Despierto de madrugada en mi cuarto de
una sola cama. No hace exactamente frío, sino esa humedad que se
arrastra desde el mar tan cercano y que no respeta los refugios. Si me
volviera del costado derecho, mi nariz podría tocar la pared, y casi
creería que el rocío la ha puesto blanda. Dentro hay pocos muebles
que sirvan de parapeto contra la meteorología. Fuera, tampoco
edificios. Esta casa es semipermeable, y por esa y otras razones es
por lo que me encanta. Hace de bisagra entre el hogar y la
naturaleza.
Pero por más mantas que me eche encima,
no se me va el escalofrío. Mi padre se espanta de que pueda soportar
tanto peso. Yo a veces también, un poquito. Adoro las cosas ligeras:
los edredones de plumas, los vestidos de verano con flores, el diente
de león, las canciones de Devendra Banhart y los sorbetes de lima.
Pero hay algo en este peso que me avasalla. Y que me cautiva. Me hace
sentir acompañada. Aunque suene increíblemente idiota, a veces
imagino que bajo las mantas me estoy convirtiendo en perla. Meto la
cabeza en ellas y alrededor de mí creo una concha rugosa y áspera.
Un abrigo de pastor. Un iglú.
Dentro de mi guarida, mi propio aliento
es la calefacción. Sus paredes se humedecen igual que las de afuera.
También aquí hay rocío. Soy una fuerza de la naturaleza. No sé
por qué, pero el calor que libero bajo las mantas me afecta
especialmente esta noche. No estoy despierta del todo, no tengo el
metrónomo de la respiración de otro, no ladran los perros ni dan
por saco los grillos. Estar muerta podría parecerse a esto y, sin
embargo, quieta en mi cama, hundida bajo el peso de las mantas, me
observo radicalmente viva. Mi respiración es un portento. El calor
liberado por cada una de las fábricas diminutas que operan en mis
células. El aguacate con atún de la cena, el yogur de oveja con
miel, convertidos en esto: algo que ocurre también bajo los volcanes,
en el mismo meollo del planeta.
Siento mi propio calor que me reconforta
y me aplaca. Puedo confiar en él, pase lo que pase. Tenga suerte o
no en el futuro, mis esperanzas se cumplan o no. Si los días se
copian unos a otros, si cada uno viene con un guión distinto, poco importa: el portento se seguirá ejecutando.
Y todo lo demás es decoración.
A mi me encanta lo del peso de las mantas, what do you want me to say! En Muy Muy lejano las había que pesaban un quintal métrico.
ResponderEliminarA Devendra lo tengo como los deberes que me dejaba para última hora del domingo. Tengo una amiga que lo venera pero yo aún no me he puesto con ello.
Y si, el calorcito humano, propio o ajeno... qué gustito!
(Fin del comentario no hilado)
Muas
A mí me ponen ciento: Devendra y el calorcito. Las dos cosas juntas...Prefiero no imaginarlo.
EliminarLove por tus comentarios no hilados.
Mi termostato se regula bien. Se adapta al frío y al calor con relativa facilidad. Pero como preferencia... Prefiero adaptarme a unas caderas y unos pechos. a una respiración arítmica, a un cuerpo, antes que a unas mantas de lana. (Que si, que abrigarán mucho pero pesan un huevo.)
ResponderEliminarEse edredón es deluxe, colega. Ni en el Corte Inglés.
Eliminar