A primera hora me quito las gafas para
que la mañana no se parezca a las demás tanto. Es un truco que uso
a veces. Los semáforos engordan como si fueran maridos, los peatones
se igualan y los que esperan el autobús se quedan sin su expresión marchita. Los portales se ven redondos, los ciclistas parecen
cometas sin brillo, los coches del carril vecino... bueno, siguen
siendo coches impasibles ante los trucos. Nosotros somos tres en uno
muy pequeño y las lunas se empañan sin remedio. Todo puede ser
nuevo y raro si me enfrasco en ello. Aunque no sean ni las ocho y las
noticias de la radio ya se hayan quedado viejas. Aunque las fachadas
del Camino de Ronda me parezcan el colmo de la tristeza.
Los árboles de una avenida desfilan
disfrazados de esqueletos en una procesión del día de los Muertos.
Veo las gotas de lluvia viscosas al deslizarse por el parabrisas.
Apenas a medio metro de mi perfil los autobuses rugen como
dinosaurios. Arrancamos otra vez, andamos unos pocos metros, nos
paramos. No quiero fijarme en los semáforos, en mi tobillo en
tensión a punto de pisar un acelerador invisible, en un paisaje
urbano que sin gafas parace un inmenso túnel de lavado. Prefiero el
asfalto mojado. Se vuelve verde, naranja, granate. Colores de
videojuego. O cinematográficos. Alguien que contempla las calles
desde un coche en movimiento, lluvia, personajes desubicados: yo tan
miope puedo ver la realidad distorsionada que ve Robert de Niro en
Taxi Driver. Como él me protejo tras las ventanillas. Sólo que yo
me someto malamente a la atrofia circulatoria, y él al menos se
movía. Pero a cambio puedo sentir compasión. Sigo a todas esas figuras
encorvadas bajos sus paraguas. Nadie debería correr camino al
trabajo antes de que la noche se acabe.
Y yo debería aceptar que no necesito
quitarme las gafas para que el atasco me resulte un ecosistema
extraño. Ni la respiración ni la presencia plena lograrán salvarme de este ahogo de pez recién pescado.
P.D.: Tampoco debería volver a escribir nunca en medio de un episodio de migraña.
Mi madre,que era muy sabia, nos aconsejaba que no leyéramos cuando nos dolía la cabeza; decía que fijar la vista aumentaba el dolor.
ResponderEliminarLo mismo te digo con la escritura.
¿Cómo no me van a gustar tus símiles? "Los semáforos engordan como si fueran maridos". Partome.
ResponderEliminarY los autobuses rugiendo como dinosaurios. ¡Impresionante!
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