Relicto.
Me gusta esa palabra. Cómo suena y a lo
que sabe. Suena elegante y vieja, a lord inglés y profesor con
pipa. Tiene el gusto de la nostalgia. Me doy cuenta de cuánto me
gusta mientras explico su significado botánico a mis amigos. Una
especie es relicta cuando se encuentra en una situación de
supervivencia. Dicho a lo burro. Cuando después de haber ocupado
territorios mucho más amplios, smie ha visto obligada a refugiarse en
búnkeres naturales en los que se esconde y subsiste como un maquis.
A veces no es una sola especie, sino un grupo de ellas, un conjunto
de relaciones que se han vuelto anacrónicas, un ecosistema reliquia.
Todos podemos asociar una misma imagen a
la palabra reliquia. Una cosita reseca y ridícula. Y probablemente
esa sea la apariencia de los ecosistemas relictos si se los compara
con su gloriosa situación de partida. Pero cuando estás dentro de
uno de ellos, lo que te inspira es reverencia. Estás respirando en
una cápsula de tiempo, el aire generado por un grupo de organismos
que se empeñan en seguir vivos y juntos. Estás en medio de un
secreto, de un idioma que ya nadie habla, una historia que no se
recuerda, los restos de un mundo sustituido. Unos pocos helechos, unos
cuantos arbustos de hoja robusta y verdísima. No parecen gran cosa.
Pero mis amigos me miran con asombro cuando les cuento que hace como
unos cincuenta millones de años la jungla era la norma en la Tierra,
y la vegetación que están viendo, más corriente que la soja y el
trigo. Cuando con un poco de dramatismo revelo cómo con las
glaciaciones comenzaron también el éxodo de especies a lugares
protegidos, y la desaparición de aquel mundo caliente y húmedo. Me
miran y se callan, y yo no sé si lo que me gusta es la sonoridad de
la palabra relicto, o el hecho de saber algunas cosas
fascinantes y poder transmitirlas.
O a lo mejor es que estoy con gente a la
que quiero en mi lugar favorito. En un albergue no sólo de flora de
otras eras, sino de hermandades y alivios. Aquí no llega el coche,
no llegan las brutales noticias. No hay bronca ni necesidad de
justificar una postura. No hay prisa ni modas. No hay pensamiento de
futuro. Los árboles desfallecen y mueren en los alrededores, uno
tras otro, pero esta ladera parece una alucinación de fuerza. La
supervivencia es aquí una vieja costumbre. El pasado remoto brota y
aguanta, sonriendo ante mis preocupaciones.
Este no es exactamente el ecosistema del que hablo, pero como no me va a rebatir nadie... |
Vengo aquí, me siento en una piedra
verde y blanda. Hay tapicería de musgo por todas partes. Hablo si es
preciso para que el amor no sea un asunto solitario. Disfruto
pensando que a lo mejor este puñadito de relaciones antiguas me
incluye. Presente o recordando, siempre tendré la opción de este
refugio.
Leo este esplendoroso post y un nombre que suena también como de otro mundo me viene inmediatamente a la cabeza: "Garajonay".
ResponderEliminarYo no supe traducir como tú en palabras lo que se puede llegar a sentir al encontrar un tesoro como ese, así que me puse a llorar. ¡Qué infantil soy!
Qué vas a ser infantil, eres...mucho más conciso/a. Yo sé que cuando vaya por fin a Garajonay me voy a sentir también en casa: mi refugio y el tuyo son primos hermanos.
EliminarRelicto... Convicto... Invicto...
ResponderEliminarEtimologías dispares.
Besos y burbujas.
Pero rimas que hacen familia.
EliminarMuchos besos y humedad en la nostalgia.