domingo, 22 de febrero de 2015

Balance

 
En ese momento no tengo casa. No tengo coche ni trabajo.
Tengo un cielo blanco encima. Piernas. La meta instintiva de seguir caminando.

No tengo techo ni toalla ni un mórbido colchón de látex que encienda el amor en mis huesos.
Tengo abrigos de arenisca donde sestean mamíferos que ya no tienen miedo de las flechas; donde los búhos se quedan muy quietos esperando a que el ratón se digiera.
La lluvia moja mi cara, salpica de gotas delicadas mi ropa técnica sin empaparla. El refugio va por dentro.

No tengo bienes ni más pertenencia que lo poco que da tumbos en la mochila. Podría beberme el agua, comerme la manzana y el bocadillo, y abandonar  lo demás en el monte. No tengo deseos ni caprichos; nada que los dos billetes que llevo en la cartera me permitan comprar.
Tengo todo lo que puede necesitar un animal para sobrevivir unos días. Tengo agua, oxígeno e instinto. El paisaje está mojado y reluce. Es acogedor y salvaje. Hay colores imprevistos: árboles naranjas como si los hubiera pintado Gauguin, lamparones morados y turquesas en la gran sábana de piedra.


Foto infame en la que sin embargo me zambulliría


No hay destino en la ruta. No hay camino marcado. No tengo GPS ni mapa. No tengo dirección.
Tengo fe en que cualquier rumbo puede conducir a un lugar propicio. Tengo confianza en aquellos con los que voy.

No tengo libros ni vocación de escribirlos. No tengo afán de que alguien me lea. No necesito ya que me atiendan.
Mire adonde mire hay una narración que no precisa lenguaje: la historia de lo que el tiempo le hace a los elementos, todas esas relaciones entre lo pequeño y lo grande, lo vivo y lo muerto. Tengo cientos de detalles a los que seguir atendiendo.

No tengo achaques ni motivos de queja. No hay articulación que dé una nota disonante. Es como si tuviera una piel de aire. No tengo miedo a resbalar o caerme. No tengo preocupación.
Tengo por fin algo que no me acordaba que deseara tanto: tengo coordinación y equilibrio. Trepo riscos, vadeo arroyos, sorteo zarzas, me encojo y me estiro para atravesar los arbustos. Mi cerebro ya no recela ni sabotea lo que queda al sur del cuello.

No tengo biografía. No tengo deudas ni dudas ni cicatrices de amor. No tengo ataduras. No hay dolor.
Tengo dos socios para el lucrativo negocio de la risa.
Presiento que si pego la espalda a un tronco o una laja el tiempo suficiente, la memoria de la piedra y el árbol empezarán a transfundirse a mi interior.
Todo lo que contemplo me agarra, me da un vuelco y me hace mejor.
Tengo la convicción de que esta podría ser mi mejor versión.

5 comentarios:

  1. Después de leerte me he puesto a cantar " Gracias a la vida".
    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo entre comillas22 febrero, 2015 23:30

    Al leer el primer párrafo he creído que tenía por delante un relato de ficción: el balance de alguien que de verdad no tiene nada o que ha perdido lo que tenía y me encuentro con algo que no tiene nada que ver, al contrario, eres tú y lo tienes todo. Sí, ese podría ser "de ti tu mejor tú", que decía un poeta.

    ResponderEliminar
  3. Eso sí que es ir ligera de equipaje! Y qué bien caminar así.
    Precioso el texto, incalculable la sensación. Enhorabuena!!

    ResponderEliminar
  4. Gracias a las tres, amiguitas. Gracias porque lo que escribo te pueda hacer cantar, Lectoraadicta; porque me veas en esa quimera que sin , embargo fue completamente real, Anónima de mentirijilla; y por saber, Laura, que eres capaz de compartir conmigo esa manera de andar.

    ResponderEliminar
  5. Que bien escribes... pájara :-). Pero hay una cosa que haces mucho mejor que escribir y sin que te des cuenta, ser como eres.

    Saludos de la mitad de los socios.

    P.S.: por favor, para otro piropo introduzca una moneda de 50 ctms. Gracias. Saludos del robot.

    ResponderEliminar