Abro parentésis.
Interrumpo la crónica aleatoria de mi
viaje para hacer público un compromiso: no volveré a encender la
tele a la hora de la comida. No veré nunca más el telediario, si soy
yo la que tiene el mando. En comedor ajeno me tragaré lo que me
echen, en la pantalla o en el plato. Pero en mi casa sólo se
prestará atención a la verdurita tuneada del momento y a las migas
en la comisura del vecino.
Debo aclarar que ese es uno de los
hábitos tontos y automáticos que siempre estoy a punto de y siempre
pospongo extirparme. Después de trabajar con lo peliagudo (mi
vocación por papar moscas y dejar plantadas a la gente de verdad y a
la escritura por lo que pasa en las nubes; mi ex-mal humor; mi vieja
tendencia a instalarme en la insatisfacción y la autocrítica; mi
etc., etc.), ya no me queda mucho más fuelle para pulirme y darme
una última capa de brillo. Por eso, siempre que vuelvo del trabajo
lo primero que hago es poner el telediario. Antes de soltar la
mochila y de calentar la comida; antes de librarme del
uniforme y de lavarme las manos. Sin que me vaya la vida en saber
cómo anda la actualidad, esa fantasía. A sabiendas de que la
persona que está apretando el botón de la tele no soy yo
exactamente, o al menos mi yo vigente y consciente, sino una
criatura del pasado.
Qué hacemos. Mi familia siempre comió
con el runrún de las noticias amortiguando el de las mandíbulas.
Que no se hablara mucho alrededor de la mesa no sé si fue huevo o
gallina. Luego, al independizarme, la voz de los presentadores
siempre fue preferible a ese himno al aislamiento que es el zumbido
de la nevera. Comer con la mente perdida en lo que sucedía por ahí
parecía más seguro que entender lo bien que rima adaptarse a la
soledad con tristeza. Fue la persona que me rescató de vivir sola la
que me hizo darme cuenta de lo maquinal de mi gesto.
Repito, qué hacemos. La gente tiene
hábitos curiosos, y nunca nos paramos a leer la historia que hay
detrás de ellos. En mi época universitaria, compartí piso con una
chica que se extrañó de que yo limpiara el váter por dentro. Y yo,
por mi parte, me extrañé de su fe en el poder acumulativo del aseo:
siempre que volvía a casa de sus padres se duchaba dos veces al día,
para no hacerlo ninguna en el par de semanas que pasaba en nuestro
piso, y ahorrarse así la parte correspondiente de agua y butano.
Pero me disperso. El caso es que no
pienso volver a hacerlo. Compartir piso con majaderas y ver las
noticias. Y no sólo durante las comidas. Renuncio para
siempre al telediario. Porque me genera sueños feos. Por ejemplo*: estar encerrada en una
habitación con una horda de salvajes que me raja en vivo una pierna
y me astilla el fémur para hacer mondadientes. Suena bastante
imbécil, pero la visión en un bar del vasito con palillos se ha
vuelto el triple de angustiosa de lo que ya de por sí era.
Y, sin embargo, ninguna pesadilla podrá
ser tan macabra como el vídeo en que un niño le corta la cabeza a
un muñeco, adoctrinado por su padre. Yo ya no quiero ver nada más
de este mundo tan bárbaro. Sencillamente, mi umbral de tolerancia al
horror se ha visto superado. ¿Estrategia del avestruz? Por supuesto.
Pero ¿saber lo que pasa sirve de algo? ¿Sirve tener en casa un manual de
oncología si eres hipocondriaco? ¿Te salva ser consciente
de cosas en las que no puedes incidir de ninguna forma? Resistir
impávidamente la visión del espanto no te convierte en mejor
persona, no te hace más bueno ni más valiente. Como mucho le añade
barroquismo a un conocimiento más viejo que el hambre: que el ser humano es un
animal abominable.
Qué cosas salen del internel |
Yo prefiero ser un avestruz. Aunque sólo sea por las pestañas.
* Creo firmemente que la narración de
los sueños debería estar severamente penada por ley.
Que no es por nada pero... que no te va a salir. Si estás acostumbrada a leer noticias, intentar saber del mundo, aunque sea del concejal de turno, lo del telediario lo llevas complicado. Puede que unos días, unos días buenísimos por cierto, mas tranquilos, estarás mas sosegada, sin ese regomello que dan las noticias pero, cual Terminator... ¡Volverás!
ResponderEliminarSi no, al tanto.
Apocalíptico Bubo, te daré la razón porque tienes los ojos grandes y ves bien en la oscuridad. Las avestruces somos pura lerdez pestañeante. Pero hoy me he sabido resistir al Informe Semanal, que es otro de esos clásicos populares de mi historia familiar.
EliminarQué curioso, siempre que leo sueños en los libros, incluso aunque todo el libro me esté gustando, lo hago con desinterés y siento como si sobraran.
ResponderEliminarYo no tengo tele en casa, y creo que me viene bien, porque cuando la veo en casa ajena me pongo de mal humor; quizás lo suyo sería recubrirse de una capa de indiferencia, pero también me pregunto si no es precisamente eso lo que se pretende con tanta imagen escabrosa no acompañada de información útil.
Como dices, no sé si es tan necesario informarse de aquello con respecto de lo que no vamos a actuar, sí que creo que es necesario actuar e informarse para ello, no precisamente a través del telediario.
A mí me gusta usar ese rato para hablar si como con alguien o hacer listas o incluso ver alguna serie chorra, aunque eso no es lo más "mindfull".
Te leo aunque comente trimestralmente :)
Pero tus comentarios son gordos y jugosos y me dan hasta que me llegan los próximos. Te admiro locamente por no tener tele. Yo regalaría la de mi casa, si no fuera porque es de mi casero, y porque el otro habitante de mi piso es un consumidor compulsivo de partidos de baloncesto.
EliminarNo ver los telediarios no es esconder la cabeza... es simple supervivencia. Verlos cada día da ganas de cortarse las venas.
ResponderEliminarSobre todo si lo gore te pone bastante como para encima chutarte a Pedro Piqueras.
EliminarLo vas a conseguir. Yo creo que sí. Poquito a poco. Cada vez son más sensacionalistas y además, ¿eso que muestran es todo lo que pasa?
ResponderEliminarMis visitas a la tele son cada vez más escasas y hay muchos días que nulas. Últimamente la utilizo para hacer oído en inglés. En franja horaria en la que puedo verla sólo hay programas de reformas caseras así que voy pronto a ser experta en la jerga de la construcción anglosajona.
Besis
Mí flipar tanto que espero contrapost. Pliiiis.
EliminarSoy de tu opinión -o era-. Tantas noticias que nos amargan las comidas y nos hacen sentir impotentes por no poder hacer
ResponderEliminarnada...¿De verdad no podemos?.
Cuando las víctimas son humanas, el hecho de que se conozca su sufrimiento, ayuda.
De acuerdo en la última frase, pero ¿y cuando son monstruos? ¿Qué tipo de respuesta puedo darle yo a un mundo donde se enseña a los niños a cortarle la cabeza a sus muñecos para que se vayan bien de humanidad y de entrañas?
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