No voy a disculparme por hablar de cosas
femeninas que huelen. No estoy dispuesta a echar ni una paletada más
a la argamasa de justificaciones en la que se incrustan las palabras
de mujeres que hablan de mujeres. No voy a pedirle perdón y
paciencia adelantados a los que, sin distinción de género, vuelven los ojos cada vez que esas sucias, cargantes y groseras
intimidades salen de nuevo a la palestra. Y tampoco es que vaya a
decir mucho. Sólo que
creo firmemente en que el síndrome
premenstrual es un poderoso líder. Un constructor ávido y desquiciado que levanta edificios psicológicos a su antojo, pasándose
por el forro todas las regulaciones de la razón.
Antes no lo admitía. Ahora sí. Antes,
cuando era una jovencita engreída. Cuando no me entraba en la
mollera que el carácter y la conducta pudieran organizarse según un
patrón químico. Cuando mi mente se creía más fuerte que mi
animal.
O a lo mejor sólo era que ni yo ni mi
biología teníamos la suficiente experiencia como para emitir
señales claras con las que entendernos. A lo mejor mi materia y mi
conciencia se han hecho por fin amigas.
No importa.
El caso es que tendida en mi cama, una
vuelta tras otra a horas en las que habitualmente soy una osa
hibernante, puedo reconocerla. La espesa sopa caústica que baña mis
neuronas y se distribuye por mis arterias. La agresiva muñeca rusa
que encaja dentro de mi cuerpo con intención de expandirse y tomar
las riendas. La agitación. Los sueños demasiado crudos. La cháchara
de pensamientos. El dolor de tetas y cabeza. Una forma casi amable de
sentirme desolada. ¡Por todos los dioses, el dolor de tetas!
Y las sirenas.
Está comprobado. Cuando la química
hormonal se aviva, soy más vulnerable al canto de las sirenas. Esas
brujas seductoras capaces de hacer que la nave de mi entereza
encalle. Las oigo, me embelesan, me agarro como puedo al mástil. La
sirena de la renovación. La sirena del estancamiento. La sirena de
la insuficiencia. La espantosa sirena del deseo caníbal.
Las escucho sin cera en los oídos, como
hacen los héroes viejos. Nunca se sabe qué tipo de información se
le puede sacar a una sirena expansiva.
Como esta
Yo siempre he sido de SPM pasivo, de los de pañuelo y lágrima fácil, pero he tenido algún mes de muñeca-rusa-asesina y compadezco a todas y cada una de las mujeres a las que le pase eso a menudo. Esas ganas de armar camorra que te podrías pelear hasta con el pez.
ResponderEliminarY sí, el maldito dolor de tetas...
No pidas perdón tita S, estas son de esas cosas que mejor fuera que dentro.
Besito.
Lo más gracioso del SPM es su capacidad para sorprenderte mes tras mes. Nunca viene con el mismo traje: a veces es navajero, sí, pero otras, ay madre, qué penita más tonta y más grande.
EliminarEn casa somos cinco, cuatro hermanas y yo. A veces creo que sé casi todo de las mujeres y por su puesto... me equivoco. De momento me quedo en que a las mujeres, a la gente, lo que hay que hacer es quererla y después... que sea lo que dios quiera. Huelan como huelan, sepan como sepan.
ResponderEliminarEs que saberlo todo de las mujeres...es como decir que lo sabes todo de la fauna: ¿de qué fauna? ¿de qué mujer? ¿Hay una Cosa general llamada "mujer", u "hombre"? ¿Una categoría de ser?
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