De pequeña tenía cierta idea de ser
arqueóloga, no porque me interesara especialmente el tiempo, ni
porque pretendiera ir por el mundo con una cazadora de cuero y un
látigo, sino porque quería mirar por un agujerito y decir como
Howard Carter “veo cosas maravillosas”.
Y ahora, que no quiero que el tiempo me
interese, y que con un látigo sería capaz de arrancarme trozos de
muslo, ya no me hace falta revolcarme en polvo de huesos para
sentirme un deslumbramiento semejante.
Pasa cuando alguien a quien apenas
conozco dice algo tan sutil y sorprendentemente gracioso que el pelo de las piernas me crece
un milímetro.
Pasa cuando me seduce una portada en una
librería, leo una línea al azar del libro, y ganas me dan de pedir
mi mantita sucedáneo de gato y el pijama, porque yo de ahí no me
largo hasta que me lo zampe.
Y pasa también cuando me quito las botas
del trabajo. Ahora es cuando me llamas loca. Pero pasa: veo
cosas maravillosas. Un par de pies nobles y baqueteados como los de
la propia momia de Tutankamon. El fucsia desconchado de mis uñas
refulge en contraste con el marrón páramo del calzado. Tengo lo que
no quiero llamar callos y unos tendones con los que se podrían
amarrar barcos. Los dedos son tan tímidos que los pequeños quieren
parapetarse tras los grandes. Vaya, no son particularmente
bonitos. Pero tampoco fiables: están tan descentrados con respecto
al eje cadera-rodilla, que a cada paso que doy es como si alguien
soltara un dudoso huuy de alivio. No, señor, nada fiables.
Pero yo los miro con júbilo cada vez que
los veo magullados, pálidos de esfuerzo o señalados por la trama
vil de los calcetines. Los libero de su cripta con reverencia después
de ocho horas sin descanso, y entonces, mis
pies-demasiado-pequeños-para-este-culo no dejan de embobarme. Tienen
un cuentakilómetros abultado. Tienen humor, aplomo y paciencia.
Tienen un pátina que los hace dignos. Son un patrimonio del que me
siento orgullosa porque lo he ganado a fuerza de pasos en el campo.
Yo no nací con estos pies trabajados. No sabía que podían llegar
tan lejos ni durar tanto. Mis cosas maravillosas habitualmente
escondidas.
En la mayoría de las ocasiones lo maravilloso, único, excepcional de una persona esta oculto, nada hay mas increible q recorrer ese camino ( y que te dejen hacerlo) y descubrir ese mundo recóndito....
ResponderEliminarBesos Silvia
Y ese momento- frontera en el que te paras entre el desconocimiento y la intimidad es...buf. El temblor de piernas de un primer beso.
EliminarMás para ti.
Es lo que les pasa a las cosas vivas... que el mundo les da forma y fuerza. Cada vez me gusta más y más leerte. Un abrazote!!
ResponderEliminarY es lo que nos pasa a los niños de la selva, que los zapatos nos espantan.
EliminarA mí me gusta cada vez más encontrarte.
Silvia , qué bien escribes, jodía, con perdón ;) es broma lo de la palabreja, pero vaya, para que alguien capte mi interés hablándome de sus pies tiene que escribir muy bien, y tú lo haces. Tu positivismo es otro plus.
ResponderEliminarBesazo
Muchas gracias, Española! Y no tengo por qué perdonarte porque una es nieta de un camionero de la Meseta y tiene una boca como para lavarla con salfumán.
EliminarMuchos besos!
Aquél camionero era de pocas palabras, en absoluto de palabrotas.
ResponderEliminarMujeeer, ya sé. Pero lo de "lengua de camionero" es un lugar común que me venía al pelo. Y además, ¿qué haces tú metiéndote en conversaciones ajenas? :))
Eliminar¡Anda, no conocía ese dicho!
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