Es verdad que el edificio tiene una
noción macabra del confort térmico, y que en una hora puedes pasar
de abstenerte de hacer pipí por miedo a bajarte los pantalones, a
cocerte en tu propio jugo. Es verdad que se construyó en la época
en que los hombres llevaban bigote; las mujeres, combinación; las
policías, uniformes grises, y la arquitectura bioclimática no se
llevaba en absoluto.
Es verdad que rozar un armario, el
picaporte de una ventana o el hombro de un compañero es arriesgarte
a recibir un chispazo, y que ese panorama exacerbado de electricidad
estática te convierte en una criatura temblorosa.
Es verdad que los fantasmas del amianto
están por todos partes.
Es verdad que la escalera de incendios
tiene la pinta de crujir como un puente colgante sobre el río
Urubamba, y que por alguna razón perversa que se me escapa, acaba
con cierto humor negro en la segunda planta .
Es verdad que el garaje es una ratonera,
y que uno aparca conteniendo el coche como una damisela sus faldas,
vaya a ser que las quince plantas que tiene sobre su cabeza se
sostengan en ese pilar que parece un mondadientes mordisqueado.
Es verdad que hay catacumbas. Verdad,
verdadera. Yo las he visto. Quiero armar una expedición en busca de
las criaturas antediluvianas que han logrado adaptarse a ese
ecosistema.
Y también es verdad que el edificio poco
inteligente en el que últimamente trabajo tiene unos ventanales que
no tenía el lugar desde el que nos mudaron. Puedo levantar la vista
del ordenador, el culo de la silla, y encontrarme con el cielo y la
calle, en vez de con el aislado reino de la burocracia. Puedo
convertirme en el gato que mira desde el alféizar las trayectorias
de todos los vecinos del barrio. Ser una especie de entomóloga
especializada en el bicho humano.
Me asomo a la ventana para que un
aire de nevera me consuele el ardor de la cara, y contemplo las idas y venidas
de la gente, todo ese despliegue de energía que sabe dios en qué
se transforma.
Veo el espectáculo que nunca se agota
del cielo cambiando de colores.
Ya está la tonta de los cielos. |
Una mujer en bata que antes de que
amanezca ya sacude calcetines, y que se queda parada un instante
como si se le hubiera ocurrido un poema.
Futuros médicos charlando de lo que
charlan los veinteañeros en la puerta de una facultad cualquiera,
muy jóvenes todavía para juntar todas las piezas del puzzle que
están estudiando y adivinar que la vida es una cosa breve y seria.
Una niña con zapatillas fucsia que por
la avenida saturada de coches anda sola y brava al colegio.
Antenas de televisión ensartando el
cielo como si fueran brochetas.
El frutero que en su escaparate compone
cuadros puntillistas con mangos, naranjas y peras.
La columna barroca de humo de la fábrica
de cervezas, subiendo, desmayándose, adelgazando, engordando como
una sanguijuela. Me quedo embobada con su danza. Es como si hablara,
como si estuviera revelando un credo.
Todas esas menudencias de la vida
ensimismada que añoraré cuando sea un fantasma.
Cuando no esté yo para apuntarlas en
este improvisado cuaderno de campo.
¡Pedazo foto!.
ResponderEliminarTu cuaderno de campo, una mina. ¡Lo compro!.
¡¡Pero si lo tienes de grati gracias a la tecnología Blogger!!
EliminarComo mola tener vistas desde el puesto de trabajo!! yo me muero de asco en el polígono... pero bueno, es lo que hay.
ResponderEliminarSalud!
La verdad es que me conformo con el vuelo de las moscas, porque mis vistas se limitan a una de las avenidas más feúchas de la ciudad. Pero habiendo cielo...
EliminarY salud!
Normal que prefieras los ventanales. El resto, una construcción deficiente, una calefacción enloquecida.... todo eso puede ser un problema menor al lado de la falta casi absoluta de luz natural en la que trabaja mucha gente. Y claro, eso tiene que influir en la manera de ser o de comportarse. No hay nada más sano que ver el horizonte, aunque sea limitado y restringido a nuestra condición de urbanitas: siempre será mejor eso que una pared y un tubo florescente.
ResponderEliminarO que un pasillo donde la gente viene y va, va y viene achaparrada bajo el peso de sus papeles. Ah, quiero irme ya al campo.
EliminarYo, con una hoja del cuaderno de campo tengo suficiente para anotar lo que puedo ver desde mi ventana: un tejado sobre el que el sol va marcando las horas y el suficiente trozo de cielo que me permite recordar cómo es de inagotable. ¡Y qué conquista tenerlos!
ResponderEliminar¿Desde la ventana de tu casa o de tu oficina? Porque desde la primera, tus bocetos son obras de arte acabadas y perfectas. Y tenerla también ha sido la conquista de toda una vida, ¿no?
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