Pasadas las 20:30 salimos por fin de la
casa. Llevo todo el día añorando el aire libre levemente y por
compromiso, porque es lo que espero de mí misma. Pero el calor no ha
accedido hasta ahora a dar una tregua a la israelí, y de algún modo
esta casa es un híbrido entre lo orgánico y lo construido.
Las escaleras son tan empinadas que uno echa de menos al bajarlas un
bastón senderista. Por las baldosas de arcilla ando descalza sin que nadie tuerza el morro a mi paso. Los cuartitos son pequeños como
cavidades secundarias de una gruta, y encima de todos ellos, el
altillo, la casita en el árbol a la que sólo se llega trepando.
Nosotros somos ahora esos dos animalitos que salen de la madriguera guiñando. Nos cuesta vivir sin ríos ni hierbas, pero
en cualquier puñado de paredes con un techo bastante alto sabemos
levantar un castillo.
Ahora por fin podemos echar un vistazo al
huertecito. Aquí unas tomateras, unas matas de berenjenas y
pimientos, acelgas. Un mallazo metálico que ha sido reciclado con
gracia para componer una espaldera de judías verdes. Unos cuantos
naranjos más allá, pasada la hamaca que mi tía Juani trajo de
Guatemala, otro trocito de empeño: más tomates, más berenjenas,
¿calabacines o calabazas? Me arrimo a todo esto sin que me importe
ensuciarme las sandalias, y pienso que la ternura es un
tipo de arma. Puede matarme un cachito, a poco que
recuerde que los tomates de formas no muy ortodoxas, las berenjenas
de carne tan prieta como el culo de la garota de Ipanema,
están ahí merced al trabajo de dos hermanas, que no son
cualesquiera, sino mi madre y mi tía Esperanza. Y sólo tengo que
imaginar la seriedad casi docta de una, la sonrisa bajo el sombrero
de paja de la otra, la tierra invitándose a sus uñas, sus lomos
hacendosos, para que algo por dentro se me encoja. Esto es lo que en
unos pocos ratos, y sin tener como mi padre una sabiduría genética
del asunto, le han arrancado a la tierra donde una exageración de
naranjas se pudre, a la sombra que apenas domestica los vientos
salvajes del Valle, al ronroneo continuo de la acequia. Sobre todo, a
la provisionalidad de este lugar en sus vidas.
En apenas dos meses ya no tenderán un
mantel sobre aquella mesa. No les inquietará el rechinar de unos
pasos sobre la grava de la entrada a la parcela. No nos quejaremos
más del viento y del frío invasivo. No sufriremos en la ciudad los
efectos de una resaca de azahares. Antes de que el pueblo huela a
chimenea, mi tía entregará al dueño de la casa las llaves de un
proyecto que nadie podrá tildar de fallido. Su expectativa, como la
mía respecto a este blog, tal vez fuera otra, pero cuántas cosas,
aparte de estas verduras, se habrán sembrado por el camino.
Hermana acelga, prima habichuela |
En la linde de la parcela vecina
sobrevive una vid medio loca que conoció en otro tiempo las manos de
algún campesino. De ellas a lo mejor ya no quedan más que huesos en
el cementerio, pero la parra persevera y está llena de racimos. Yo
me conmuevo y picoteo uvitas todavía un poco verdes. Quién sabe.
Tal vez dentro de unos años, cuando en esta tierra ya no haya
huerto ni tía ni madre, alguien se tope con una mata terca de las
calabazas que ellas plantaron, y no sepa de dónde le viene un
disparo de ternura.
Solo esa foto y el milagro de contemplar cómo unas simples semillas o unas plantas tan pequeñas y tan iguales que no sabía distinguir al principio, han terminado encarnándose en cada uno de los elementos que la componen, habría sido suficiente para saber que ha merecido la pena. Ha habido tantas "solo esas", que se me hace difícil pensar que un día cercano cerraremos esa puerta para no volver.
ResponderEliminarGracias por la ternura...
Hace unas semanas, tu tía me preguntaba si echaría de menos todo esto; aquel día no supe que responder, hoy lo tengo claro: Estoy empezando ya a añorarlo.
ResponderEliminarHermoso.
ResponderEliminarNi fallido ni lucrativo. ¿Sabes lo que echo de menos? Algo que al principio me irritaba un poco y con lo que, a la postre, hice amistad: el rebuzno de nuestro borriquillo vecino, que al final conoció un tiempo mejor. Todos los que hemos vivido nuestros ratos en aquel pedazo de tierra dejaremos algo en él, y nos llevaremos mucho con nosotros.
ResponderEliminarManolo.
Una preciosidad! Emotivo, tierno, bonito...
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