No voy a decir que de lejos parezcan un
gigante. Vienen en paralelo a la orilla, haciendo eses como si el
padre quisiera enseñarle a su hijo cómo funcionan las olas, y son
sólo eso, un padre y un hijo, tres años puestos encima de unos
cuarenta, sin más ñoñería. Si me quitase las gafas de sol
graduadas quizás pudiera engañarme: vería una figura muy alta con
un par de brazos y piernas de tamaño aceptable, y dos bracitos y
piernecitas casi escondidos, disimulados como las ruedas accesorias
de la primera bici de un crío. Podría adornar un poco el asunto
para que el que me lea tenga su pequeña dosis de lirismo de andar
por la playa. Pero la imagen de un niño sobre los hombros de su
padre no necesita más arreglo: ninguna comparación con personajes
de cuento, ninguna ayuda por mi parte que subraye la fuerza que
muestran.
Porque en realidad son tan frágiles.
Cuando pasan a mi altura me doy cuenta de dos cosas. El nene apoya
una mejilla sobre la cabeza de su padre. El hombre va silbando. Como
si andar con ese animalito sobre los hombros, con los brazos
totalmente estirados para hacerle un manillar con ellos, fuera la
postura natural de los humanos. Los rizos rubios de su hijo le caen
sobre la frente, un plato de fussilli como flequillo, una
peluca para disfrazarse del hermano Marx mudo. Y la verdad es que
andar por esta playa no es fácil. Hay más gravilla fina que arena,
y los pies se hunden a cada paso. La orilla está ligeramente
inclinada. Pero el hombre silba su cancioncilla, y el niño se
recuesta tranquilo. No hay incomodidad ninguna, y si la hubiera,
sería de esas que compensan tanto que apenas se perciben. El niño
va tan alto como cuatro veces su tamaño, pero no hay miedo tampoco.
Quizás todavía es demasiado pequeño como para que el mundo sea un
sinónimo de peligro. Quizás la seguridad es una cuenta bancaria
jugosa que la vida se encarga de ir socavando.
Me conmueven, no hace falta decirlo.
Forman un sólido equipo basado en el amor y la confianza. Pasean por
la playa tan completos y contentos, el niño terminando al hombre
grande, el padre amparando los comienzos del hijo, que parece como si
estuvieran encerrados en sí mismos, ajenos a lo que les rodea. Y,
sin embargo, es como sin esta playa la figura híbrida no fuera
concebible. El niño agacha la cabecita para observar cómo rompe la
espuma; el Levante fresco de estos días debe de hacer que el cuerpo
del padre se sienta tonificado. Descansado y desnudo de su personaje
cotidiano y de sus horarios, se ve capaz de cargar el peso del
futuro.
Sólo que no hay futuro para esta imagen.
Por eso es tan frágil. El año que viene el niño habrá crecido y
pesará demasiado como para que su padre siga silbando. La tarea de
enderezar un carácter a que la paternidad obliga tal vez sea tan
ardua el otoño e invierno que vienen que el hombre, en sus próximas
vacaciones, ya sólo tenga ganas de apoltronarse en la hamaca. El
niño preferirá inventarse juegos en la orilla en los que él y sólo
él será héroe y arquitecto. Puede que entonces conozca el miedo a
las alturas. El crecimiento disolverá esta estampa como si hubiera
sido grabada en la arena con un palo. El mismo amor, incomodidades
nuevas, un asomo de desconfianza.
Pero yo comparto la orilla con ellos, y
me digo que tal vez pueda rescatarlos. Como si eso en realidad
importara. Como si la figura plena que forman no empujara el tiempo
que viene a un lugar donde no será capaz de dañarlos.
¡Bonita estampa! ¿Y qué es eso de que no hay futuro para esa imagen? La has visto, la has escrito y ahora la compartes con nosotros. Esa imagen, ya, es eterna. Otra cosa es la vida de cada uno.
ResponderEliminarPero en realidad, a quién le importa el futuro. A mí me vale de sobra con que una gota de presente dure al compartirla.
Eliminar¿Sabes qué? Al repasar el texto antes de publicarlo, me acordé, sin conoceros, de ti y de tu ñiño.
¡Qué bueno si ese padre pudiera leer lo que has escrito!.
ResponderEliminarMe encanta también, de lo que escribes, la mezcla de mundos que se intuye: ellos, con su gigantez; tú, con tu observación... y cada uno en el suyo.
Me ha encantado.
A lo mejor es eso lo que me gusta más de ir a la playa: que al pararte y quedarte tranquilo entre gente, las esferas de cada uno intersectan un poquito, un instante, como si no hubiera una mezcla de mundos, sino la posibilidad de uno sólo.
EliminarGracias, bonita.
Me asombras, de verdad. Tienes mirada de pintor, con pinceladas admirables por su capacidad para recrear una imagen; por ejemplo, estas: "dos bracitos y piernecitas casi escondidos, disimulados como las ruedas accesorias de la primera bici de un crío", "con los brazos totalmente estirados para hacerle un manillar con ellos", "un plato de fussilli como flequillo"...no sigo, porque no es plan que te copie entero el post, ¿verdad?
ResponderEliminarBorges, Cervantes.... Jijijiji.... Me pongo coloraíta con tu bonito comentario, y digo tontunás.
EliminarTú me con mueves a mí.
ResponderEliminar¿Yo como recolectora de imágenes, o yo-Calimero?
EliminarAmor y confianza es un tándem tan perfecto que dudo se destruya nunca, sólo se transforma, como la energía.
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