- Pregunta: ¿de cuál de nuestros
cinco sentidos nos sería más fácil prescindir?
Lo dice uno de los amigos que se reúnen
de manera intermitente a lo largo de Pulso, el libro de
relatos del adorable Julian Barnes. Y como mi prototipo ideal de vida
es reír y charlar sin ton ni son en torno a una mesa, justo como
hace esta gente magníficamente viva que no existe, yo no puedo evitar contestar.
¿Dejar
de ver? Y no encontrar nunca más los
juegos y trampas de la luz y el espacio: la amenaza de un mediodía
en el sur, cuando las cosas se aplastan tanto que es más fácil
intuir la idea de una Tierra plana. Ese momento de la tarde en que los rostros se caldean y se llenan y eres capaz de jurarle
amor a cualquiera. El sol arrancando destellos risueños en el mar.
El prodigio de la hoja al trasluz. Todas las perspectivas y la
exuberancia del mundo, toda la belleza. Naciendo y decayendo cada día
y naciendo al día siguiente otra vez.
He visto muchas cosas, como en esa
canción esquizoide de Björk, pero no, no podría prescindir de
mirar.
¿Dejar
de escuchar? Sólo necesito
decir dos palabras: música, risa. El silencio borra lo superfluo y
realza lo vital, pero ¿cómo sería vivir sin escuchar una réplica
tuya e inmediatamente carcajear? Sin melodías nuevas, sin dialogar.
Una sonrisa puede ser muda, pero sin un buen escándalo, el terremoto
de risa que sacude gargantas y barrigas es una triste caricatura. Puedo
privarme de la voz de los ríos y de los pájaros y del mar, pero me
partiría el corazón dejar de escuchar si me llamas.
¿Dejar de oler? Oh, vamos. Tengo
una regla secreta para calibrar la importancia que una persona tiene
o ha tenido en mi vida: si puedo recordarle un aroma propio, nunca se
apartará de la primera línea de mi corazón, aunque el
tiempo o la voluntad vengan a desahuciarla. El olor es el espíritu
inconfundible de las cosas. Es el hogar. Antes de cualquier contacto,
un primer apunte de complicidad. Una comunicación de animales y, por
eso mismo, libre de malentendidos e inocente.
Privarme de olores y atenerme a mi
memoria olfativa sería como reconocer que el tiempo tiene una
dirección única y que nada puede nunca regresar. No encontraría
nunca más tu perfume por la calle y me pondría del revés confiando
en que quizás...
¿Dejar de gustar? O como sea que
se verbalice el arrebato de la lengua. Sin melocotones ni nueces, sin
chocolate. Sin el potaje que sabe a madre. Sin el premio de pan, queso
y tomate después de una buena paliza en el campo. Sin alquimia.
Renuncia a los placeres más simples, y verás lo elaborado cayendo
como una teoría.
¿Dejar
de sentir la piel? No.
Prescindir del tacto y el contacto. No. De la permeabilidad. No. Del
sol en la barriga y el mar en los tobillos y las sábanas limpias.
No. Del calor y el peso de los demás. No. De la sensación de ocupar
un espacio en el mundo. No. De la esperanza en que uno no es
completamente una isla. ¿Estamos locos? Nononono.
Y si
a pesar de mis reticencias tuviera que ser práctica; si fueran
a operarme el cerebro y me dieran a elegir ¿sorda, ciega o muerta?,
supongo que optaría por el silencio y tararearía las canciones de mi memoria. Conseguiría apañarme leyendo palabras y caras
Pero por ahora, ohdios, doy gracias por
seguir intacta.
He llegado a la misma conclusión que tú.
ResponderEliminarUn beso.
Tramposona: manifiéstate sobre el sentido al que estarías dispuesta a renunciar. ¿O es que al oído también?
EliminarYo también. El oído. Y recordaría algunas canciones de memoria y las bailaría un poco...
ResponderEliminarImagínate entonces si hiciéramos una fiesta: apuntaríamos las dos una lista de canciones en un papelito y bailaríamos en completo silencio, al compás. Inquietante, pero bonito.
EliminarYo me desprendería del olfato antes que de ningún otro; sabiendo que renuncio al olor de gambas a la plancha, de tierra mojada, de piel tras la ducha, de primavera... esa evocación de los olores en mi caso aunque te transporten a años atrás, su recuerdo apenas dura segundos.
ResponderEliminarY aunque algunas veces necesitemos ese silencio, me niego a privarme de la música y de las innumerables emociones que me provoca cada sonido, cada acorde, cada letra...
Soy nueva por aquí. Un saludo.
Nai.
¡Bienvenida!
EliminarLa música debería ser irrenunciable, sí, pero es que el olor...su recuerdo es efímero, pero remite a sensaciones muy, muy hondas y que al menos a mí me dan en dianas muy profundas. Por ejemplo, huelo un pino que ha estado al sol un tiempo y no sé a qué tiempo me devuelve, pero me conmuevo y me siento segura. O las madreselvas. Sería tristísimo renunciar no a esos olores sino a la sensación de pertenencia que evocan.
Otro saludo para ti.
Sí, me refería al oído.
ResponderEliminarBesicos.