Últimamente aparece de modo inesperado,
cada vez con más frecuencia. Llega, se está conmigo unos
instantes, y antes de que pueda concentrarme en su cara y sus gestos,
se escapa. Apenas me da tiempo a reconstruir la relación que nos
une. Porque nos parecemos, no hay duda, y sin embargo... Tenemos los
mismos ojos de color vacilante, las mismas muñecas finas, el mismo
peinado que a duras penas contiene la amenaza de una avalancha
rizada. La misma dificultad para mantener las manos quietas: las dos
desmenuzamos servilletas en los bares; aplastamos flores hasta hacer
papilla con ellas; dejamos que los dedos bailen claqué sobre las
mesas. Nos parecemos tanto que cualquiera juraría que somos la
misma. Hasta yo estoy a punto de admitirlo.
Me visita cuando cierro los ojos durante
la siesta, o cuando me peleo con el filo romo de los cuchillos. Se
sube a mi coche como la chica de la curva, cuando conduzco por
carreteras que conocemos ambas. Me la encuentro en el álbum de
paisajes al que llamo hogar sin recato. Y antes de que regrese al
mismo rincón de memoria algo anárquico del que parece haber salido,
me doy cuenta de que en realidad somos la misma persona, con diez años de
diferencia.
Y sin embargo... La miro en cualquiera de
sus idas y venidas, y no me siento capaz de pronunciar esta frase: me
acuerdo de mí hace diez años. Algo no concuerda ahí. Percibo
alguna incongruencia. Será que ya no me sale conjugar mis propios
verbos en otras formas que no sean las del presente. Será que se ha
secado la cola que mantenía unidos a los personajes que se han ido
sucediendo bajo mi misma apariencia.
Y me resulta curiosa esta paradoja: cada
vez me atengo con más ahínco al momento; cada vez me
cuesta más identificarme con mi propia historia; pero cada vez se me
iluminan más trozos de memoria. Como si al prestarle menos atención
a lo que fue y a lo que no, a lo que pudo ser y a lo que quizás
venga, los recuerdos se convirtieran en una enfermedad crónica. Las
Silvias del pasado son el benjamín que se ha quedado sin trabajo ni
casa y se instala indefinidamente en la del hermano mayor.
En el libro que recomendé hace unos días
leí que el tiempo en realidad es un palimpsesto. Lo entendí de
manera intuitiva, pero no tuve ganas de dejar la lectura para
comprobar vía diccionario el significado exacto de la afirmación.
Ahora, al ver lo que la Wikipedia tiene que decir al respecto, me doy
cuenta de que es eso, exactamente eso: yo soy ese manuscrito que se
ha borrado varias veces para poder ser reescrito. Soy un texto que se
va formulando sobre la huella de textos pasados. Me parece más
hermoso y fácil de digerir que la idea de un solo yo constante.
Ahora yo añado algo: el texto actual
mejora y hace inteligible el pasado. Me parece que a la persona que
me visita de improviso se le ha ido poniendo el gesto más alegre a
lo largo de los años. Todavía anda un poco verde para darse cuenta.
Por eso, cuando vuelva a aparecer la cogeré del hombro y le diré
que se esté tranquila, que ya tiene una existencia plena.
"El Palimpsesto" es el nombre que quise dar a mi tesis, pero difícilmente iba a ser aceptado por la comisión de doctorado.
ResponderEliminarTengo que llamarte para que me cuentes porque hablas en pasado. Tienes que contarme porque ese concepto era tan inaceptable.
EliminarHoy no he leido ni tu post... No te perdonare jamas... Cambiar una cigüeña por mi... Q vergüenza!!!!
ResponderEliminarOh, querido mío, si fue ella la que me secuestró.Cómo podría yo hacerme perdonar?
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