Siempre me voy a trabajar dejándome la
cama desecha, temiendo que el desayuno se me ponga de punta, o
que algo de la noche no se renueve, esa especie de
contaminación íntima que flota en el aire mientras lleno la cafetera. Horas después, cuando vuelvo a casa, la arquitectura
arrugada de las sábanas me sorprende. La parte de abajo del pijama
despatarrada como en una escena del crimen. El aire de vida en
Pompeya congelada.
Entro a mi habitación en busca de las
zapatillas y la ropa de estar por casa y corro al cuarto de baño a
cambiarme, para que el campo no invada el lugar donde duermo. Soy
rápida, fundamentalmente porque me muero de hambre, pero un poco
también porque me da apuro mirar mi cama. Es como si ahí hubiera
pasado algo, y la protagonista de esa historia recóndita hubiera huido o estuviera
ya muerta.
¿Y no es así? ¿Qué queda de la noche
pasada salvo un par de hebras incoherentes de sueño? Piensa en lo
que tarda en escapar tu calor de la cama abandonada. El mismo tiempo
en que la nube rosa sobre la montaña se vuelve gris, antes de que la
noche caiga. Lo que tarda en disolverse tu cifra modesta de
experiencia en la contabilidad general del mundo.
Piensa en las camas por las que pasaste.
Aquella que vio demasiado o la que siempre se quedó con ganas de un
poco más de marcha. La que fue isla desierta sin Viernes o América
recién descubierta. Barco, nave espacial a otro planeta, cabaña en
el árbol. Sala de espera de la funeraria. Pasa a cámara rápida todas
las vueltas de insomnio, los despertares raros y fugaces, los
abrazos. Suma las horas que has estado en esas camas, y escribe al
lado del número el rastro que de ti conservan.
Una cama desecha y sola es un lugar
inquietante. Un casa llena de fantasmas que no saben comunicarse.
Magnum again |
Qué cosas... llevo una buena y larga racha de dejarme la cama hecha antes de ir al trabajo, pero justo hoy no me ha dado tiempo. Creo que la hago precisamente para eludir esa inquietud de cama deshecha de la que hablas. Éso y el sentimiento de culpabilidad, cual si Don Limpio (o mi madre) estuvieran en la cocina con los brazos en jarras recordándome que la cama sin hacer es uno de los pecados capitales.
ResponderEliminarMe encantan estos, tus homenajes a las pequeñas cosas.
Muas!
Tu madre, o..una tal Dorita! A mí es que me no sé qué de que mis cosas nocturnas se queden aprisionadas entre las sábanas lisas.
EliminarUn beso, corazona mía.
Un día intenté contar las camas en las que he dormido. No pude. A veces intento olvidar cuántas personas han dormido en su cama, para vencer todas las inseguridades. Y no puedo.
ResponderEliminarSaludos, desde el norte gélido, estos días.
¿Y las camas de los hoteles, cuentan en ese inventario? Yo intento recordar a todas las personas junto a las que he sabido dormirme del todo. Me salen pocas.
EliminarBesos desde un sur que también se entona.
Gran invento la cama!
ResponderEliminarEse desierto de dunas, ese mar embravecido de bolsillo...
¡Ooooooh, me has matao seriamente con el mar de bolsillo!
EliminarUn abrazo, migo.