Probablemente sea fea como un perro
descompuesto, pero ¿quién no querría ir al menos una vez en la
vida a una ciudad que rima con los latidos del corazón? Ulán Bator,
Ulán Bator, Ulán Bator. Leí una vez que miles de niños viven en
sus alcantarillas cuidándose entre sí, organizando la nada,
compensando el frío salvaje con vodka y roce. Niños rata, los
llaman. ¿Te imaginas? ¿Cómo se hace adulto un niño rata? ¿Cómo
sales de la cloaca y te pones de pie en el asfalto, si te has pasado
tu corta vida en años, tu larga vida vieja, protegiéndote de los
grandes? Imagina mear en tu hotel y no atreverte a tirar de la cadena
del váter. Imagina mirar por la ventana, que la sordidez ordenada de
la arquitectura soviética te roa los ojos, y querer buscarte una
alcantarilla.
Y, sin embargo, quién no querría llegar
alguna vez a Ulán Bator para inmediatamente irse. Ulán Bator, Ulán
Bator. Rima con corazón. Y a veces el corazón está tan apretado y
sucio y larvado de criaturas frágiles como un paisaje urbano. A
veces en su alrededor inmediato se encuentra pronto el alivio. Si yo
viajara a Mongolia, no dudaría en pasar un día en su capital. Me
daría pena, en cierto modo: qué confianza puede tener en sí misma
una ciudad levantada por nómadas.
Llegaría, me aflijiría, espiaría las
alcantarillas con terror de toparme con un par de ojos rasgados. Y
luego me marcharía en busca de lugares verdes y vacíos, y así
estaría muy cerca del corazón de un pueblo. Descubriría entonces
que mientras pronuncias Ulán Bator, Ulán Bator, tu propio pulso se
para, y que justo al salir de allí te lo devuelven.
Ya fuera no me resultaría difícil
sentirme en casa. Cómo, si mi historia está llena de mudanzas. En
los trenes pegaría la frente en la ventanilla para no perderme ni a
un miembro de mi familia. El parentesco del desarraigo. La comunidad
de los que plantan el hogar en cualquier parte. Qué lugar común tan
romántico. Qué fotogenia del alma. Habría que vivirlo primero
antes de cantarlo.
NG me lo da todo |
Y después de horas y horas viendo el
mismo paisaje, me daría cuenta de que cualquier sitio es
prácticamente el mismo. Hierba, ganado, cielo, hierba, ganado,
cielo. Cualquier lugar donde plantes la yurta es mellizo del
que has dejado. Supongo que no tienes que ser un prodigio de
adaptabilidad para hacerte con cada posición cambiante. Siempre vas
a tener la seguridad de la nieve o la hierba. Como en el desierto,
cerca y lejos se desvanecen. A lo mejor por eso aman a los caballos:
porque puedes correr, correr y correr, sin moverte demasiado.
Si me quedara en Mongolia el tiempo
suficiente, renacería a través de la humillación, como decía
aquella canción de la Rosenvinge: perdería mis remilgos con la
comida, porque tendría que alimentarme, quisiera o no, de cosas con
sabor a lana. Me quejaría del frío hasta la vergüenza, y luego se me haría costra. Dejaría que los caballos me tirasen cien veces hasta
perder el miedo al galope. Mi mente poblada de apegos se volvería
adicta al vacío. La abundancia de lo que no fuera hierba, ganado,
cielo, me causaría espanto. Es mejor no correr ciertos peligros.
Igual si algún día vas a Ulan Bator y vives x días, meses, años en Ulan Bator........................................................?????
ResponderEliminar....se me ponen las mejillas como manzanas Pink Lady? ....me vuelvo mongola?????
Eliminarsiempre quise viajar en el transmongólico...
ResponderEliminarEntonces compartimos la "ferromanía" extrema, pero, dime, ¿qué hacemos con el culo? ¿ Cómo se hace una la estepa si no puede estar ni media hora sentada?
EliminarDespués de ver algunas imágenes de Ulan Bator, comparto lo que dices en la primera frase del segundo párrafo. Del resto del país, de esas inmensidades deslumbrantes e inhumanas, me conformo con verlas en los documentales de la 2. Tumbaica en el sofá.
ResponderEliminarPero es que a mí me gusta la hierba que huele!! Y además fantaseo con convertirme en jinete.
EliminarLatidos y pasos... Ulán (un paso) Bator (otro paso) y si sigo, igual llego. Gracias por la idea!
ResponderEliminarSalud!
Qué peligro tienes, Paseadora. Ahora, cada vez que me calce las botas de siete leguas, iré canturreando el estribillo en cuestión. Que se me pegan los soniquetes a la cartuchera mental de una manera. ..
EliminarLlegué a Muy-Muy-Lejano con ese mismo pensamiento de que cualquier lugar, en esencia, es igual a cualquier otro (por lo que dices en el penúltimo párrafo, el cual, por cierto, está para enmarcar)... y sin embargo, he vivido en mis carnes una mezcla de familiaridad y extrañeza que me ha devuelto, a su vez, otros matices de mi misma. Así, después de haber estado allí, vine con la certeza de no saber quién soy en realidad. Y eso, creo, me ha hecho más libre.
ResponderEliminarDicho lo cual, cuando quieras nos vamos a Ulán Bator. Ulán Bator. Ulán Bator...
Besazos!!
Tu verás que al final...Mira que cuando me tocas las palmas, me das en la asaúra.
EliminarJo, es verdad! No cerrarte en una definición de ti misma te libera para ser cualquier cosa y plantar tu tienda donde te parezca.
Un beso gordo, corazona.