tercera persona del verbo transformándose
en segunda. Es un momento mágico, en el sentido de que la magia
cambia de dirección las cosas y las transmuta. Pero también peligroso.
Hay esa excitación no sólo de adivinar si algún trozo de la
persona que tienes enfrente llegará a introducirse entre tus trozos,
sino de saber si el dueño o dueña de esa carne resultará digno de
confianza.
Piensa en los arcaísmos de tu mente.
Piensa en cuando los humanos se organizaban en pequeños grupos, y
cualquier extraño podía ser un potencial enemigo. La timidez, ¿qué
sentido psicológico tiene? Es un mecanismo de defensa. Te cierras
como una cochinilla para que el extraño no te vea, no te juzgue, no
te excluya. Eres un animal social y tu mayor temor es el rechazo. Los
desconocidos tienen ese poder, aparte del de abrirte la cabeza de una
pedrada para arrebatarte tu piel de mamut y tus amuletos. Estar con
alguien a quien no conoces se parece mucho a estar solo. Empezar a
conocerlo tampoco lo arregla. Por eso las personas se miran a los
ojos con reticencia. Por eso cara a cara nos cuesta más expresarnos
que a través del correo, el teléfono y sus sucedáneos.
A mí First Dates me atrapa por
ese punto flaco. Me conmuevo pero también me regodeo con la timidez
de la gente. Todos son tan apocados como yo lo soy o he sido. Todos
usan las mismas llaves para abrirse y la misma ortopedia. Hasta el
que aparenta seguridad se ve frágil. A veces la falta de química
te abochorna tanto como ver a un chiuaua intentando ventilarse a una
mesa. A veces el truco funciona y te das cuenta de que en esa risa en
concreto hay futuro. A veces un cruce de miradas te recuerda a aquel
cruce definitivo.
Y otras veces simplemente flipas. Cuando
gente que aún no ha cumplido los veinte dice perseguir ya
relaciones serias. Cuando te das cuenta de que los tiempos del
corazón se han comprimido y acelerado tanto como el de la
información o las comunicaciones. Cuando se vende el mensaje de que
sin una primera fascinación no hay posibilidad de formar pareja.
Cuando a la compatibilidad de gustos se le da un peso determinante. Cuando
tantos buscan en el de enfrente copias de sí mismos. Cuando te da la
impresión de que el conocerse y darse a los otros es otra forma de
zapping.