Dos hombres caminan por una playa que es
como nos gustaría la vida: larga y despejada de artificios, fácil
de andar y firme. Siempre que voy paso frío, pero siempre me termino
bañando. A lo lejos, los bloques de pisos parecen acantilados; los
montes, acogedores como la casa de una abuela. A veces el cielo tiene
un relieve imprevisto. A veces confundes la forma de África con
algún tipo dramático de nube. Hoy veo calada la almadraba: un
dibujo de boyas naranjas donde, quién lo diría, están a punto de
pasar cosas. Espuma, sangre, lucha. Me gustaría verlo para honrar lo
que como.
Pero la playa dura tanto que todo lo que
ves parece un espejismo. Llegamos pronto, a la hora de los paseantes.
Salen de la nada sensasionalmente como Omar Sharif en Lawrence de
Arabia. Sólo pasado el mediodía la gente toma verdadera
posesión de la arena. Y eso también es espejismo: no hay manera de
ocupar tanta playa. En realidad podrías pensar que es el espacio el
que toma posesión de ti y se te tumba por dentro. A pesar de la
urbanización fea, los molinos de viento y los barcos, es la
naturaleza la que manda.
Los dos hombres se pliegan. Un río
desemboca ahí delante y ellos se darán la vuelta. No les apetece
quedarse en calzoncillos para vadearlo. No llevan bañador: ninguno
de los dos tiene alma playera. Si los ves por la espalda se dan un
aire. Hombros un poco cargados, piernas delgadas y largas. Ninguno
tiene padre ni hijo, y en esa carencia mutua parecen encontrarse. Si
yo no los conociera, ¿pensaría que son familia? Uno moreno, el otro
pecoso y pálido. Uno habla y habla, al otro cuesta arrancarle
palabras. Los dos me quieren a su manera. Si me quitara las gafas de
la costumbre, ¿se me ocurrirían otras razones para que vayan
juntos?
¿Me resultarían tan prometedores como
todos los demás que pasean? Salen de la nada, me embaucan con sus
historias latentes y a la nada regresan. Una pareja de extranjeros
viejos que me sonríen como si fuéramos espías. El chico solo que
se ofrece a hacernos fotos: cómo no preguntarte por qué nos mira
medio enternecido. Como si echara de menos ese contento de la manada.
Como si fuera a guardarse una copia mental de la imagen para
repasarla luego y tratar de inventar nuestras vidas. Todos somos
yonquis de los otros. Criaturas singulares paseando por la playa.